Ernst Jünger - El Tirachinas
En el conocido ensayo La emboscadura (1951), Ernst Jünger sostiene
que no es posible expulsar el miedo de la vida: este permanecerá siempre en el
interior del ser humano como una amenaza de su libertad. El miedo es un cerco que
envuelve y condena: la fuerza que empuja a los hombres a replegarse en la soledad,
esa gran afección de nuestra época.
Frente a semejante embate,
Jünger –quien fuese un juicioso lector de Stirner- propone una alternativa que toma
forma en la figura del emboscado: aquel
hombre que, sobreponiéndose al miedo y en el ejercicio pleno de su soberanía,
es capaz de resistir las coacciones y declarar su independencia.
Dos décadas después de
la publicación de dicho ensayo, apareció la novela El tirachinas (1973), obra en la que se actualiza esa inquietud que
preocupara a Jünger durante la posguerra, solo que no llega a cerrarse aquí con
el giro del emboscado, sino que se
concentra, más bien, en registrar cómo viven las personas que no pueden superar
sus miedos ni encarar la soledad.
La novela presenta la
historia de Clamor, un niño que, tras la muerte de sus padres, es enviado de su
pueblo natal a la ciudad para ser educado. Su carácter contemplativo y timorato
le impide afrontar positivamente la dureza de la escuela, de manera que el
conflicto de la obra se halla en las turbaciones que el chico enfrenta al
relacionarse con quienes ejercen algún poder sobre él: los profesores, sus
compañeros de internado, los adultos, etcétera.
El miedo es una
condición inherente a Clamor y se agrava merced a la ausencia de su padre. El
personaje no reconoce en sí mismo una naturaleza diferente; parece inclinado a
soportar los agravios, a culparse de ellos y temer, incluso, la respuesta que podría resistir
las fuerzas que se le imponen. El miedo lo ha abocado a la inacción y no
encuentra detrás de lo que vive ningún reducto para conducir su deseo.
Jünger señala en La emboscadura que el miedo no se manifiesta
en quienes detentan alguna clase de poder. Así, como, al examinarse, Clamor no ve
más que su propia indefensión e intuye que esa cualidad no le permitirá jamás alzarse
sobre otros, es obvio que se considere destinado a obedecer y lo asusten los
hombres que sí encarnan una voluntad de poder: el profesor Hilpert, por
ejemplo, o sus colegas Teo y Buz.
El temor hace mella
progresivamente en el individuo, lo hace “blando”, lo enmudece cuando es el
momento de formular sus méritos. Es por esto que en El tirachinas, Clamor encarna, no solo una figura inerme, sino
además pusilánime; el miedo ha menguado su capacidad para enfrentar las
experiencias básicas de un niño: los juegos, la rutina de la escuela, el
diálogo, la presión o las burlas de los compañeros y hasta el contacto material
con la ciudad.
Debido a que Clamor no
descubre el temor que él siente en las personas que lo rodean, esto es, desconoce
quién pueda identificarse con su situación, de su miedo se desprende una profunda
sensación de soledad. El mundo comparece ante sus ojos como puras imágenes sin
sentido, y esa incapacidad para organizar y enfrentar la realidad lo aísla; de
allí que en repetidas ocasiones confiese que para él no hay cabida en ninguna
escala, que ha sido expulsado de todo desde el inicio.
Muchas de las preguntas
que expone la novela –¿qué hago aquí?, ¿qué falta estoy expiando?, ¿qué
encuentro al mirar el fondo de mi alma?- siguen la dirección enunciada y confirman
el ostracismo de Clamor. Es “un hombre de tierra entre marineros”, “un cuerpo
desnudo” lanzado de bruces. Clamor no podrá representar ningún papel, eso exigiría
aherrojar la soledad, disponerse al enfrentamiento, tener la voluntad de ser o, al menos, de imitar un modelo, pero todo
eso supera sus fuerzas.
Justamente, Jünger entiende
la soledad como la base para distinguir “los hombres poderosos de los oprimidos”.
La soledad, desde su perspectiva, es la experiencia fundacional desde la cual
el individuo brota semejante a un dios o sometido a la tutela de la cobardía. La diferencia radica en cómo asumimos el principio inexorable que se
expresa en la soledad, a saber: solo podemos conocer el alma propia, la de los demás nos
es conjeturable apenas por “similitudes en las que reposa nuestra esperanza”.
Esto significa que quien
cifra su confianza en otros, como Clamor, y no abraza su soledad para extraer
de ella la voluntad de vida, se condena a sucumbir en el miedo. Así lo afirma
Jünger: “Nadie puede librar al hombre de la carga de estar solo. Podría unirse
a millones de otros seres, congregarlos alrededor como un déspota, pero estará
solo. Este estar-solo es lo único que tiene en común con todos. Por más que su
destino no lo diferencie de ellos, en última instancia estará solo como una
estrella en la noche o una isla en el mar […] Y, sin embargo, ‘acepto mi
destino’, sigue siendo la idea”.
Para Clamor parece
vedada la posibilidad de ser un emboscado:
él encarna un nihilismo profundo que, sin embargo, no logra virar del miedo y
la soledad a la declaración vital. Aún se atormenta demasiado con las reflexiones,
todavía no se libra con suficiencia de las culpas; por eso, al final de la novela,
se le considera estacionado en una fase temprana de su
desarrollo: aquella que no le permite comprender que el tirachinas que tiene en
sus manos puede dirigirlo a él mismo o contra los otros, porque no solo se trata de un juguete, sino también –y especialmente- de un arma.
JÜNGER, E. (2001) El tirachinas. Barcelona: Tusquets.
AMOIGNES, Jean-Paul Louis des (1886) La
classe.
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