Alejo Carpentier - El Reino de este Mundo

by - julio 25, 2022


Las ideas que expone Alejo Carpentier acerca de lo real maravilloso en el prólogo de El reino de este mundo (1949) han sido consideradas como una postura estética y hay quienes, incluso, les han otorgado la condición de manifiesto. El mismo autor siguió esas indicaciones, si bien no de forma sistemática, para la redacción de su novela, de suerte que hay en ella una correlación teórica y literaria.

Como se sabe, Carpentier entiende por real maravilloso no los juegos de prestidigitación surrealista, sino aquel mundo que “surge de una alteración, de una revelación privilegiada, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un estado límite”.

Al no ser una invención impostada o una defensa a ultranza de la fantasía, lo maravilloso es, ante todo, un flujo que discurre naturalmente dentro de la realidad. Por tal razón, en El reino de este mundo, Carpentier se remite a la historia para mostrar cómo se dibujan los contornos de lo mítico en ella: cómo, por mor de su singularidad, la danza, el ritual, la fiesta y la religión amplían el espectro de lo real, revelándolo como inédito.

Siguiendo los avatares de Ti Noel, la novela aborda inicialmente los antecedentes de la Revolución Haitiana, centrándose en Mackandal, el taumaturgo que opone a los franceses el misticismo de la raza negra. Después, se desplaza a los episodios de la Revolución herencia indudable de Mackandal- y al advenimiento de Henri Christophe como soberano. Por último, la obra rastrea las nuevas penurias de los desposeídos y el viraje de la Revolución ante el déspota negro.

En términos generales, la obra propone una tajante diferenciación entre el mundo africano y el europeo. No son pocas las alusiones a la magnificencia de las ciudades, los mercados y la naturaleza de África, así como a la supremacía de sus reyes al mismo tiempo guerreros, jueces y sacerdotes-, todo esto frente a la decadencia disfrazada de los príncipes de Europa. Del reconocimiento de esa grandeza surge la profecía de la revolución negra, el anhelo de dar fin definitivamente al “desgarrado gemir del exilio”.

En el inicio de la novela, la labor profética recae sobre Mackandal: él mantiene la memoria de los viejos relatos aquellos que hablan del Gran Allá: de Guinea, Angola, Nagós-; ademas, está investido por los dioses como houngán hacedor de prodigios y posee el don de la metamorfosis con el que se vincula a la totalidad material del mundo, mientras vigila la fe de sus creyentes.

Los pasajes en los que se dan esas transfiguraciones y particularmente la escena en la que se produce la apoteosis de Mackandal, esto es, su diseminación en el cuerpo de los negros, son ejemplos de cómo lo maravilloso fluye en el marco mismo de la realidad histórica. Ante esto, cabe esperar la incomprensión de un personaje como Monsieur Lenormand de Mezy, quien, proyectándose desde la cosmovisión europea, solo ve en el frenesí de los negros las señales de su insensibilidad e inferioridad racial.

El valor mitológico de Mackandal se mantiene, tras su muerte, como religión secreta que alienta las revueltas de Dutty Boukman. Este personaje insistirá en el pacto sellado entre “los iniciados de Acá y los grandes Loas del África”, exhortado a los haitianos a esa Revolución que, con el auxilio de los jacobinos esos “idiotas utopistas que se apiadaban en París del destino de los negros”- y las armas españolas, erradicó la dominación francesa sobre Haití.

La novela de Carpentier se ocupa de los capítulos de esa guerra con toda la exaltación de lo real maravilloso: “hombres que cerraron con el pecho desnudo las bocas de los cañones”, “hombres que tuvieron el poder de apartar de su cuerpo el plomo de los fusiles”, conjuros de divinidades que sirvieron para levantar enemigos por el aire o, incluso, amasados de café, trigo y sangre con los que se logró hacer volver la cabeza de los antepasados.

Aquella Revolución trajo como consecuencia el nacimiento de un mundo enteramente negro, pero este se revelará contradictorio tan pronto como el esclavo se convierta en déspota. Así, siguiendo las represiones, el fausto y los excesos del negro Henri Christophe, toda la parte central de la novela muestra la ignominia de caer en la servidumbre del semejante, de un amo tan mordaz que supera los abusos de los blancos.

La obra de Carpentier ahonda con lucidez este punto, desvelando las zonas en las que se produjo la ruptura de la comunidad negra. Una de ellas atañe a la separación del mito: Christophe es un hombre que no oculta su miedo al vudú, su inclinación al catolicismo y su añoranza de replicar un modelo monárquico cuya jerarquía radica en no valorar como provechosas las creencias del pueblo.

En todo caso, como la revolución hace también de Christophe un objeto de sus ataques, la obra sigue alimentándose de ese ánimo y señalando los derroteros por los cuales se intensificó para acabar con las sujeciones de entonces: el trabajo obligatorio, las prerrogativas de ciertos mulatos y las disposiciones en contra de la religión. Esta es, acaso, la parte más reflexiva de la obra, porque el ya anciano Ti Noel, testigo de tantas transformaciones, desespera “ante ese inacabable retoñar de cadenas, ese renacer de grillos, esa proliferación de miserias, que los más resignados acababan por aceptar como prueba de la inutilidad de toda rebeldía”.

Si es verdad, como afirma Carpentier, que lo real maravilloso es patrimonio de toda América y que la historia de este continente es, en últimas, la crónica de lo real maravilloso, cabría hacer extensiva a otros pueblos la ponderación que hace del destino haitiano. En ella, al contrario de lo que puede pensarse, no palpita una dimisión o un desaire, sino la obstinación de quienes, sin saber enteramente por qué esperan o para quién padecen, cifran su grandeza y acción estrictamente en los límites de este mundo.

CARPENTIER, A. (1972) El reino de este mundo. Barcelona: Seix Barral.
LAM. W. (1943) La jungla.

You May Also Like

0 comentarios