Cicerón - Sobre los Deberes
Aunque Cicerón no hizo parte de la conjura que llevó a la muerte de Julio César, sí defendió a los implicados en varias instancias políticas, gesto que le valió la enemistad de Marco Antonio y el exilio en el que escribiría su última obra filosófica: De Officiis –Sobre los deberes- (44 a.e.c.).
Según acostumbraba, Cicerón recurrió a fuentes estoicas para confeccionar este tratado, particularmente a las de Panecio –quien es glosado en numerosos pasajes- y Posidonio; pero, así mismo, a tesis provenientes del aristotelismo. La obra, por otra parte, fue dedicada a su hijo Marco, de quien se sabe por el testimonio de Séneca, que desatendió el llamado de su padre a la rectitud, llegando a deshonrar su nombre.
En términos generales, el tratado versa sobre la honestidad –honestas, κᾶλον- como virtud cardinal y los modos en que esta se expresa en los deberes particulares de la sabiduría (en el plano teórico) y de la justicia, fortaleza y templanza (en el práctico). Para dar cuenta de ello, Cicerón dedica toda la primera parte de su trabajo a la descripción de estos deberes; después, se ocupa de su utilidad en la vida cotidiana; y, finalmente, desmiente las aparentes contradicciones entre lo honesto y lo útil.
Las consideraciones sobre la sabiduría son las menos prolijas en el libro, debido a que el interés de Cicerón es, ante todo, la consecución de un hábito –ἦθος, mos-. De hecho, plantea que toda teoría concerniente a la sabiduría habría de reducirse a resolver la pregunta: ¿cómo tomar determinaciones sobre las cosas honestas? Y, en buena medida, la respuesta la provee él mismo al exhortar, por un lado, a no dar por conocido lo que se ignora y, por otro, a evitar el celo desmedido por cuestiones innecesarias.
En cuanto a la justicia, el abordaje de Cicerón es predominantemente político, pues la define como la especie de lo honesto que mantiene unida la sociedad. Así, la injusticia se advertiría tanto en quien injuria, como en el que, descuidando su obligación de amparar, no defiende al injuriado. Detrás de esta formulación se rastrea a Terencio –“Nada que sea propio de los hombres nos es ajeno”- e, incluso, a Horacio –Tua res agitur paries cum proximus ardet-, con quienes Cicerón coincide al fundamentar la justicia en la fidelidad a las promesas, la conducción sabia de la benignidad, la distinción público-privado y la elusión de la venganza.
El estudio de la fortaleza, posteriormente, lo desarrolla Cicerón a partir de una línea negativa (el desprecio de las cosas externas si estas no son honrosas, v. gr., el dinero o la fama) y otra positiva (la observancia de lo grande y útil, aunque esto revista dificultad). En este aspecto, la obra sigue el estoicismo tradicional, si bien dicho engarce se rompe cuando Cicerón se inclina, no hacia la vida tranquila del retiro y el cuidado de bienes pequeños, sino hacia lo más provechoso para el género humano. Tan convencido está de ello que asegura que quienes desprecian cargos públicos o militares para favorecer su ascetismo, deberían ser vituperados, ya que virtudes como la dirección de la razón, la disciplina del cuerpo o el sosiego ante la inestabilidad de la fortuna solo revelan su verdadera magnitud en el rol de ciudadano –cīvitātis-.
Cerrando su revisión de los deberes, Cicerón medita acerca de la templanza. Al respecto, distingue cuatro formas en que se manifiesta la condición del hombre –lo que es por Naturaleza (un ser racional), lo que tiene de persona (su carácter), lo que hacen de él las circunstancias y lo que llega a ser por voluntad-. Su esquema es fértil para estudiar cómo evadir la sedición de las pasiones, pero, sobre todo, para subrayar que, a diferencia del estoicismo arquetípico, Cicerón promueve una filosofía que no pretende experimentar lo que pertenece a temperamentos ajenos, sino privilegiar la actuación conforme a la propia personalidad.
Ya que, según Cicerón, la Naturaleza nos ha puesto en el mundo para la austeridad y las graves ocupaciones, aquí aparece de nuevo la inveterada búsqueda de adecuar las acciones a la moral, seguir la ley natural y pensar reiteradamente el género de vida que tenemos y el modo en que este es congruente o no con una visión armónica del mundo. En este sentido, su disertación encara las doctrinas del orco rerum y el oportunitas temporum, entendiendo que la virtud descansa en la conformidad con el orden y el tiempo en el que las cosas deben darse.
Como antes se indicó, la segunda parte del libro la emplea Cicerón para investigar el tema de la utilidad. En su opinión, de las cosas dispuestas para la conservación humana (sean estas animadas o no) jamás podrá aseverarse algo eo ipso. En consecuencia, que estas sean útiles dependerá de la sabiduría desde la que nos relacionemos con ellas para no turbar la paz del alma, perder los límites de la moderación o romper la conciliación social a la que estamos abocados.
Cicerón hace hincapié en el nexo entre política y utilidad, alertando con numerosos ejemplos sobre el peligro de confundir la justicia con la crueldad, regocijarse con los aduladores y arruinarse malinterpretando la benevolencia. En él, hay un tono continuamente reprobatorio de los vicios que encarnaron los gobernantes de su época, a saber: anteponer los espectáculos a las obras, expropiar los bienes privados o justificar la rapiña tras las victorias bélicas.
Sobre los deberes concluye con la discusión en torno al dilema entre lo honesto y lo útil. Para Cicerón es vergonzosa la simple insinuación de que haya acciones honestas que no sean útiles o acciones útiles que no sean honestas; en todo caso, analiza varias de ellas con el objetivo de refutarlas. Sin duda, la de mayor interés, dada su vigencia, corresponde a la del asesinato del tirano. Cicerón califica este acto de útil y no deshonroso en la medida en que las acciones terribles del tirano declaran de facto su salida del derecho social y, por tanto, nadie habría de sentirse compelido por alguna clase de deber frente a él.
En suma, el tratado de Cicerón constituye una de las mayores obras del estoicismo político y esto justifica su positiva recepción histórica. Voltaire mismo afirmaba del libro: “Jamás podrá escribirse algo más sabio, ni más verdadero, ni más útil”. Su puesta en marcha, empero, es siempre un asunto más complicado y da ocasión a preguntarse, recuperando la vieja metáfora de Giges, si actuaríamos con corrección y honor si tuviésemos la absoluta certeza de que un poder superior ocultará para siempre a los demás la verdad de nuestros actos.
CICERÓN (2008) Sobre los deberes. Madrid: Alianza.
WATERHOUSE, J. W. (1883) The Favourites of the Emperor Honorius.
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