Las Elegías de Teognis comprenden 1389 versos, agrupados tradicionalmente en dos secciones. La primera de ellas –hasta el verso 1230– posee un carácter gnómico, de manera que constituye la parte que se declamó con mayor frecuencia en el marco del banquete. La segunda, en cambio, ofrece un contenido homoerótico de interés menos formativo y más elogioso.
Como afirmara Nietzsche, Teognis es un “Jano bifronte al que el pasado le parece bello y el futuro abominable”. En efecto, su poesía opone la convicción de una superioridad aristocrática –que él defiende– a las corrientes democratizadoras que ganaron terreno en Grecia a partir del siglo VI a.e.c. Teognis es la voz de un mundo en desaparición, la añoranza de un protoorden que solo volverá a estar vigente si jóvenes como Cirno –a quien el poeta dedica sus versos–, se elevan moralmente y se apropian del código aristocrático que él mismo aprendió de los sabios de antaño.
Aquello que, según Teognis, empieza a triunfar sobre la Grecia arcaica no es, en sentido estricto, una ideología política, sino la multiplicidad de expresiones que asume la ὕβρις humana, esto es, la desmesura, la desobediencia, la impudicia, la inversión de jerarquías, el saqueo de bienes, la imposición de nuevas leyes, la desaparición del ἦθος primordial, la codicia plebeya, el desenfreno, la injusticia, etcétera.
Es un panorama de confusiones en el que toda identidad se trastoca. Por ello, Teognis estima imprescindible restablecer los límites dividiendo radicalmente la sociedad entre nobles –ἀγαϑοι– y plebeyos –κακοι–. Para él, solo los primeros son cultos y virtuosos, de suerte que entrañen la posibilidad de enseñar el bien. Los otros, son ignorantes y deshonestos, por lo que hay que desdeñarlos e, incluso, atacarlos amparándose en una justicia restituyente.
A lo largo de las Elegías se refuerza este juicio esencialmente negativo contra lo no aristocrático. Para Teognis hay una asociación directa entre ser plebeyo y deshonesto; la pobreza, en su opinión, “revela el hombre vil”, y hasta tal punto no puede hallarse en ella ningún valor, que el poeta sentencia: “Nunca está erguida la cabeza de un esclavo, sino siempre inclinada y tiene su cuello torcido”.
Teognis no considera que la maldad sea connatural a los plebeyos: esta es el resultado de trabar amistad con hombres insolentes que se entregan al engaño. En todo caso, sí despliega una fatalidad sobre el plebeyo, pues asegura que es más fácil que un hombre bueno se torne malo que uno malo devenga bueno. Es un movimiento que Teognis justifica con la dificultad de inculcar sentimientos nobles o de enseñar la ἀρετή, pero que, en el fondo, esconde el deseo de tapiar las ventanas por las que un advenedizo asomaría a las prerrogativas de la aristocracia.
Las Elegías, así mismo, vinculan a los dioses dentro de esta discusión. Para Teognis, ningún hombre es completamente culpable de su ruina o prosperidad, son los dioses los dispensadores de ambas. En este sentido, a nadie le resulta bien cuanto desea, así como tampoco le es dado controlar por entero las consecuencias de sus actos. La balanza de Zeus se inclina unas veces hacia un lado y otras en dirección opuesta, de manera que “nadie es rico ni pobre, ni bueno ni malo, sin la ayuda de la divinidad”, de cuyo dominio es imposible sustraerse.
Pues bien, esta certidumbre, aunada al derrumbe de un mundo hasta entonces claro, lleva a que, en muchos de sus versos, Teognis increpe a Zeus con distintas preguntas: ¿cómo el soberano de todo tolera el mismo destino para nobles y plebeyos?, ¿cuál es el camino para agradar a los dioses si no lo es el respeto de los viejos valores?, ¿cómo, después de testimoniar una injusticia, podría verse aún con respeto a los dioses que la permitieron?
Muchas líneas de las Elegías llevan esta recriminación a niveles intensos, pero, ese ánimo se atempera cuando Teognis reconoce que ni siquiera los dioses agradan a los hombres por igual y que saber lo que alberga en su interior cada uno es ya, para ellos, una gran calamidad. Por ende, en un giro brillantísimo, Teognis descubre que ha de rogarse a los dioses no por riqueza o virtud, sino por la buena suerte –Τύχη– que haría converger positivamente todo. Hay aquí un reconocimiento del azar y, por ende, una entrega trágica a él, un precipitarse hacia lo incontrolable, deseando solo “ser afortunado y amado por los dioses”.
Claramente, tratándose de un texto gnómico, esta línea religiosa no resultaría suficiente si no se le sumase una filosofía práctica. Así, Teognis enseña a Cirno, por ejemplo, que, más allá de que la aristocracia esté privada de su riqueza y, en consecuencia, de su liberalidad, la posesión de bienes es ocasionalmente motivo de locura o ruina; Zeus también envía abundancia para atormentar a los hombres, y quienes son conocidos únicamente por su hacienda tienen un valor apenas relativo.
Como en su época la riqueza empezaba a estar en manos de las clases ascendentes, Teognis se repliega en la defensa de la virtud como rasgo por excelencia de la aristocracia. “No cambiaremos dinero por virtud”, aclara Teognis, y existen muchos versos dedicados a exaltar cómo se gobierna con valentía la desgracia producida por otros hombres o dioses. Esa virtud es, primero, la prueba de que se es el mejor, pues la gloria surge de las empresas difíciles; y, segundo, un valor heroíco: “Lo que está destinado sufrir, en modo alguno temo sufrirlo”.
La virtud aristocrática es propuesta por Teognis como moderación, equidistancia frente a los excesos: in medio stat virtus. Constituye, por esta razón, un antecedente del término medio aristotélico que, sin duda, tomó el poeta de Quilón: Μηδέν άγαν –“nada en demasía”–. Lo interesante es que, como parte de una filosofía del porvenir, o sea, como lance que quiere recuperar valores del pasado, la virtud de Teognis quiere medirse frente a lo que vendrá: será baluarte si se restablece el dominio aristocrático o, al menos, consolación frente al dolor, en el caso contrario.
Aunque las Elegías apelen un par de ocasiones a la esperanza, en general delinean una perspectiva sombría. No debe olvidarse que también en ellas comunicó Teognis la sabiduría de Sileno –v. 425– y que los hombres nobles, según decía, ya entonces cabían en una sola nave. Pese a todo, por esa defensa de la vida anterior a la democracia, de los mitos de los que extrajeron sus jerarquías los griegos, de las diferencias que hay entre un hombre y el otro, pareciera haber aquí algo de eso que Nietzsche llamó pesimismo de la fortaleza: la honradez que no se rinde ante el vacío, sino que es capaz aún de gritar con valentía: “Insensatos y necios los hombres que lloran a los muertos y no a la flor de la juventud que se marchita”.
TEOGNIS (2010) Elegías. Madrid: Cátedra.
GODWARD, J. W. (1898) Eighty and Eighteen.