Mijaíl Bulgákov - Diario de un Joven Médico
Mijaíl Bulgákov trabajó como médico voluntario durante la Primera Guerra Mundial y desempeñó, además, esta misma profesión en el Hospital Militar de Kiev y en una provincia de Smolensko. Esa experiencia le permitió dar forma, más tarde, a Diario de un joven médico (1925), libro que sondea situaciones que amilanan el ánimo de los médicos como la incredulidad, la presión de los procedimientos, la reacción de los pacientes y la extrema responsabilidad de hacerse cargo de la vida.
Se trata de una obra en la que el autor se mueve a caballo entre la novela y el cuento. En efecto, los nueve relatos que la componen pueden leerse independientemente ya que no existe una plena continuidad narrativa entre ellos; no obstante, el conjunto funciona también tutti unisono, pues conforma un cuerpo asociado por el tema, el tono, el tipo de narrador, los personajes, etcétera.
Extrañamente, aunque tanto la época en la que Bulgákov fungió de médico como aquella otra en la que redactó su libro colindan con la Revolución Rusa, las alusiones a esta coyuntura están apenas esbozadas. Así, si bien pueden encontrarse líneas acerca del derrocamiento del zar Nicolás II, el estado de los prisioneros soviéticos, el golpe de estado en Moscú o el arribo de los bolcheviques a Ucrania, salvo por el hecho de que el protagonista hace parte de los médicos reservistas que fueron trasladados por aquel entonces a zonas rurales, la Revolución es un tema incidental.
El centro de la obra radica, más bien, en la manera en que el inexperto médico Bomgard enfrenta el destino de “luchar solo, sin apoyos ni orientaciones” en la lejana provincia de Múrievo, uno de esos lugares “dejados de la mano de dios”. De hecho, ya en el relato inicial se advierte que solo comprenderá lo escrito allí quien haya transitado por las estepas rusas, de una isba a otra, desastrado por ese clima inhumano y conminatorio que parece deshacer cualquier buena expectativa.
Son abundantes las reflexiones que el libro establece sobre dicho destino. La primera tiene que ver con el hecho mismo de ser un joven que ejerce la medicina, esto es, de hallarse en una posición en la que es común, no el recato, sino el franco escepticismo frente a las capacidades personales, máxime porque, como sucede al protagonista, la lejanía de cualquier colega lo obliga a encargarse por entero de todas las urgencias e intervenciones sin tener experticia en ninguna de ellas.
Muchos de los cuentos se aproximan expresamente a esta circunstancia y revelan la forma en la que el personaje encara la desconfianza de los otros y cómo oculta su propia intranquilidad. Diríase que Bulgákov expone, filtradas por el cedazo de su experiencia, la culpabilidad que prima durante los primeros años en ciertos médicos por aceptar un compromiso que exige más de lo que creen poseer y, así mismo, el temor, a veces verdaderamente apabullante, de provocar la muerte y ser expulsados del cuerpo médico y la humanidad entera.
En todo caso, paralelamente, el libro plantea que esa experiencia de abocamiento, de saberse lanzado a un terreno de inseguridades, es la que permite superar el simple conocimiento de los exámenes o vademécums y adquirir la lenta destreza de la profesión. Desde esta perspectiva, un descubrimiento decisivo se vive en todos los relatos, pues cada caso particular –un parto, una amputación, el tratamiento para esta u otra enfermedad- son una prueba a la entereza y el marco en el que va labrándose la reputación de Bomgard.
Sin duda, Bulgákov se muestra bastante inteligente al tejer esa relación entre médico y hombre. Son magistrales sus apreciaciones sobre la imposibilidad del médico para experimentar el dolor ajeno, condición que desemboca en su progresiva insensibilidad frente al sufrimiento mismo –nil admirari-; y también resultan notables, primero, su retrato de la repulsión que genera lo humanamente desagradable de las enfermedades y, segundo, su acercamiento al mundo del anfiteatro: esa zona limítrofe entre el fallecimiento y el asesinato en la que los médicos se debaten.
Por tratarse de un texto mayoritariamente anclado en el modo en que se vive en el campo, al autor le preocupa probar la veracidad de los que afirman que “el ser humano, en realidad, necesita muy poco”. Es así que varios relatos, en especial La erupción estrellada, aterrizan sobre asuntos vinculados a la rudeza que caracteriza al hombre de la estepa y cómo, para este, nada relacionado con su salud resulta terrible, pues se encuentra endurecido por las supersticiones, la ignorancia, el descuido o el trabajo.
Es verdad que una faceta harto diferente se refleja en el cuento Morfina. Allí, Bulgákov, opone la responsabilidad total del médico rural a la bien definida división de funciones que predomina en las ciudades y, además, estudia las vías de una posible degeneración moral de los médicos. El texto, parcialmente autobiográfico, corresponde al diario de un profesional –a quien conoce Bomgard- que se hace adicto a la morfina y rastrea, tanto las justificaciones iniciales de su consumo como las impresionantes imágenes de sus efectos, una vez se ha perdido el control del medicamento y su necesidad se sufre de forma más acuciante.
Existe un fragmento en Un ojo desaparecido en el que el protagonista adelanta un inventario de su labor médica a partir del libro de visitas. De acuerdo con esos datos, solo en un año ha llegado a atender 15613 enfermos, ha internado a 200 de ellos y ha visto morir a 6. Aunque estas cifras puedan o no coincidir con las que el propio Bulgákov vivió como médico, con ellas puede tenerse una idea de las magnitudes en que se mueve esta profesión, las tensiones que se dan en su cotidianidad y lo inviable que sería, dentro de ella, pensar en que alguien pueda, finalmente, declarar: “Ya lo he visto todo”.
Por esta especie de recuento anecdótico que Bulgákov elabora y, principalmente, por su capacidad para transmitir al lector todo lo que en sus historias hay de estremecedor, reflexivo y hasta repugnante, le fue conveniente a él –como a su personaje de El asesino- dejar la medicina y dedicarse a la literatura. No de otra forma, podría alcanzarse esa imagen característica del médico, para quien nada en el exterior parece cambiar nunca, mientras que, en su interior, cada cosa radicalmente está bullendo y transformándose todo el tiempo.
BULGÁKOV, M. (2015) Diario de un joven médico. Madrid: Alianza.
FILDES, L. (1891) The Doctor.
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