Adalbert Stifter - El Sendero en el Bosque

by - enero 11, 2021


Uno de los derroteros que siguió la corriente Biedermeier consistió en explorar el replegamiento que tuvo aquella parte de la burguesía que, a principios del siglo XIX, había agotado sus posibilidades de intervención política y, en consecuencia, se abocaba a una especie de nulidad social.

Adalbert Stifter, vinculándose a este propósito, publicó en 1845 El sendero en el bosque, una novela modesta en la que observa cómo en medio de ese replegamiento un hombre burgués puede descubrir en el campo, no ya una forma supletoria de lo urbano, sino la manifestación más alta de la vida.

La obra de Stifter nos presenta para ello a Tiburius Kneight, un personaje adinerado que, tras agotar las posibilidades de enfrentar su enfermedad con los recursos que ofrece la ciudad, decide marchar a un balneario del campo, sin saber que ese viaje se convertirá para él en una especie de iniciación en la sabiduría que esconde la Naturaleza.

El personaje exhibe en el inicio de la obra las cualidades propias de un burgués: procede de una familia acaudalada, no sufre preocupaciones económicas, dedica su tiempo al cultivo de las artes, es un gran entusiasta de la ciencia y tiene a su disposición muchos sirvientes.

Todas estas ventajas, sin embargo, no aseguran la tranquilidad de su espíritu: Tiburius vive apesadumbrado por una dolencia que parece ser una invención más de su tendencia hipocondriaca, pero que, en todo caso, no le permite reconocer en sí mismo ningún valor social, de suerte que se mantiene como una “torre aislada”, oculto en el anonimato y el retraimiento.

Ese carácter huraño que, para ser justos, al principio le resulta gratificante a Tiburius, progresivamente se torna negativo, de allí que, al ver cómo menguan sus fuerzas, decida seguir la prescripción que le ha hecho un médico de marchar fuera de la ciudad. Es por ello que en el campo transcurre el grueso de la obra y es allí donde tiene lugar la gran revelación de la misma: la Naturaleza posee un valor superlativo en comparación con todo lo demás.

Esa superioridad la reconoce Tiburius, inicialmente, en la soledad que el hombre experimenta dentro de la Naturaleza. Sentirse solo en la ciudad, en el fondo, constituye una patraña; la soledad solo adviene si verdaderamente ningún ser humano se deja sentir cerca, “si en el abundante ramaje del bosque hasta nuestra propia voz se pierde”. En segundo término, la superioridad la halla Tiburius en la belleza imponente de la Naturaleza: no hay arte que pueda estar por encima de ella, ni siquiera uno que pueda igualársele –¿cuánto, si no, le cuesta al propio personaje tratar de encontrar la sombra o el color de los paisajes que pinta en sus bocetos?-.

Para un burgués como el que presenta Stifter la Naturaleza es, además, una exhortación a valerse por sí mismo. El descubrimiento que hace el personaje de la soledad y la belleza no se agota en lo contemplativo; su tono se corresponde más con el de una admonición: el hombre que ha extraviado su papel, que no puede actuar por sí mismo, debe recuperar, emulando la Naturaleza, su propia voluntad y fuerza.

En este punto, las figuras del maderero y María revisten radical importancia. A ambos personajes los conoce Tiburius en situaciones excepcionales –durante un extravío en el bosque y en medio de un recogimiento místico- y, a través de su ejemplo, aprende elementos decisivos: cómo ubicarse en el campo, cómo caminar con soltura, cómo construir una cesta, dónde encontrar alimento, cómo seleccionar una hierba, cómo no necesitar a otro.

Es de esta manera como El sendero en el bosque establece un itinerario en el que las impresiones de su protagonista van tomando forma en una serie de aprendizajes que pueden sintetizarse del siguiente modo: “no debe temerse a la Naturaleza” y “el ser humano puede ser feliz tanto con mucho como con poco”.

Stifter ilustró esto en una de las descripciones que hace de María en la novela: “Con la pura y fiel cordura –propia de la muchacha de las fresas (…)-, y con su energía clara e ingenua –algo que es patrimonio de las criaturas del bosque-, el ser hogareño de María se volvió todavía más límpido, alegre y cálido. Era como una obra de arte de una peculiar, bella e implacable fundición”.

Las palabras que escoge Stifter revelan esa aura mediocritas de Horacio: un llamado a la felicidad que está en el gozo de las cosas sencillas. Para quien, como Tiburius Kneight, la vida en la ciudad ha dejado de tener sentido, se levanta un llamado desde la Naturaleza para apartarse de todo artificio –beatus ille qui procul negotiis, decía el mismo Horacio-, es decir, de las pretensiones del vestido, la moda y la frivolidad del negocio.

Sin duda, en la sencillez de este mensaje, Adalbert Stifter no hace más que unirse a una de las aristas desde las que se ha manifestado el espíritu alemán: la vuelta a la Naturaleza fue uno de los gritos más exacerbados del Romanticismo; asimismo, llegó a ser una de las líneas de batalla desde las que operó Nietzsche e; incluso, integra uno de los lugares más íntimos en la filosofía de Heidegger. Quizá, por ello, exista entre el pueblo que habla la lengua alemana –y esto lo supo bien Stifter- aquel adagio que enlaza la modestia con la sabiduría: “Las aguas tranquilas se cimientan en las profundidades”.

STIFTER, A. (2008) El sendero en el bosque. Madrid: Impedimenta.
SHISHKIN, I. (1883) In the birch tree forest.

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