Ernst Jünger - El Tirachinas

by - septiembre 16, 2020


En el conocido ensayo La emboscadura (1951), Ernst Jünger sostiene que no es posible expulsar el miedo de la vida: este permanecerá siempre en el interior del ser humano como una amenaza de su libertad. El miedo es un cerco que envuelve y condena: la fuerza que empuja a los hombres a replegarse en la soledad, esa gran afección de nuestra época.

Frente a semejante embate, Jünger –quien fuese un juicioso lector de Stirner- propone una alternativa que toma forma en la figura del emboscado: aquel hombre que, sobreponiéndose al miedo y en el ejercicio pleno de su soberanía, es capaz de resistir las coacciones y declarar su independencia.

Dos décadas después de la publicación de dicho ensayo, apareció la novela El tirachinas (1973), obra en la que se actualiza esa inquietud que preocupara a Jünger durante la posguerra, solo que no llega a cerrarse aquí con el giro del emboscado, sino que se concentra, más bien, en registrar cómo viven las personas que no pueden superar sus miedos ni encarar la soledad.

La novela presenta la historia de Clamor, un niño que, tras la muerte de sus padres, es enviado de su pueblo natal a la ciudad para ser educado. Su carácter contemplativo y timorato le impide afrontar positivamente la dureza de la escuela, de manera que el conflicto de la obra se halla en las turbaciones que el chico enfrenta al relacionarse con quienes ejercen algún poder sobre él: los profesores, sus compañeros de internado, los adultos, etcétera.

El miedo es una condición inherente a Clamor y se agrava merced a la ausencia de su padre. El personaje no reconoce en sí mismo una naturaleza diferente; parece inclinado a soportar los agravios, a culparse de ellos y temer, incluso, la respuesta que podría resistir las fuerzas que se le imponen. El miedo lo ha abocado a la inacción y no encuentra detrás de lo que vive ningún reducto para conducir su deseo.

Jünger señala en La emboscadura que el miedo no se manifiesta en quienes detentan alguna clase de poder. Así, como, al examinarse, Clamor no ve más que su propia indefensión e intuye que esa cualidad no le permitirá jamás alzarse sobre otros, es obvio que se considere destinado a obedecer y lo asusten los hombres que sí encarnan una voluntad de poder: el profesor Hilpert, por ejemplo, o sus colegas Teo y Buz.

El temor hace mella progresivamente en el individuo, lo hace “blando”, lo enmudece cuando es el momento de formular sus méritos. Es por esto que en El tirachinas, Clamor encarna, no solo una figura inerme, sino además pusilánime; el miedo ha menguado su capacidad para enfrentar las experiencias básicas de un niño: los juegos, la rutina de la escuela, el diálogo, la presión o las burlas de los compañeros y hasta el contacto material con la ciudad.

Debido a que Clamor no descubre el temor que él siente en las personas que lo rodean, esto es, desconoce quién pueda identificarse con su situación, de su miedo se desprende una profunda sensación de soledad. El mundo comparece ante sus ojos como puras imágenes sin sentido, y esa incapacidad para organizar y enfrentar la realidad lo aísla; de allí que en repetidas ocasiones confiese que para él no hay cabida en ninguna escala, que ha sido expulsado de todo desde el inicio.

Muchas de las preguntas que expone la novela –¿qué hago aquí?, ¿qué falta estoy expiando?, ¿qué encuentro al mirar el fondo de mi alma?- siguen la dirección enunciada y confirman el ostracismo de Clamor. Es “un hombre de tierra entre marineros”, “un cuerpo desnudo” lanzado de bruces. Clamor no podrá representar ningún papel, eso exigiría aherrojar la soledad, disponerse al enfrentamiento, tener la voluntad de ser o, al menos, de imitar un modelo, pero todo eso supera sus fuerzas.

Justamente, Jünger entiende la soledad como la base para distinguir “los hombres poderosos de los oprimidos”. La soledad, desde su perspectiva, es la experiencia fundacional desde la cual el individuo brota semejante a un dios o sometido a la tutela de la cobardía. La diferencia radica en cómo asumimos el principio inexorable que se expresa en la soledad, a saber: solo podemos conocer el alma propia, la de los demás nos es conjeturable apenas por “similitudes en las que reposa nuestra esperanza”.

Esto significa que quien cifra su confianza en otros, como Clamor, y no abraza su soledad para extraer de ella la voluntad de vida, se condena a sucumbir en el miedo. Así lo afirma Jünger: “Nadie puede librar al hombre de la carga de estar solo. Podría unirse a millones de otros seres, congregarlos alrededor como un déspota, pero estará solo. Este estar-solo es lo único que tiene en común con todos. Por más que su destino no lo diferencie de ellos, en última instancia estará solo como una estrella en la noche o una isla en el mar […] Y, sin embargo, ‘acepto mi destino’, sigue siendo la idea”.

Para Clamor parece vedada la posibilidad de ser un emboscado: él encarna un nihilismo profundo que, sin embargo, no logra virar del miedo y la soledad a la declaración vital. Aún se atormenta demasiado con las reflexiones, todavía no se libra con suficiencia de las culpas; por eso, al final de la novela, se le considera estacionado en una fase temprana de su desarrollo: aquella que no le permite comprender que el tirachinas que tiene en sus manos puede dirigirlo a él mismo o contra los otros, porque no solo se trata de un juguete, sino también –y especialmente- de un arma.

JÜNGER, E. (2001) El tirachinas. Barcelona: Tusquets.
AMOIGNES, Jean-Paul Louis des (1886) La classe.

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