Junichiro Tanizaki - Elogio de las Sombras

by - septiembre 22, 2020


Un lector moderado no dudaría en calificar el Elogio de las sombras como ensayo. Sin embargo, este texto obedece más al carácter de un manifiesto y, en consecuencia, su lenguaje es especialmente declarativo: Tanizaki moviliza en él, tanto una crítica al exceso de claridad que predomina en Occidente, como una apología de la tradición oriental que concibe estéticamente las sombras.

El motivo del libro se encuentra en la fuerte occidentalización que atravesó Japón a inicios del siglo XX y, por supuesto, en la certeza personal de Tanizaki sobre la existencia de una sensibilidad asiática que no puede articularse con los valores derivados de otras culturas.

Lo que reprueba el autor al referirse a Occidente es la obstinación con la que se presenta la luz en todos los ámbitos de su cultura. La evolución que condujo del fuego a las sofisticadas lámparas eléctricas pone de manifiesto que esta civilización no ha “escatimado esfuerzos para ahuyentar el más mínimo atisbo de sombra”; un empeño que dejó de responder a necesidades prácticas para derivar en la indiscreción propia de los espacios, objetos y paisajes occidentales.

Sobra decir que lo que incomoda a Tanizaki, más que el gusto por la luz, es su incorporación en la cultura japonesa: Occidente arribó a esa estética por un camino natural, pero Oriente lo hizo a través de la emulación –cuando no, de la franca imposición-. Esto significa que la sensibilidad ancestral ha entrado en crisis y, para muchos japoneses, la comprensión del misterio de las sombras va convirtiéndose en un asunto lejano.

En las primeras páginas del texto, Tanizaki se pregunta si es posible estimar un poco más las costumbres y gustos japoneses, esto es, si bajo el evidente influjo occidental aún perviven rasgos que expongan la particularidad de la estética oriental, y lo que descubre es que esa distinción sigue activa en la dignidad y belleza que observa la tradición japonesa en las sombras.

Desde la antigüedad, Oriente se ha visto inclinado a poetizar –incluso, lo más sórdido-; para ello, se ha valido de una estética que armoniza los ambientes y objetos con el buen gusto y la naturaleza. Saber qué significa ese gusto y de dónde procede implica rastrear las manifestaciones en las que se cristaliza y, sobre todo, reconocer que su esencia se moviliza históricamente.

Lo que resulta indiscutible para Tanizaki es que el gusto oriental reposa en su relación con lo oscuro; para él, las tinieblas son una fuente de evocaciones indescriptibles: “no se puede decir que detestemos todas las cosas que relucen, pero, más que las que tienen un brillo superficial, preferimos las que poseen una sombra profunda: una luz opaca que, ya se trate de una piedra natural o de un objeto artificial, nos evoque irremisiblemente el lustre de los años”.

La sombra, para Oriente, es una eternidad contenida; en ella se expresa la dignidad del tiempo y, por su efecto, todo deviene solemne. La sombra es una fuerza que reintegra al asentimiento primordial que dio el hombre a la oscuridad cuando la luz aún no predominaba: quien se acostumbra a la luz olvida justamente que esas tinieblas alguna vez existieron.

El vínculo que distingue Tanizaki se materializa en los distintos ámbitos de la cultura japonesa: su música lo demuestra en el modo apagado en que se torna atmósfera; su oratoria en las pausas cerradas y misteriosas que la enriquecen; y hasta su desplazamiento corporal, en esa lentitud particular que se asemeja al paso de quienes caminan entre la bruma.

La arquitectura tradicional encarna el placer de las sombras: sus amplios tejados desprenden bajo los aleros zonas de penumbra que, si bien en su origen respondieron a la necesidad de protegerse, paulatinamente adquirieron un sustrato estético. Así mismo sucede al interior de las casas, en especial en la sala de tatami y el tokonoma, cuya belleza solo se descubre bajo filtros de irradiaciones externas o luces tenues que aseguren una sensación evocadora y encubierta.

Otra parte del Elogio lo destina Tanizaki a resaltar cómo este principio estético también tiene lugar en la cocina: desde el férreo rechazo a la cerámica y su blancura enceguecedora, hasta el misterio visual que suscita el alimento servido en una vieja taza de madera, Tanizaki apoya a quienes afirman que la comida japonesa no se agota en el apetito, ya que su pleno significado solo se alcanza cuando se conjuga con la apariencia material de los objetos que la acompañan: el lustre, la opacidad del metal o la madera que se ha usado una y otra vez.

Por supuesto, si el encanto de las sombras se revela en la vivencia cotidiana, se da más aún en la expresión artística. De allí que Tanizaki contraste el teatro kabuki y para destacar que la oscuridad es consustancial a este último debido a la sobria iluminación que tiene su escenario y, además, al contraste único que se genera entre la piel de los actores, el color de sus trajes y la intensidad del ohaguro cuando tiene lugar en escena.

A esta reflexión sobre la piel dedica Tanizaki el cierre del libro, destacando que su color ha enseñado a los japoneses “la lógica de las sombras”: la nostalgia de la claridad occidental condujo a sus antepasados a emblanquecer la piel con el polvo y, después, a replegarse en las sombras para que, por contraste, emergiera su belleza propia.

El Elogio de las sombras es, en tanto manifiesto, una defensa de la tradición japonesa; pero, indirectamente, además, una diatriba contra Occidente: contra la blancura excesiva de sus baños y esa manía ridícula de iluminarlo todo, hasta hacerlo artificial. Los japoneses, aunque frágil, todavía sienten el pulso de la sombra, su poder evocador y poético; a nosotros, en cambio, solo nos resta la frivolidad del neón y el miedo a que se apague.

TANIZAKI, J. (2019) Elogio de las sombras. Barcelona: Navona.
KAWASE, H. (1924) Kinosaki, Tajima.

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