Bernhard Schlink - El Lector

by - mayo 07, 2022


Una doble indagación sobre la manera en la que tendemos los puentes que conectan el pasado y el presente anima esta obra de Bernhard Schlink: por un lado, cómo la experiencia personal devela vivencias decisivas de la niñez y, por otro, cómo los sucesos históricos condicionan profundamente el mundo en el que vivimos.

La primera ruta constituye el motivo inicial de la novela: Michael Berg evoca los recuerdos asociados a su iniciación sexual con una mujer mayor, Hanna Schmitz, y los distintos conflictos en los que fue desembocando esa relación, a la postre determinantes para la constitución de su carácter y sensibilidad.

La vuelta a ese pasado personal del protagonista es trazada por Schlink en clave fenomenológica. La memoria se dibuja apelando, sin excepciones, a la corporeidad: el modo en el que Berg percibió los movimientos de su amante, los aromas desprendidos de la intimidad, la textura de la piel en el contacto o el tono escuchado en las palabras; experiencias, todas ellas, que, por inscribirse en el marco de una revelación temprana, arraigaron fuertemente en su interior.

Otro factor que incide en ese afincamiento tiene que ver con la forma en la que dichas experiencias surgieron en una tensión casi dramática con el pecado. Son muchas las alusiones con las que la novela dibuja el choque entre la fantasía y la corrección, el cinismo y la culpa o la represión y el desbordamiento y; en consecuencia, no sorprende que Berg hable de sí mismo con palabras, incluso, contradictorias: “He hecho muchas veces cosas que era incapaz de decidirme a hacer y he dejado de hacer otras que había decidido firmemente”.

Debido a la naturaleza retrospectiva de la obra, de ella se proyecta una mirada nostálgica, pero, paralelamente, también el examen sobre cómo rebrota el pasado dentro del presente. Lo vivido establece rasgos, moviliza interpretaciones, busca equivalencias y alimenta promesas; de suerte que el vínculo con Hanna Schmitz sea para Berg un condicionamiento actual que él sabe perfectamente traducir en su lenguaje: “El deseo que en el sueño se aferraba a ella, no era sino el deseo de volver a casa”.

La tendencia hacia el pasado, así, no radica en alguna fruición de lo evocado, sino en la búsqueda de los presupuestos sobre los que se aferra el momento presente: un volver atrás para zarpar de nuevo hacia el ahora, un algo que se alberga en el interior y se activa permanentemente.

Por otra parte, acompañando esta íntima experiencia del tiempo, Schlink perfila una segunda vía para remontarse al pasado: el acontecimiento histórico. Dicha aproximación aparece también como tópico narrativo, puesto que, en la segunda parte de la novela, Berg ve de nuevo a Hanna tras un largo distanciamiento. Ese reencuentro, sin embargo, está mediatizado por una situación objetiva: el juicio que se adelanta contra la mujer por haber trabajado en un campo de concentración durante el régimen nazi.

Lo histórico se plantea en El lector siguiendo siempre un tratamiento problemático. En primer lugar, hay un dilema que sopesa la confianza de Berg en la inocencia de Hanna y su deseo de que, en todo caso, haya justicia frente a los crímenes que se le atribuyen. En segundo término, se presenta un tema más general que corresponde a la posición que debe asumir el protagonista, en tanto alemán, frente a las acciones que emprendieron las generaciones precedentes las de su propio padre y abuelo- en contra de la población judía y que, por supuesto, comporta su particular ponderación de argumentos, en este caso, sobre la complicidad, la responsabilidad o la coacción.

Schlink se revela aquí como un autor inteligente, porque, aun prescindiendo de las prolijas consideraciones filosóficas con las que alimentan sus reflexiones otros autores, ubica cuestiones primordiales como, por ejemplo, la contrariedad de juzgar a un criminal atemporalmente, la dificultad para atribuir la voluntad de una falta a quien está obligado a obedecer, o la manera en la que la historia eventualmente relativiza ciertos preceptos morales.

La novela, en este sentido, abre las puertas a discusiones complejas: la indiferencia a la que se aboca quien está expuesto constantemente a hechos que, en otras circunstancias, llamarían a la vergüenza o al espanto y; así mismo, la culpabilidad colectiva, que la narración se encarga de sustraer de la época del nazismo para proyectarla sobre una nación que ya ha madurado experiencias como el exilio o la resistencia, pero sigue entregada a un conformismo legitimador.

Refiriéndose al crimen del que se acusa a Hanna, Berg llega a decir: “Cuando intentaba comprenderlo, tenía la sensación de no estar condenándolo”; y esa lectura de una coyuntura en la que, por igual, convergen el mundo personal y el hecho histórico, pone de relieve el cariz terrible de quien participa, a su pesar, en una realidad latente. Por ello, bien puede sostenerse que Schlink hace parte de aquella tradición alemana Broch, Benn, Grass, etcétera- para la cual nada del pasado está zanjado definitivamente.

Acaso el título de la novela proponga una alternativa a ese conflicto que parece insoluble en la relación con el pasado: el lenguaje. La palabra es un punto de encuentro entre quienes deben tomar parte en la definición del mundo: allí está Berg leyéndole a Hanna un libro tras otro, porque quien queda al margen de la palabra se silencia, mientras que el que alienta su posibilidad, encuentra a quien dirigirse y convoca a otro para encarar conjuntamente el pasado que aflora.

Con El lector se ajustan los lazos que unen el mundo; la novela indaga sobre lo pasado y advierte que aquello sigue vivo y acuciante. Schlink sabe que, en el regreso a lo que cada uno fue y a lo que hemos sido en conjunto, se cifra la dura hermenéutica del ahora: “Cuando me siento herido confiesa Berg- vuelven a asomar las antiguas heridas, cuando me siento culpable vuelve la culpabilidad de entonces, y en los deseos y las añoranzas de hoy se ocultan el deseo y la añoranza de lo que fue”.

SCHLINK, B. (2013) El lector. Barcelona: Anagrama.
HOPPER, E. (1932) Room in New York.

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