Søren Kierkegaard - Temor y Temblor

by - abril 24, 2021


El malestar que manifestó Kierkegaard frente a su época dotó su obra de una fuerza especialmente contestataria. Así, mientras la mayoría de sus contemporáneos abanderaban el discurso del progreso, él se replegó en la defensa de una fe que, a pesar de sus antecedentes –Schleiermacher, Schlegel, Lessing-, se proyectó con tanta originalidad que en ella se halla el germen del existencialismo.

Kierkegaard se opuso a quienes anunciaban el triunfo de la razón y abogó por la reivindicación de la fe, comprendiendo que, a diferencia de los saberes científicos, esta pasión se presenta a cada nueva generación en su punto inicial y, en consecuencia, no constituye una experiencia realizada, ni para la sociedad, ni para el hombre concreto que la asume.

Temor y temblor (1843) surge de esta demanda y, valiéndose de la figura de Abraham, demuestra que la fe no se remonta a un mundo venidero, sino que se ejerce sobre el terreno de esta vida, pues la paradoja que le da origen así lo expresa: entregarse a lo absoluto salva la particularidad del individuo.

Como se sabe, a Abraham le fue prometido que “en su semilla serían benditos todos los linajes de la tierra”; sin embargo, tuvo que esperar cien años para que del vientre infértil de Sara naciera Isaac. Ese hijo unigénito es el que dios pidió a Abraham sacrificar en la montaña de Moriah, a la cual se dirigió cuando hubo llegado el momento.

Desde el inicio de su disertación, Kierkegaard concibe a Abraham como el hombre que abandona la razón para abrazar la fe: es el modelo de quien realiza esta pasión proprio motu et propriis auspiciis: “Abraham hace el movimiento de la resignación infinita renunciando a Isaac (lo que nadie comprende porque es una empresa privada) y, a su vez (y en todo momento), lleva el movimiento de la fe, ese es su consuelo”.

Kierkegaard juzga la resignación como un paso previo a la fe, puesto que aquella consiste estrictamente en la entrega ciega a lo absoluto: su movimiento se reproduce cada vez que el mundo amenaza con desbordar al individuo y este deja lo temporal para abandonarse a la eternidad divina. La fe, por el contrario, no implica una renuncia, sino la recuperación de lo temporal por efecto del valor que se demuestra al permanecer en el absurdo.

Por supuesto, la renuncia no constituye un acto sencillo: su realización reviste siempre una Anfaegtelse –es decir, un estado de horror religiosus, de inquietud y ansiedad espiritual-. Por ello, Kierkegaard considera la angustia como el elemento central en la historia de Abraham; su circunstancia es terrible, no solo por el dolor que implica ofrecer a su hijo en holocausto, sino primordialmente porque ese sacrificio se hace en nombre de un absoluto cuyo lenguaje resulta incomprensible para el hombre.

En todo caso, esa misma resignación y la fe que paradójicamente reconcilia a Abraham con lo que existe garantizan que su sacrificio se distinga de un asesinato. “Si la fe no puede transformar en un acto sagrado la intención de dar muerte a su hijo –dice Kierkegaard-, Abraham deberá ser juzgado de idéntico modo que cualquier otra persona”. De tal suerte, cabe afirmar de Abraham que con la resignación se entrega a dios, pero con la fe recupera a Isaac.

La paradoja es la forma recurrente desde la cual Kierkegaard interpreta el relato: Abraham no quiere ver morir a su hijo y no comprende la razón del sacrificio, máxime cuando espera ser padre de generaciones; no obstante, renunciando a sus deseos, se da a lo absoluto y persiste allí firme, a pesar del dolor de perder lo que más ama. Ese es el valor de la fe por el cual dios le concede tener de nuevo en lo temporal a Isaac.

Teniendo en cuenta estas cualidades, Kierkegaard considera que Abraham es una figura superior a los héroes griegos. Del contraste reiterativo que establece en la Problemata extrae los argumentos para demostrarlo: Abraham, por ejemplo, no se restringe a un τέλος ético, antes bien, lo suspende en su formulación de “amar al hijo” cuando se abandona a lo absoluto. Del mismo modo, la virtud de Abraham es superlativa porque, mientras la de los griegos obedece a una utilidad, en su caso responde a una especie de egoísmo amoroso.

En su comparación, Kierkegaard destaca, además, que el héroe griego siempre hace lo manifiesto, esto es, actúa bajo el amparo social, pues los demás conocen la necesidad de sus actos y prevén –diríase, incluso, anhelan- sus consecuencias. El caso de Abraham es harto diferente porque su camino lo emprende en solitario y sufre su Anfaegtelse en silencio. Otra extraña paradoja se le cierne: “Calla, pero no puede hablar”, lo cual significa que aquello que diría no es posible formularlo en lengua humana.

En este sentido, Abraham, posicionándose más allá de la ética y atendiendo exclusivamente su deber absoluto con dios, realiza un acto que lo hace ser más particular. Nadie sería capaz de comprenderle o de acompañarlo. La renuncia y la fe son experiencias fundamentalmente individuales, de suerte que condenen a la soledad. Con su acción, ni siquiera busca Abraham enseñar el camino a otros, “solo las naturalezas inferiores encuentran las premisas de sus actos fuera de sí mismas”.

Porque Temor y temblor anuncia este aislamiento radical del individuo, cabe entender la obra como una crítica profunda a la mediación religiosa y como una apología de la vía más severa para vivir la fe: “Todo eso que nos resulta incómodo, todo eso que haría difícil nuestra vida y nos impediría disfrutarla: el hecho de tener que morir a uno mismo, la renuncia voluntaria, el odio a sí mismo, el deber sufrir por esa doctrina”.

KIERKEGAARD, S. (2020) Temor y temblor. Madrid: Alianza.
REPIN, I. (1885) Иван Грозный и сын его Иван.

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