Fernando Pessoa - Noventa Poemas Últimos

by - febrero 27, 2021


Deseaba Pessoa que “la poesía fuese algo más que escritura”, considerando que con ella se evoca, no solo una imagen, sino, además, a quien la insufla con su ser. En Noventa poemas últimos, ese lamento se recoge y, lejos del auxilio de los heterónimos, Pessoa lo encara de forma personal exponiendo las particularidades que tiene en las postrimerías de su vida (1930-1935).

Aquello que hay más allá de la escritura, o sea, la experiencia que por ella se evidencia, corresponde, en el caso de Pessoa, al reconocimiento de estar arrojado, de aparecer en un mundo que apabulla y, frente al cual, fracasan las formas de aproximación, ya sea por las limitaciones inherentes a la razón o los engaños a que conduce lo irracional.

Lo primero, es decir, el pensamiento, resulta un mal garante del sentido, puesto que él mismo se “viste de nada”: a su lenguaje no le es dado explicar los intríngulis del alma ni distinguir con claridad las vivencias del hombre. Incluso, debido a su constitución, confunde lo hecho y lo pensado hasta el punto de que, como afirma Pessoa, pensar sea un desmembramiento.

Algo semejante ocurre al persuadirse de que pensar es otra manifestación del incontrol –“uma locura que vem de querer compreender”-: dominar el pensamiento es una tarea que supera al hombre, quien, sometido al cambio de los razonamientos y a la falta de firmeza, pierde la unidad de su espíritu: “Se a gente se cansa do mesmo lugar, do mesmo ser por que não se cansar?”.

Ante este fracaso del pensamiento, Pessoa se vuelca sobre la idea de lo irracional: el alma, de no ver, sueña –advierte-, así que en muchos poemas va destejiendo la idea del sueño como única existencia; un espacio que se acomoda, merced a su naturaleza, a la versión que tenemos de lo real, a saber: que aparenta vivir, siendo apenas ilusión.

Pessoa llega a proponer, incluso, que si la razón no penetra en la totalidad de las cosas, jamás será factible aseverar la falsedad del sueño; en este sentido, aunque este sea producto del no saber, en todo caso, a raíz de la fragilidad del pensamiento, siempre podrán invertirse los términos: “Ser consciente é talvez um esquecimento. Talvez pensar un sohno seja, ou um sono”.

Desde esta perspectiva, a través del sueño el hombre vuelve a la posesión de su espíritu y deja de lado la falsa idea del ser. En otras palabras, como para Pessoa las imágenes del pensamiento no son más reales que las soñadas, una vida es perfectamente concebible desde el exclusivo deseo de estas últimas: “Quero poder imaginar a vida como ela nunca foi, e assim vivê-la, vívida e perdida, nun sonho que nem dói”.

Con todo, también el sueño es caída –“durmo numa descida, descida em que não vou”- y soñar desgasta tanto como pensar, así que el énfasis de Pessoa termina concentrándose en la entrega sincera a la nada, la divagación en un opio de memoria y abandono. Se trata de una especie de refugio: el sosiego que adviene tras aceptar sin aflicciones que no cabe esperar algo del futuro, que es necesario descansar, extraviarse, rendirse, aspirar solo a la bruma: “Mais vale a névoa que a vida”.

Los poemas de Pessoa vuelven obsesivamente a dibujar esta búsqueda con metáforas de diferente tipo: entregarse a la nada es ser rumor de agua a los pies de un adormecer, es entender que lo que espera perennemente esperará, es aprender que todo lo que se haga siempre estará equivocado. Y, precisamente por esto, porque solo es cierta la nada del presente, debe responderse a ella en términos de negación: no de otra manera le es posible al hombre acercarse, al fin, al ser.

Y, como esta derrota infligida al hombre, no responde únicamente a lo que constituye su mundo exterior, sino que expresa, ante todo, su condición interna, la metafísica que desarrolla Pessoa es verdaderamente abrumadora. Así, varios poemas abordan el problema de la disgregación –“Deus não tem unidade, como a terei eu?”-, es decir, la ausencia de eso que, subsistiendo en el hombre, garantice su unidad. Justamente, el Πάντα ῥεῖ heracliteano es glosado por Pessoa “cada um é muita gente”- para declarar la imposibilidad de distinguir aquellos que hemos sido y la tensión de esos otros que ahora somos.

Esto explica que el abandono al que invita Pessoa proyecte una fuerte sensación de soledad. No conocerse impide concebir al otro como confidente, como semejante; el otro es siempre lo que no desea encontrarse, el frío, el daño; el otro es aquel que jamás intuye, al tocar la puerta, que en nuestro interior se vela a un muerto.

Tal vez porque, como se mencionó, estos poemas fueron escritos cuando Pessoa se acercaba a la fecha de su fallecimiento, la muerte es un motivo recurrente en ellos, solo que, fiel a las ideas que van dando forma a su particular filosofía, Pessoa la aborda de un modo casi estoico, convencido de que morir no significa nada para quien ha comprendido que todo en el mundo es ficción: “Já estou tranquilo. Já não espero nada. Já sobre meu vazio coração desceu a inconsciencia abençoada de nem querer uma ilusão”.

La obra poética de Fernando Pessoa está cargada de una presión agobiadora, pero dentro de esa obcecada metafísica, de ese tenor febril y lóbrego, se levanta la lucidez, la clarividencia y, quizá, por qué no, el horror de la verdad, esto es, que los hombres no somos más que el vestigio de un pasaje entre el anhelo vano y la ilusión.

PESSOA, F. (1995) Noventa poemas últimos. Madrid. Hiperión.
MUNCH, E. (1891) Melankoli.

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