Odiseas Elitis - Dignum Est
Diez años le tomó a Odiseas Elitis la redacción de este libro que ratificó su nombre dentro del conjunto de poetas griegos más relevantes del siglo XX –Gatsos, Karyotakis, Ritsos, Sikelianós, Seferis, Kaváfis– y abrió las puertas hacia una literatura en la que palpita con renovada fuerza toda la grandeza del mundo heleno.
Ciertamente, Dignum est (1958) puede recorrerse como un poemario cuyos textos consienten la lectura independiente; sin embargo, el libro fue concebido para leerse en orden, a modo de relato épico, pues sus partes –Génesis, Pasión y Gloria– exaltan la nobleza del pueblo griego, encarnado en la figura del propio Elitis –a la vez poeta y personaje–, en lo que respecta a su origen, heroicidad y destino.
Los poemas que conforman la primera parte del libro poseen el tono de los mitos antropogónicos y, en efecto, recuperan el nacimiento y la niñez de Elitis con su completo panorama de revelaciones. La voz poética expresa allí la aparición en el mundo como aquel irrumpir que trae la promesa de lo nuevo. En consecuencia, es evocado un espacio primordial, puro, dentro del cual se materializa la conexión del poeta con lo existente, mientras se genera la apertura hacia el conocimiento.
Este vínculo hombre-mundo lo enuncia Elitis de dos formas diferentes: por un lado, como certeza de vivir en una realidad orgánica que obliga a recibir y entregar el mundo a través del cuerpo; y, por otro, como confianza en la transtemporalidad que enlaza la vida actual con la precedente. Lo primero remite a una misión que se sabe escrita en las entrañas; lo segundo, a la creencia de haber nacido hace mucho tiempo y de llegar a ser, en todo momento, el que ya se era.
Con todo, en este mismo tramo del poemario, esa palabra que “desbroza el silencio y planta las semillas” arranca también desvelamientos más oscuros, por ejemplo, el de la moral como punto apenas transitorio de equilibrio, el de las tinieblas cernidas sobre la vida, el de la zozobra de quien rehúsa las raíces, o el del dolor ante los vacíos del mundo –la muerte, el crimen, la injusticia–.
El ánimo lóbrego se multiplica rigurosamente a lo largo de la segunda sección del libro. Sin duda, dicha parte es la más fértil, no solo debido a su amplitud, sino a la variedad de recursos que presenta: textos en prosa de orientación histórica, composiciones basadas en métrica libre y una serie de poemas cuyos hemistiquios están separados por una censura que les provee estructura especular.
El centro del apartado se halla en la experiencia de Elitis como soldado de las brigadas que defendieron a Grecia de la invasión italiana en 1940. Por ello, los poemas muestran un acusado contraste entre la intensidad de la guerra y los elementos que le hacen resistencia. Abundan las escenas bélicas, las imágenes de campesinos reclutados, los cuerpos agonizantes, el fragor de los enfrentamientos, el luto de las viudas, el clamor de las madres, el hambre opresiva, entre otros. Y sobre todos estos particulares, se alza el lamento mucho más sonoro por una tierra despojada históricamente por el Norte y Oriente.
Por supuesto, a semejante paisaje de hostilidad opone Elitis un heroísmo que se asienta, a veces, en la valentía del combatiente que asume la fatalidad de la guerra, y otras, en la labor del poeta, heredero de esa mítica lengua de Homero que le permite forjar la zona en que se preserva la memoria de su pueblo –“zarza que no se consume”–.
Es verdad que a este heroísmo lo visitan cada tanto las dudas y hasta los reclamos de hombres que exigen del poeta una rutina más sosegada, conforme con “tiestos y novias”; pero Elitis persiste en su deseo de alcanzar la virilidad que surge de cultivar la palabra, de convertirse en “poeta de nubes y olas”, de ser el “último hombre que dirá la primera palabra”. Así, muchos de sus versos invocan la soledad artística, ajena a amigos o partidarios y, apropiándose de connotaciones divinas, se produce el autoreconocimiento de Elitis como portavoz de valores que, por ahora, parecen solo ilusiones, islas.
El largo canto lanzado en Pasión desemboca, al final, en otra área de descubrimientos. En primer lugar, se transparenta la implicación de los contrarios –el estruendo y la calma, el polvo y el sol–; así mismo, se admite el padecimiento, aquel “crujido que recuerda que somos y existimos”–; y, por último, se asiente a esa especie de oxímoron que afirma la posibilidad de ruinas edificantes. Tal es así que, ya en esta parte, se levanta la visión de un futuro que, sin llegar a ocultarse lo terrible, reivindica la vida terrenal, en honor de la cual ha de declararse un undécimo mandamiento: “Será este mundo o no lo será ninguno”.
El apartado que cierra el poemario solo intensifica la exaltación de esta fuerza vindicativa. En él hay un claro horizonte escatológico, solo que, ahíto del coraje que Nietzsche llamó pesimismo de la fortaleza, el poeta anuncia un mundo que no debe temerse. De hecho, aquí es donde cobra mayor sentido el título del libro –Digno es–, pues, por turno, Elitis celebra y dignifica la portentosa naturaleza de Grecia –sus montañas, mares y árboles–, la virtud de la vida frugal y el mérito del hombre que se sacia en la simplicidad de las cosechas, los labios o la luz.
Por supuesto, en relación con lo mencionado antes, también el único poema que da forma a Gloria honra aquel sufrimiento que reconcilia, el valor de la pregunta no resuelta e, incluso, la contradicción insoslayable de nacer para morir. Y nunca ese homenaje se repliega o sublima en alguna instancia metafísica, sino que insiste a cada paso en la riqueza del mundo “pequeño y grande” de los hombres.
Como poemario articulado en función de una épica superior, Dignum est comunica una voz que repercute en la totalidad de lo que existe. Hay quien lo calificó de cantata, comparándolo con la música de Haydn o Bach. Acaso tenga razón en lo que concierne a sus motivos, tempos, melodías e intervalos; pero, no es menos cierto que se trata también y principalmente de una profunda expresión de gratitud –vere dignum et iustum est, aequum et salutare, nos Tibi semper et ubique gratias agere–, que acaso necesite desprenderse aún del gravoso lenguaje bizantino para ser enunciada mejor en la simpleza radical del griego: Το άξιον εστί, vale la pena (vivir).
ELITIS, O. (1983) Dignum est. Bogotá: Orbis.
MYTARAS, D. (S/F) Paysage avec sculpture.
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