Cesare Pavese - Entre Mujeres Solas

by - febrero 03, 2021


Resulta inquietante saber que Cesare Pavese prefiguró en esta novela, redactada entre marzo y mayo de 1949, el lugar y la forma de las que él mismo se valdría, un año más tarde, para terminar con su vida.

Esta anticipación estremecedora es comprensible, en todo caso, al notar que la obra de Pavese estuvo marcada siempre por el pesimismo y que la eclosión definitiva de su ánimo advino en aquella época, cercana a la concepción de ese otro testimonio que es el poema Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.

Aclarar esta circunstancia permite entender que, aunque el título sugiera algo diferente, en realidad Entre mujeres solas recoge una indagación autobiográfica que Pavese simuló entre visillos, apoyándose en las dos figuras centrales de la novela: Clelia y Rosetta.

Como sucede con todas las obras de Pavese, la trama de Entre mujeres solas es sencilla: Clelia vuelve a Turín tras vivir diecisiete años en Roma, lugar donde se ha granjeado cierta reputación en el negocio de la moda. Su regreso es la ocasión de evocar la ciudad en que creció y se forjaron sus deseos de éxito; pero, asimismo y sin buscarlo, el medio para entrar en contacto con un grupo de jóvenes acostumbrados a la vida dispendiosa y frívola.

Aunque a Clelia le desagrade la compañía de estas personas, el no hallar ninguna complacencia en los recuerdos de la vieja Turín la conducirá a involucrarse con ellos hasta el punto de no poder advertir ya los rasgos que antes le sirvieran para distinguirse, esto es, su madurez y el estatus derivado de su trabajo.

El descubrimiento de su indistinción es primordialmente producto de las relaciones con Momina y Rosetta, esta última una joven desencantada, mohína, que a lo largo de la historia se convertirá en la interlocutora de las propias vacilaciones de Clelia y en portavoz del fatídico horizonte en el que estas derivan: la muerte.

Pavese trabaja un tópico fundamental para dar forma a ese itinerario de discusiones y hallazgos: el Theatrum mundi. La impostura y afectación de quienes integran el círculo que frecuenta Clelia la persuaden paulatinamente de que siempre están actuando, jugando a ser otros, acomodándose dentro de un papel que se corresponde con circunstancias también creadas: una ficción, en suma, un “teatro existencial”.

La situación se torna confusa cuando desaparece en Clelia dicha presunción: el contacto con los otros la permea hasta el grado de no distinguir ya entre realidad y actuación, homologando estos ámbitos fatalmente. Un personaje insólito –el pintor Loris- se encarga de expresar esa equiparación en la novela, afirmando que, en el fondo, todo ambiente es una puesta en escena sobre la que los individuos aparecen sin posibilidad de declinar: todo el tiempo se actúa sobre el escenario de la vida.

Esta revelación constituye un punto de inflexión para Clelia, pues a partir de ella entran en declive las piezas que salvaguardaban su realidad: la Clelia orgullosa de trabajar arduamente, la que se ufana de amarse solo a sí misma, la madura que se burla de las ligerezas de los jóvenes, no son más que ficciones, otras formas en que se manifiesta la verdad del histrionismo que funda lo existente.

Pero, como saberse igual que los demás desemboca para Cleila en una forma de repugnancia, con Entre mujeres solas asistimos a un anhelo de desposesión: liberarse de la trampa de actuar, de ser pura ficción. La figura de Rosetta –joven que ha intentado suicidarse- surge a propósito de ese anhelo y, a través de sus palabras, descorre la visión trágica que triunfa en la obra: la única alternativa para escapar de esta simulación es vivir en el aislamiento radical.

Se entiende que la idea de esa soledad no tiene que ver con la independencia económica, ni con el sustraerse de los sitios que son comunes a los hombres: significa, más bien, la ruptura absoluta de los lazos que unen al teatro del mundo, la erradicación de esa manía enfermiza de pasar de mano en mano.

Rosetta explica esa necesidad como fruto del malestar general que trae la vida: “No la náusea de esto o aquello, de una velada o de una estación, sino el asco de vivir, de todo y de todos, del tiempo que escapa tan pronto y sin embargo no pasa nunca”. Con igual vehemencia declara que el respeto por el mundo solo brotaría si pudiese prescindirse de él: “no hay agua que pueda lavar los cuerpos de la gente, es la vida la que es sucia, la que dice que todo es un error”.

Pavese establece así una disyuntiva sobre la que fuerza a sus personajes: continuar en medio de la vida inútil –este es el camino de Clelia-, aferrándose a cualquier tontería, agazapándose en la apariencia y lo intrascendente; o llevar al límite la crisis –y esta es la línea de Rosetta-, cortando con valentía uno a uno los vínculos que impiden comparecer libremente ante la “necesidad absoluta” de la muerte.

Leer Entre mujeres solas y remitirse después a Vendrá la muerte y tendrá tus ojos es dar forma a la experiencia que estaba en trance de estallar en el interior de Pavese antes de morir; es comprender la “vana palabra” de los hombres, día tras día abocados a actuar ante otros y ellos mismos. "Para todos tiene la muerte una mirada" –dice Pavese-, la muerte que aparece en el espejo cuando nos arriesgamos a asomar allí nuestro propio rostro.

PAVESE, C. (2008) Entre mujeres solas. Barcelona: Lumen.
HOPPER, E. (1931) Hotel room.

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