Joseph Roth - El Profeta Mudo
Como reportero del Frankfurter Zeitung, Joseph Roth tuvo la oportunidad de visitar Moscú durante el invierno de 1926. Allí, fue testigo inmediato de la incertidumbre que generaba entre los rusos la suerte de Trotski, a la sazón marginado del Partido Comunista y ad portas de emprender el exilio político. A partir de esta situación, Roth inició la redacción de una novela apologética que se apropia de la figura de Trotski para indagar la manera en la que revolucionarios como él experimentan una tensión entre el ideal social y aquellos intereses personales que no se ajustan a las doctrinas de los partidos.
En rigor, el libro no presenta una biografía, pero sí organiza tras la figura de Friedrich Kargan −en quien se ocultan rasgos significativos de Trotski- elementos que facilitan el estudio de los acontecimientos que se dieron antes, durante y después de la Revolución Rusa. Las tres partes del libro responden, precisamente, a esas etapas, las cuales encuentran en las oscilaciones del personaje su hilo conductor.
Para acercarse al panorama que precede a la Revolución, Roth apela al recuento de las adversidades que Kargan vivió en su niñez y juventud, destacando cómo estas cultivaron en él una voluntad de venganza frente a “un mundo que lo trataba como ser humano de segunda categoría”. Más tarde, ese deseo de confrontación lo descubrirá también el personaje en los pobres e inmigrantes que conocerá, persuadiéndose de compartir con ellos un destino semejante.
En todo caso, el conflicto de Kargan radica en que los motivos personales de su desencanto no desaparecen en la posible comunión con los otros. Hay en la obra un pesimismo que se expone como imposibilidad de confiar en la bondad innata de los oprimidos, pues estos, en tanto hombres, son tan proclives al mal como los opresores. De tal suerte, las fluctuaciones de Kargan entre conquistar y destruir, ambicionar y desistir, o amar y maldecir, se proyectan a lo largo de la novela.
Hay una realidad contradictoria aquí: lo cotidiano anuncia la proximidad del cambio porque no es posible soportar más la explotación, la indiferencia, la enajenación, pero ese impulso lo asume Kargan con desconfianza, no solo frente a sus resultados, sino frente a quienes lo encarnan. El personaje no olvida que toda revolución hunde al individuo en el anonimato, que “es más fácil morir por las masas que vivir con ellas” y que siempre será posible que la mano del obrero golpee después como la de cualquier policía. Ese es el punto que desatiende la idealización del oprimido: su carácter enigmático, pérfido, imprevisible.
La segunda parte de la novela aborda el trance revolucionario. Este se da en medio del exilio, la vida en Siberia y la Gran Guerra. Roth profundiza en esas páginas los temas que ya ha situado, sumando otros al conjunto, por ejemplo, la unión contradictoria que efectúa el proletariado con la burguesía para erradicar el zarismo, la mutación de los intelectuales en burócratas y la inquietud frente a una Revolución que a algunos se les antoja poco natural, impuesta subrepticiamente por los discursos de Occidente.
La tensión que experimenta Kargan vuelve a darse aquí porque, aunque la identificación con el otro permanece activa, no deja de percibir en la unión un indicio de su propio hundimiento. En este sentido, las fórmulas que orientan a los revolucionarios resultan intrincadas para él: el ideal del heroísmo partidario es irreconciliable con su pretensión de preservar los rasgos que conforman su individualidad; siendo lo más terrible que, a sus ojos, “una cosa es tan auténtica como la otra".
Es curioso que, si bien Kargan decide como individuo y como parte de un grupo ir en contra de lo establecido, en su interior solo se multiplican las convulsiones. El personaje transita escindido entre la convicción revolucionaria y la pasión personal: quiere liberarse, al mismo tiempo, siendo hombre y proletario, pero no hay forma de que esto sea comprendido y orientado dentro de la ortodoxia de los partidos.
Ya en la tercera parte de la novela, cuando la Revolución esté materializada y coseche sus triunfos, esa “guerra personal” alcanza un momento culminante. Kargan descubre que la Revolución no ha traído cambios sustanciales, nihil novum sub sole; lo único evidente es la aparición de una terminología que encumbre la prolongación de las mismas sujeciones. Empero, ha nacido la burocracia proletaria y, con ello, lo que necesita Kargan para probar su desconfianza: la hostilidad y la pobreza en que vivieron los revolucionarios en el pasado fueron las fuerzas que mantuvieron “frenados sus instintos burgueses”; ahora, tras la Revolución, estos han quedado al descubierto en todo su horror.
La novela aborda, así, una nueva contradicción, a saber: la Revolución se fundó sobre la base de la utilidad y el sacrificio, esto es, justamente los principios que dieron forma a los discursos que se pretendía erradicar −los del capitalismo y la religión-. La certeza de este contrasentido será esencial para que el protagonista de la novela se distancie de los discursos ideológicos y se repliegue en la individualidad, en un “servir sin fe”.
Dicho replegamiento lo encierra Roth en la noción de apátrida. Friedrich Kargan se sabe atemporal −nacido muy pronto o muy tarde para sus pretensiones- y, así mismo, se reconoce como un individuo abocado al destino de los extranjeros, no solo en lo que concierne al exilio geográfico −aquel que lo lleva a Ucrania, Suiza o Alemania-, sino al hecho de estar excluido también ideológicamente, alejado de lo dispuesto por las doctrinas de los revolucionarios.
El título del libro parece indicar ese perfilamiento: Kargan hace parte de esa clase de hombres que se reconocen como profetas porque tienen una idea de mundo que desean conquistar, pero que, en todo caso, se hallan condenados al mutismo, bien por desconfiar de la empatía ciega que eliminaría los rastros de su individualidad, o bien porque su propia experiencia es incomunicable y, en consecuencia, no pueden erigirse como punto de referencia para alguien más.
ROTH, J. (2012) El profeta mudo. Barcelona: Acantilado.
KOEHLER, R. (1886) Der Streik.
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