Suetonio - Vida de los Doce Césares

by - enero 16, 2022


Suetonio destaca dentro de la amplia lista de historiadores romanos por su atención a los personajes individuales. Prueba de esto se halla en su obra De Viris Illustribus, dedicada al estudio de hombres de letras y, sobre todo, en De vita Caesarum, que reúne las biografías de los doce emperadores que pertenecieron a las dinastías julio-claudia y favia.

Esta obra aúna la formación retórica que recibió Suetonio con la documentación a la que tuvo acceso mientras trabajó como secretario en los archivos imperiales y sigue una disposición per species –no per tempora, como es usual en libros de su estilo-, pues las semblanzas están focalizadas en los asuntos que él consideró relevantes: las gestas de los emperadores, sus vicios, comportamientos y supersticiones.

Las primeras biografías, es decir, las de Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón ocupan la parte más gruesa del libro y en ellas es notorio el cuidado con el que Suetonio rastrea las genealogías que se solían aducir para probar el origen divino de los emperadores y, complementariamente, la influencia helénica en su formación filosófica, política y religiosa.

Así mismo, a razón de su mayor permanencia en el gobierno –hasta 40 años en el caso de Augusto-, en las semblanzas de estos emperadores es evidente una descripción más prolija de sus carreras políticas –el cursus honorum y la res gestae-, lo cual implica que, a las alusiones familiares y al retrato de sus costumbres, se suma aquí la revisión de su influencia en el debilitamiento o fortalecimiento del Imperio.

Con todo, lo que parece importar más a Suetonio en la elaboración de los perfiles tiene que ver con el comportamiento de los emperadores, aspecto que analiza ponderando sus actuaciones positivas –especialmente destacables en César y Augusto- y las negativas. Ese balance posee una orientación estoica, influenciada por Séneca y Cicerón, que invita a examinar las acciones corroborando el impulso que las produjo y la reflexión que las moderó para hacerlas virtuosas y libres.

De esta forma, Suetonio dibuja las inclinaciones personales de los emperadores y logra demostrar que en ellos existe una tensión que los obliga continuamente a asumir posiciones éticas, por ejemplo, aquellas que subyacen a la adopción de un tipo de vida –el humilde o el ostentoso-, al rechazo o no de los honores, al modo de impartir justicia –siendo crueles o benignos-, al control de las pasiones, o a la administración del poder en un sistema prácticamente dispuesto para el despotismo.

Estas consideraciones son esenciales puesto que ser emperador exigía la comunicación con un basto número de instancias: el pueblo, la nobleza, el senado, los esclavos, los libertos, el ejército, etcétera. Suetonio reconstruye esta condición también en términos dialécticos, explicando la relación particular de los emperadores con los otros y, al respecto, son cautivantes las páginas acerca de cómo estos fueron abriéndose camino hacia el poder, cómo enfrentaron el dilema entre imponerse o condescender y cómo respondieron a la presencia de sectores como el judío y el cristiano.

Tal vez el ámbito en el que Suetonio se muestra menos objetivo, más enjuiciador, corresponde al de la vida personal de los emperadores. Ya de Nerón, tras hablar de su papel político, afirma: “Hasta aquí hemos hablado de un príncipe, nos queda hablar de un monstruo” y, ciertamente, a la exposición de esas monstruosidades dedica, en cada caso, una buena parte de la semblanza. Así se tiene noticia de los vicios sexuales que tuvieron los emperadores, de su gusto por el adulterio y la abyección, del despilfarro de algunos y la tacañería de otros, de la depravación que fraguaron en el anonimato y de la satisfacción que encontraron en el vino, el asesinato o la crueldad.

Suetonio asocia ese inventario de excesos con una conducta ególatra que se expresa en la famosa sentencia de Calígula: “Orderint dum metuam” –“que me odien mientras me teman”-. Cierto que esta situación no se dio con la misma fuerza en todos los emperadores –en Galba y Otón, por citar un par, el tiempo no permitió que se hundieran en tales abismos-, pero, en todo caso, contó con figuras como la de Nerón que hoy por hoy sigue siendo referente de megalomanía, perversión y desenfreno.

Hay que decir, por otra parte, que, en contraste con esto, Suetonio se permite indagar también los temores de los emperadores. Hablando de Tiberio afirma que “lo que causaba sus vacilaciones era el miedo a los peligros que lo amenazaban por todas partes”, y esa misma tirantez entre insolencia y espanto la detecta fácilmente en los demás casos. Al respecto es singular la función que atribuye el autor a las familias, pues estas son alternativamente cercanas y temidas por los emperadores –hasta Nerón confesaba ser perseguido por el fantasma de su madre-, de suerte que abunden las alusiones a conspiraciones y crímenes de sangre.

La superstición, finalmente, es el otro horizonte que moviliza la Vida de los doce césares. Tal era la creencia que el propio Suetonio mostraba por esta clase de saberes que en su juventud abandonó la abogacía por un presagio y, aquí, en su obra, recoge innumerables prodigios vinculados al nacimiento o la muerte de los emperadores, la suerte en gestas militares o las decisiones concernientes al gobierno.

Como cabe esperarse de un saber heredado de los griegos y, a pesar de que en Roma pululara ya la increencia, los prodigios a los que se refiere Suetonio alcanzan tanto la simplicidad cotidiana como el destino vital de los hombres, y sus bases son siempre de orden natural, o sea, están asociadas a animales o fenómenos como sequías, derrumbes o apariciones.

Vida de los doce césares es un testimonio cercano del modus vivendi de los emperadores, ya que se escribió todavía en los albores del Imperio –durante el régimen de Adriano-; sin embargo, más ampliamente, es también un implacable informe sobre los límites de lo humano, transgredidos o ampliados, según como se mire, por personajes sobre quienes recayó un poder inconmensurable y, al mismo tiempo, ese sino trágico del que Domiciano se lamentaba: “¿Qué suerte hay más desgraciada que la de los príncipes?”.

SUETONIO (1974) Vida de los doce Césares. Barcelona: Bruguera.
WATERHOUSE, J. W. (1878) The Remorse of Nero After the Murder of His Mother.

You May Also Like

0 comentarios