José Donoso - Coronación
En una entrevista fechada un año después de publicar su primera novela, Coronación (1957), José Donoso confesaba que, a pesar de haberse trasladado para escribirla al ambiente propiciador de Isla Negra y de recibir buenos comentarios sobre sus versiones preliminares, no dejó de rehacer la obra por lo menos quince veces antes de sentirse conforme con ella.
Quizá por esto, la novela fue celebrada por la crítica y, vista hoy, prefigura dos de los rasgos que tendría la narrativa posterior de Donoso: por un lado, el contraste espacial entre el interior –la casa como escenario de acciones- y el exterior –la calle, la ciudad que rumorea-; por otro, el permanente viraje hacia el pasado: esa casi manía de recuperar o reconstruir una época perdida en el tiempo.
De este modo, Coronación, como –más tarde- Este domingo o El obsceno pájaro de la noche, es una novela que se despliega en varios niveles. Puede leerse como relato que refiere la decadencia de una familia connotada, los Ábalos, de la que apenas sobreviven la anciana Elisa y su nieto Andrés, ambos abocados al delirio retrospectivo; o como un retrato que compara, en términos vitales, la suntuosidad de la casa de los Ábalos con la situación de pobreza que pulula afuera.
La primera línea de lectura se indica en la casa misma. Es claro que se trata de una residencia enorme, pero de aspecto “cadavérico” y plagada de objetos caducos, de un lujo más que expirado. Por esta razón, quienes la habitan –misiá Elisa y sus tres empleadas: Lourdes, Rosario y Estela- viven rodeadas de recuerdos y se remontan una y otra vez al mundo que existió antes allí y que solo se reactiva ilusoriamente cuando reciben visitas por el santo o el cumpleaños de la anciana.
En todo caso, el declive de la familia Ábalos no es estrictamente material. La novela atestigua, sobre todo, el derrumbe de sus ideales. Andrés, por ejemplo, es un soltero cincuentón que se dedica a leer libros y coleccionar bastones; un hombre que, hasta entonces, gracias a su holgura económica, ha dejado que todo fluya sin preocuparse, manteniéndose en el umbral de la acción y limitándose a soslayar la vida, a ver por el resquicio lo que les sucede a los demás.
Sin embargo, la cercana muerte de su abuela medra en su interior como ansiedad. Ella constituye el único lazo que lo une a la existencia, de suerte que la pregunta por lo que habrá después se torna acuciante. Este es uno de los sustratos existenciales de la novela, porque Donoso revela cómo donde se levantaba la seguridad –o, al menos, la aceptación muda que liberaba de todo compromiso- ahora habita la flaqueza y, en consecuencia, se requiere una fe para ir más allá del momento presente.
La crisis de Andrés Ábalos pertenece a la de “los seres que necesitan saber y no comprenden el porqué de las cosas”. De allí que la dificultad para hallar la fe que necesita radique en su arraigado escepticismo: en todo lo que existe intuye mecanismos de engaño que se le antojan inadmisibles. La mayor parte de la novela el personaje luce extraviado, inquieto y, únicamente en las postrimerías, aunque esto parezca más una patología, identifica en su amor hacia Estela –la joven que contrata para cuidar a su abuela- una posibilidad de redención.
Ahora bien, como se dijo, Coronación establece un puente entre las formas en que dos mundos experimentan sus particulares desesperaciones. Por tal razón, paralela a la exploración metafísica de Andrés, Donoso traza la realidad material de Mario, René y Dora, personajes pobres y ajenos a la casa de los Ábalos, pero que entran en contacto con esta a través de Estela, quien sostiene un amorío con el primero de ellos.
Más que un contrapunto, Donoso establece aquí una acusada fricción entre los personajes e, indudablemente, el mérito del juego de disparidades que propone consiste en no romantizar a Mario y compañía, sino presentarlos con la justeza que corresponde a seres atrabiliarios, malhadados casi siempre a causa de su propia vileza y ofuscados, acaso más de lo necesario, por la fortuna de los otros.
La necesidad, el robo, los hijos, el lenguaje de la calle, los divertimentos de la gente pobre y todos los otros elementos que integran ese mundo sórdido y desconocido comparecen ante Andrés y, de alguna manera, constituyen una de las vías por las cuales tambalea su racionalidad. En efecto, el personaje sufre una doble humillación porque, primero, su gusto por Estela lo obliga a entrar en contacto con un sector que, pese a su miseria, se agita intensamente, esto es, posee la vitalidad que él añora; y, segundo, porque se persuade de que estar con ella implica, en su caso, hundirse en un fondo oscuro.
Además de esta confrontación, la novela esgrime otro núcleo: la locura. Desde el inicio, la casa de los Ábalos se dibuja como un ambiente que amenaza la cordura, pues, cuando la abuela Elisa escapa de su habitual marasmo, deja ver todo el rigor de su demencia: una mezcla de autocompasión, santidad, juicio moralista y presunción de nobleza.
Al respecto, la obra muestra una extraña tensión entre la impotencia de Andrés para aplacar la locura de la anciana y el creciente atractivo que esta genera en su interior. El personaje colige que “todo lo que se ha mantenido guardado –en su abuela-, al debilitarse la esclusa de la conciencia, llena su vida”; y ya que esta es una experiencia semejante a la suya, Andrés atraviesa un itinerario que va del desconcierto a la sumisión frente a la locura. La declaración de esto se encuentra en la pregunta: “¿Podría ser la locura la única manera de llegar a ver hondo en la verdad de las cosas?” Sin duda, un apunte que permite sostener que, en la obra, la locura se concibe como una herencia para defenderse de los espantos de la vida.
En esto, Donoso coincide con Lawrence, para quien "la vida siempre es un sueño o un frenesí en un lugar cerrado”. Con Coronación, la tesis se probaría por el hecho de estar ante un mundo de orden aparente, bajo el cual palpita el caos –la fuerza dionisíaca- y la broma de un dios, también loco, que ha creado a unos hombres capaces de advertir ese desorden, pero sin la menor posibilidad de corregirlo.
DONOSO, J. (1988) Coronación. Barcelona: Seix Barral.
CIENFUEGOS, G. (1991) El desayuno.
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