Vasili Grossman - Vida y Destino
Suele compararse esta novela con Guerra y paz equiparando el modo en que ambas obras unifican la coyuntura histórica y la vida cotidiana. En el caso de Vida y destino, esa unidad se establece a partir de grandes fenómenos del siglo XX como la batalla de Stalingrado, los totalitarismos o la revolución soviética y la atención a un número ingente de personajes, la mayoría de ellos centralizados en la familia Sháposhnikov.
Grossman distribuye sus personajes a lo ancho de la geografía rusa –Kazán, Kúibishev, la estepa calmuca, Moscú, Stalingrado- y entrecruza el relato de su existencia, develando cómo cada uno se enfrenta desde su posición –soldado, científico, obrero- a las problemáticas de la época: la persecución política, los reclutamientos, la guerra, el exilio, las hambrunas, los campos de exterminio, etcétera.
Este tratamiento le permite a Grossman desarrollar prolijamente su noción de destino –судьба-, semejante por su fatalidad a la que tuviesen los griegos, pero dotada de la especificidad que le otorga su relación con los discursos ideológicos, concretamente los del nacionalsocialismo y el comunismo soviético.
El emparejamiento de estos sistemas, opuestos en apariencia, lo efectúa Grossman atendiendo al hecho de que ambos proponen un nuevo μῦθος. Se trata de “formas diferentes de una misma esencia: el estado de Partido”, de suerte que los dos partan de una voluntad de poder, fomenten el fanatismo, apelen a principios de exclusión, instauren enemigos, universalicen su visión de bien y sean los únicos capaces de entender, mutuamente, su espíritu de muerte.
La unificación resulta procedente, además, porque estos sistemas se alimentan de la sumisión. Grossman se refiere a ellos como “cultos místicos” porque, mientras a unos hombres los persuade de que el Estado es su expresión y, en consecuencia, deben defenderlo ciegamente; a otros los doblega a través del miedo y la aniquilación. Así, ya sea por esperanza o desesperación, el hombre que se entrega a los totalitarismos declara su esclavitud y encarna un destino que lo despersonaliza.
Vida y destino aborda con insistencia esta idea: para extirpar la individualidad, el totalitarismo debe escindir lo humano, esto es, incitar a unos hombres al odio, al fanatismo y al dogma, tornándolos cada vez más sanguinarios; y, paralelamente, someter a los otros por medio de la delación, la impunidad y el odio.
Nada de esto sería posible si los totalitarismos no deformaran el tiempo y la información a su conveniencia. Para ellos, el establecimiento de ese destino unificado justifica plenamente cada acción. El resultado es dantesco: los detenidos en las barracas, los muertos de los campos, las víctimas de pogromos, los presos políticos, los soldados y hasta los provocateurs hablan –por así decirlo- una misma lengua, comparten la fuerza del destino. De allí que Grossman conciba como la mayor calamidad de su siglo el tener que caminar todos por un solo redil: aquel que fue marcado con el sello del fascismo.
Lo trágico de este destino es que, a pesar de ser compartido, no es susceptible de comunicarse. Grossman explora profundamente esta dificultad de hallar en aquel que es semejante algún aliento que reconforte. Sus personajes están cruelmente aislados, sufriendo a su manera la adversidad y descorriendo a su propio ritmo las escenas que los separan de la muerte.
En este punto estriba la reflexión fundamental de Vida y destino: hay un espacio en el que la fuerza unívoca del destino que se impone entra en tensión con la potencial libertad del individuo. Con acusada frialdad lo sentencia Grossman al decir que “el fascismo y el hombre no pueden coexistir”, y esto es verdad porque se trata de discursos opuestos: la conciencia modesta, pero singular del individuo no puede manifestarse junto a la expresión potente, aunque genérica de los totalitarismos.
El nacionalsocialismo y el comunismo soviético son sistemas que llevaron al límite la plasticidad humana, sacrificando su mundo interior para dar forma a una ideario. Los alemanes y los rusos fueron conducidos a una disyuntiva dramática: aceptar ese destino y vivir de forma inerte o expresar la conciencia personal a sabiendas de que su costo sería morir. Cada personaje de Grossman encarna esta tensión terrible y en medio de las más penosas arbitrariedades –en la cárcel, en la cámara de gas, en el campo de batalla- anhela una expresión más fértil de la vida, la alegría de actuar conforme a su deseo, la posibilidad de hablar desde su interior sin restricciones.
Se suele ver el siglo XX como una época en la que se opusieron dos fuerzas, pero tal vez, vistas con detenimiento, no sean realmente opuestas, al punto de que ambas –como en el poema de Heine- huelan igual de mal. El mérito de Grossman, en este sentido, está en alejarse de esa supuesta lucha y perseguir con afán la memoria de esos hombres anónimos que fácilmente se olvidan aun en los tiempos inolvidables. Hablar del destino ruso o alemán, del destino de los judíos o el del ejército rojo implica permanecer en la misma categoría abstracta de los totalitarismos, en la cual se ahoga indefectiblemente la voz débil, pero al fin humana de los hombres.
Vida y destino es, quizá por ello, también una exhortación: la alternativa a las represiones del pasado siglo, a los totalitarismos y la mitificación de ídolos e ideas se encuentra en la exaltación de nuestra propia conciencia. Todos estamos desnudos –como pensara también Heine-, pero esa desnudez es justamente la fragua de nuestra vida y para salvaguardarla acaso debamos estrechar un poco más la incredulidad. No nos vendría nada mal escuchar con más atención esa voz que en cierta página perdida de Grossman nos grita: “Es estúpido creer. Hay que vivir sin creer”.
GROSSMAN, V. (2007) Vida y Destino. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
KASATKIN, N. (1897) In the Corridor of the District Court.
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