Thomas Mann - Consideraciones de un Apolítico

by - agosto 15, 2021


La inminencia de la Primera Guerra Mundial forzó a Thomas Mann a suspender su trabajo literario para encarar la tarea de reflexionar acerca del conflicto que se cernía sobre Europa. Así, entre 1914 y 1918, organizó los apuntes que luego se publicarían bajo el título Consideraciones de un apolítico y que llegarían a gozar de una recepción controvertida debido a la supuesta ambigüedad de sus ideas.

Aunque Mann consideró su libro como “una autoaclaración” solo polemizable en el terreno de su pensamiento, la noción de apolítico –unpolitischen- que se desarrolla en sus disquisiciones sugirió no pocas interpretaciones equívocas. Incluso hoy sigue sin esclarecerse con suficiencia que esa formulación surge de un constreñimiento según el cual se es político únicamente dentro de los límites de la democracia. En este sentido, la condición de apolítico implicaría para Mann, ante todo, la negativa de asumir un lenguaje ajeno al del espíritu alemán, por antonomasia conservador, antidemocrático e imperialista.

Entender esta postura obliga a fijar una distinción radical entre Alemania y el resto de Europa. Como pueblo, los alemanes han seguido un derrotero que no coincide, políticamente hablando, con el de la civilización occidental: su historia está fundada en una voluntad aristocrática y en un nacionalismo de sesgo imperial, elementos que discrepan con la postura europea que ve en la democracia y el estado-nación los fines últimos de lo político.

Por tal razón, lo que descubrió Mann en la guerra, más allá de sus motivaciones aparentes, fue el anhelo europeo de que Alemania dimitiera de su espíritu y se acoplara al discurso político común. En sus palabras, se trataba de “una guerra de la Civilización contra Alemania”: un ultimátum hecho a su pueblo para hacerlo desistir de aquel destino superior al que se siente abocado; una embestida para domeñar su orgullo y obligarlo a asumir la verdad de la igualdad, los derechos y el civismo.

Como acérrimo alemán, Mann defendió en sus Consideraciones el espíritu germano: ese eterno protestar que ha enriquecido su cultura, ese conservadurismo que sospecha de la política, ese nacionalismo que preserva los valores tradicionales. Y, así, en un doble movimiento de embate y defensa, abrió el panorama de la guerra, descubriendo los conflictos que como escritor, pensador y alemán lo convocaban.

Dos desenmascaramientos hizo inicialmente: el primero corresponde a lo que él denomina el literato de la civilización, esto es, el escritor –alemán o extranjero- que, comprometiéndose hasta la ceguera, convierte su obra en una trinchera desde la que aboga por la democracia, mientras recrimina y excluye todo arte que no responda a rótulos sociales. En segundo término, Mann denunció la vacuidad del humanismo, detrás del cual solo advertía la castración del individuo y la erradicación de lo necesario en favor de una puerilidad llamada progreso.

Por supuesto, el principal blanco de sus señalamientos fue la idea misma de democracia, que una y otra vez calificó de superficial e incompatible. La democracia es para Mann una forma de la decadencia: la maquinación que reduce la nobleza del gobierno a la fútil conformidad del voto; la indistinción que equipara enfermizamente lo sublime y lo mediocre. Esa invención la atribuía Mann directamente a Inglaterra y a Francia, subrayando que haría parte de sus mecanismos colonizadores: sucumbir a ella resultaría entonces equivalente a replicar una ideología enajenante.

Por otra parte, Mann, rescatando el germanismo de quienes él consideraba sus maestros –Nietzsche, Schopenhauer y Wagner-, destacó que la guerra no ponía en disputa exclusivamente asuntos territoriales o políticos, sino que, además, abría un escenario en el que se enfrentaba la cultura alemana contra los valores foráneos. Mann consideraba el espíritu de su pueblo profundamente masculino y, por ende, incompatible con la igualdad democrática que enseña la humillación del espíritu, la cesación de la fuerza y el silenciamiento de la alta expresión individual.

Muchas páginas de las Consideraciones están dedicadas a justificar la necesidad de aquella aristocracia –artística, científica, gubernamental- que, en opinión de Mann, buscan obstinadamente los alemanes. Si su pueblo es libre, lo es en el sentido de esa desigualdad que lo exhorta a medir permanentemente el propio poder y, de allí, según sea el caso, a dirigir con nobleza a los otros o a obedecerlos con la fidelidad de quien actúa persiguiendo la grandeza que emana de sus acciones.

Alemania no responde a los discursos sociales; aquel pueblo conoce demasiado bien la artificialidad de ese imperativo. En cambio, se identifica con una cultura que descansa, no solo en su oposición a las otras, sino en su propia tensión interna. “La nación alemana no puede tener un carácter a la manera de las otras naciones”, afirmaba Mann, porque este pueblo no está conformado por seres enajenados, igualados por decreto político, sino unidos en el seno de un espíritu que lleva sus contradicciones a la asunción de un espíritu superior que las trasciende.

Hay, como se ve, una actitud apologética a lo largo de las Consideraciones; y esa inclinación paralelamente arriba a determinadas conclusiones: la falaz equiparación de artista e intelectual, el valor del arte como preservador de posibilidades espirituales, la esterilidad de los principios políticos occidentales frente a la grandeza del pueblo alemán, entre otros.

En su época debió sorprender a muchos el no encontrar en Thomas Mann un pronunciamiento pacifista. De hecho, sus reflexiones vienen a justificar la guerra como fórmula para que Alemania no pierda su cultura frente a las embestidas extranjeras. A través de ella, se alcanza “un mejoramiento, un ennoblecimiento de lo humano”; de suerte que Mann llegase a escribir: “Quien venere, ame y afirme lo humano debe desear, ante todo, que permanezca completo; no querrá echar de menos entre sus variedades, la del guerrero, no querrá que los seres humanos se dividan en comerciantes y literatos, lo cual sería, por cierto, la democracia”.

De lo anteriormente expuesto se desprende la controversia que tuvo la postura de Mann. Con todo, derivar de sus planteamientos un aval a lo que vendría para su pueblo durante la época del nazismo constituiría un ex abrupto. De entrada, las Consideraciones de un apolítico no son, en rigor, una arenga bélica, sino, como se indicó, una suerte de autoesclarecimiento que este genio de la réplica esgrimió para ratificar lo que irónicamente dijera Voltaire (un francés) sobre su pueblo: “En el fondo de todo problema, siempre está un alemán”.

MANN, T. (2011) Consideraciones de un apolítico. Salamanca: Capitán Swing.
GROSZ, G. (1918) Gefährliche Straße.

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2 comentarios

  1. Me atrae mucho conocer más a este autor. Me he leído sus obras principales y su breve biografía "Relato de mi vida". Lo asemejo un poco a Zweig, una persona que vivió el fin de una época. Un saludo

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  2. Así es, Esther. Thomas Mann es un autor fundamental y, como mencionas, el último de una gran época. Por cierto que, al respecto, él dice en este libro que se considera el último escritor de la tradición burguesa alemana.

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