Gottfried Benn - Doble Vida

by - febrero 22, 2021


La famosa sentencia con la que Nietzsche describe a Heráclito –“entre hombres era imposible como hombre”- es pertinente también para aludir a Gottfried Benn, esa figura controvertida que fue rechazada con igual severidad por todos los sectores relevantes de su época: los nazis, los judíos, la izquierda, la iglesia, los demócratas, etcétera.

La raíz de esta incomodidad parece radicar en la exaltación obsesiva que hace Benn del individuo y de su compromiso exclusivo con el arte, pues se entiende que una posición semejante tienda a vaciar de sentido las pretensiones colectivas.

Para Benn, por ejemplo, el Nacionalsocialismo le permitió a Alemania acceder al derecho legítimo de darse una nueva vida, y esa “embriaguez de destino” lo alcanzó a él mismo en tanto ario; sin embargo, a la hora de calificar su participación en la Wehrmacht, Benn la considera incidental, sin filiaciones militantes o belicistas; reducida, en suma, a las funciones de previsión que pueden asignarse a un médico.

Toda crítica la despacha Benn así: la de Klaus Mann y Döblin en atención a su ambigüedad; la de los intelectuales sobre su rechazo a la civilización; la de los detractores acerca de su oportunismo; y todas las otras que se levantaron a propósito de su repudio hacia las religiones, los profetas y los colectivos. Su defensa siempre apela a la instauración de una individualidad acomodaticia, a un camuflaje entre  coyunturas que prescinde de cualquier convicción.

Lo que cabe entender por Doppelleben es justamente eso: “Un desdoblamiento consciente, sistemático y tendencioso de la personalidad” que rechaza las síntesis o referentes para declarar la independencia de lo que vive –el arte del artista o la obra de la vida-. Se trata de cultivar la certeza de que “lo que se vive es distinto de lo que se piensa” y, en consecuencia, lo que se piensa, al igual que todo lo demás, siempre se mueve dentro de espacios propios.

Esta posición se enuncia en los ensayos que componen Doble Vida apelando a diferentes fórmulas: una renovación que permite salir del racionalismo y el estancamiento civilizatorio; una convicción que recupera el valor del discurso personal, negándose al alivio de contar con los otros; o una disyuntiva entre lo particular y los discursos enajenantes.

En todo caso, en los momentos más brillantes del libro, el tono que usa Benn para presentar su perspectiva es solemne: “La historia del hombre acaba de iniciar ahora” –dice-, una historia, acaso con un pasado borroso y un futuro aún incierto, pero al fin humana e individual, porque adviene tras los estragos dejados por Nietzsche: el hundimiento de la religión, la moral y la política. Y porque se trata de una demanda individual, lo que está en juego es la expresión de ese carácter, esto es, un fenómeno estético; no en vano el mismo Nietzsche sentenció que el arte sería “la última actividad metafísica dentro del nihilismo europeo”.

La postura de Benn se vislumbra desde muy temprano en su obra: ya en el poemario Morgue (1912) y, más aún en las novelas del ciclo Rönne y Pameelen (1915-1917), se advierte una indagación profunda sobre la individualidad: ¿cómo descubrir el yo?, ¿cómo dar forma al interior?, ¿cómo soportar el vacío?, ¿cómo superar la psicología continua que burla lo real sintetizándolo?, ¿cómo romper la razón que une el yo y el hecho?

Como esto es así, es decir, dado que el germen del que brota lo individual y su canal de efusión son el arte, se comprende que en Doble Vida la declaración del individuo coincida con la de un manifiesto expresionista. En efecto, ese hombre anunciado por Benn arriba con su propio mundo de expresión: todo el desprecio que se exhibe en el libro hacia la razón –“basta ya de verdades”-, el deseo de taladrarla hasta que brote de ella la poesía, en el fondo, constituye una exhortación a que el hombre modele las formas, plasme las imágenes de aquella obra cuya expresión anule todo lo demás.

En concordancia con esto, Benn sostiene que la época de los héroes ha muerto y, en su lugar, se abre un nuevo tiempo para el cual ya no es fundamental lo pintado, sino la expresión de quien está pintando. Ese individuo que se define en el arte, que libra el combate con la palabra para darle su devenir, que ha borrado en sus imágenes los rastros del ello y del para ser fiel únicamente a su impulso; ese individuo se apropia de la voluntad creativa y él mismo se hace expresión.

Este manifiesto lleva a rechazar, no solo a los novelistas burgueses –esos “filisteos”, “segundones”-, sino, además, al componente racial del arte, a los vínculos sociales o religiosos del mismo –“dios es un mal principio estilístico- y a todos los llamados representantes de la cultura, empecinados en atribuir al arte un sentido distinto al que tiene per se. Frente a esto, Benn levanta su estética: solo el arte puede “arrebatarle la forma a la decadencia europea”, nada más que él puede vivir al margen de la agitación, alcanzando la expresión de lo que, de otra suerte, sería indefectiblemente estéril.

En un mundo como el que concibe Benn, ajeno a las filiaciones, sin lazos colectivos o raciales, el individuo juega al camuflaje mientras define en su fuero interno la voluntad creativa: nadie más que él moldea su vida y da forma a la experiencia, funda y acuña todo lo que existe a través de la expresión, sin dejarse arrastrar por la descomposición de las cosas, ni caer en las fisuras cada vez más grandes de la nada.

BENN, G. (2003) Doble vida. Valencia: Pre-Textos.
MAGGRITE, R. (1927) Le double secret.

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