Hermann Hesse - La Conversión de Casanova

by - mayo 13, 2022


Hermann Hesse trabajó como librero en Tubinga y Basilea entre 1895 y 1904. Dicha labor le permitió obtener cierta independencia económica y, por supuesto, mantener la estrecha relación con los libros que había iniciado a raíz de su prematura vocación de poeta y la cercanía con la casa editorial que dirigía su abuelo.

Durante aquella experiencia, Hesse trabó contacto con numerosos autores románticos −Schiller, Goethe, Novalis, Eichendorff, etcétera-, a quienes leyó con entusiasmo y bajo cuya influencia redactó sus primeros poemarios: Canciones románticas (1898) y Una hora después de medianoche (1899).

Ese influjo permeó, además, su incipiente obra narrativa, razón por la cual los relatos reunidos bajo el título La conversión de Casanova, todos ellos compuestos entre 1900 y 1908, exponen un conjunto de tópicos y preocupaciones que resultan románticos par excellence.

La raigambre romántica se declara ya en el nombre de algunos cuentos como El Novalis (de los papeles de un bibliófilo) o Wenkenhof: relato romántico de juventud; pero, también, se hace patente en la referencia directa a escritores −Jean Paul, Tieck, Hoffmann, Mörike o Brentano-; y, por supuesto, reverbera en el centro mismo de sus argumentos, los cuales, desde formulaciones estilísticas diversas, recuperan la perspectiva propia de aquel movimiento.

Hesse se halla hasta tal punto embebido por el Romanticismo que algunos de sus relatos obedecen a una inclinación abiertamente fantástica. En Noche de junio, Garibaldi o el mencionado Wenkenhof, por ejemplo, se advierte una emoción especial al exaltar lo onírico, lo espiritual e, incluso, lo fantasmagórico, respondiendo siempre a aquella máxima que uno de sus personajes confiesa: “Acaso la invención sea tan veraz como la vida”.

En la vuelta a la niñez encuentra Hesse otro reducto romántico. De aquel recurso se sirve en textos como Una chiquillada, Recuerdo de la niñez o Garibaldi, dentro de los cuales evoca, alternativamente, la naturaleza idílica del pasado y el peso de las vivencias que, en el marco de la familia, la amistad o el amor, son determinantes para la configuración de rasgos que singularizan a los personajes.

En todo caso, es en el tratamiento de las pasiones en donde Hesse se revela radicalmente romántico. Tal y como antes lo hicieran sus mentores, Hesse concibe personajes denodados, a veces hasta irreflexivos, que dentro de sus particulares aspiraciones son arrastrados por fuerzas que creen controlar. Así pasa al Casanova del relato que titula la colección, quien se ve arrasado por el amor, aun a instancias de su conversión; asimismo, al Hans Amstein del cuento homónimo, que desiste de casarse poseído por la belleza de otra mujer; o al Cesco de Cesco y la montaña, cuyo orgullo ante la Naturaleza no le permite reconocer sus propias limitaciones.

A través de sus relatos, Hesse recalca la idea de que “no hay en el mundo nada que, tarde o temprano, no sea objeto de la ambición humana”. El problema surge, empero, de que las pasiones en que se cuece todo, por más nobles o renovadoras que parezcan, desembocan invariablemente en la desventura. Para Hesse, en este sentido, no hay ninguna pasión inocente, sino una misteriosa correlación entre el atractivo de los afectos y su destino infausto.

Debido a esta tendencia, puede sostenerse que Hesse se alinea con el pesimismo característico de los románticos. Sus cuentos están atravesados por esa especie de fatalidad que aquellos consideraron el nervus rerum, el gesto trágico del mundo: con la pasión el hombre adquiere su vitalidad, pero, al mismo tiempo, sentencia su autodestrucción: “No hay camino que ascienda siempre −se lee en El ayuntamiento-, la flor se hace fruto y el fruto tiene que hacerse polvo”.

El pesimismo de Hesse se torna más evidente en los pasajes en los que se subraya la finitud de la vida. En La conversión de Casanova, por citar un caso, el narrador asegura sobre el protagonista: “Él sabía muy bien que la fortuna solo ama a los jóvenes y que la juventud es efímera e irrecuperable”; juicio con el que la condición transitoria del hombre entra en juego con la paradoja que se cierne sobre él: aquello capaz de avivar la fugacidad humana comporta también la fórmula de su abatimiento.

En consonancia con esta comprensión, muchos de los relatos de Hesse se apropian de la insignificancia humana. Los personajes, ponderados una y otra vez ante valores eternos, alcanzan apenas provisionalmente un estatuto honorable, de suerte que sobre ellos advenga un paisaje de resignación, aquella niebla en la que Novalis veía el hundimiento del mundo.

Esta misma postración hace que no sorprenda la recurrencia con la que Hesse retrotrae el tema de la muerte. Se trata, otra vez, de un tópico romántico que Hesse traza desde diferentes miradas: la del suicidio −en El cerrajero, Hans Amstein o Garibaldi-, la del fallecimiento −en Recuerdo de la niñez o Cesco y la montaña- e, incluso, la del culto supersticioso en Wenkenhof-. Más allá del enfoque, sin embargo, la conclusión es siempre la misma: “Todo vive su vida sin poder sustraerse a un ferviente anhelo, buscando su final, y la muerte de una persona no es más ni significa más que la caída de una piedra desprendida de la montaña por las aguas”.

Aunque el estilo y la calidad de estos relatos dista mucho todavía de la hondura que alcanza la obra de Hesse tras sus viajes por Oriente (1911), es posible hallar aquí in nuce las preocupaciones sobre las que reposa el enclave del Romanticismo y el Existencialismo. Hay en estos textos de juventud también un tono desgarrador y la certeza de esa comunión fatal entre el hombre y el cosmos que solo se alcanza en las postrimerías de la muerte.

HESSE, H. (1986) La conversión de Casanova. Barcelona: Seix Barral.
FRIEDRICH, G. D. (1837) Spaziergang in der Abenddämmerung.

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