George Orwell - Rebelión en la Granja
La sátira, más que cualquier otro género literario, exige del lector conocer los referentes externos que toma de base; sin ese conocimiento, su relato inevitablemente se esfuma, porque el sentido de esta no es intratextual, sino que surge de la relación paródica que existe entre la creación y la figura o hecho que la condiciona.
En el caso particular de Rebelión en la granja, los eventos que dan origen a la sátira son la Revolución Rusa de 1917 y el sistema totalitario que imperó en la Unión Soviética bajo la dirección de Iósif Stalin entre 1927 y 1953.
Seguramente, la sátira de Orwell permita retratar con cierta fidelidad otros gobiernos totalitarios, pero, como bien lo explicó el propio autor en La libertad de prensa, su interés estuvo siempre centrado en desenmascarar el régimen ruso que, para aquel entonces, ya había dado innumerables muestras de crueldad y despotismo.
La idea de Rebelión en la granja surgió en 1937, durante la Guerra Civil Española; en ese conflicto Orwell conoció de forma directa el fanatismo del ala estalinista que apoyaba a los republicanos. Sin embargo, lo que definió su estilo fabulado, i. e., el uso de animales, fue la imagen de un niño a quien Orwell observó fustigando duramente a un caballo: “Pensé que si los animales llegaran a ser conscientes de su fuerza, no tendríamos poder sobre ellos, y que los hombres los explotan del mismo modo que los ricos al proletariado”.
Orwell consideró posible que sus ideas sobre el régimen soviético se generalizaran, pero el panorama que permitiría esto no llegó a darse del todo: el sistema concreto que retrató no se prolongó más que ochos años después de la publicación del libro y poco más de tres tras su muerte, pues en 1953 se produjo también el fallecimiento de Stalin.
Esta es una consideración importante porque, aunque la sátira orwelliana pueda aplicarse, en determinados ámbitos, a épocas posteriores de la Unión Soviética, no debe olvidarse que Nikita Jrushchov –sucesor de Stalin- y otros dirigentes ulteriores favorecieron la desestalinización del país y la transformación de ciertas problemáticas que estuvieron, en su momento, en la mira de Orwell.
En tanto sátira, Rebelión en la granja maneja al menos tres niveles de desarrollo: el general, el colectivo y el individual. El primero surge propiamente de la trama: los animales, hasta entonces habituados al trabajo, son persuadidos de rebelarse frente al hombre que los explota. La revolución se efectúa, pero con el tiempo surge la contradicción entre la presunta igualdad de los animales con que inició la revuelta y la conformación de una élite que somete a la mayor parte de los animales, sin permitirles un cambio significativo frente a su anterior situación.
En este nivel, Orwell parodia los antecedentes de la Revolución Rusa, las manifestaciones violentas que derrocaron el zarismo, la constitución del nuevo régimen –en el libro llamado animalismo- y, por supuesto, el modo como fue perfilándose entre los revolucionarios una casta particular que terminó adoptando –más allá de las diferencias de discurso- las mismas prácticas de distinción que antes encarnara la nobleza rusa.
Por su parte, el plano de la sátira colectiva funciona a través de conjuntos que Orwell organiza en el relato. Así, por ejemplo, en los cerdos se hallan los ideólogos políticos, encargados de la planeación y acciones concretas; en los perros, el poder militar, entrenado para la defensa de los altos dirigentes; en Boxeador, la clase obrera que solo posee la fuerza de trabajo; en el cuervo, la iglesia católica, rechazada inicialmente, pero luego vinculada con inteligencia al régimen; en Chillón, el sector informativo y de propaganda; en Frederick y Pilkington, los países con conflictos o alianzas –Alemania e Inglaterra, respectivamente-, etcétera.
Por último, la caricatura alcanza el nivel de las individualidades: es claro que Orwell exagera en el cerdo Napoleón los comportamientos y contradicciones de Stalin; en Bola de Nieve refleja la figura exiliada de Trotsky; en el granjero Jones, se mofa de las indiscreciones del zar Nicolás II; e, incluso, en el Viejo Comandante, recupera la estampa de Karl Marx.
En muchas sátiras la voz personal de sus autores se libera para ganar potencia, es decir, para hacer más puntilloza la crítica; sin embargo, en Rebelión en la granja, los remedos e ironías surgen de las situaciones que enfrentan los personajes, de manera que el relato prescinde por entero de los juicios del narrador –y del autor- sobre cualquiera de las alusiones que antes se mencionaron.
En todo caso, lo que se despunta de la fábula y coincide plenamente con el carácter de Orwell es el pesimismo: aquella escena en la que Trébol, llorando conmovido por el fusilamiento de sus camaradas, piensa que están lejos del futuro de igualdad y bonanza que imaginaron, resulta muy significativa al respecto. Asimismo, aquel cartel con el que, en el colmo de su mordacidad, los cerdos reemplazan los antiguos acuerdos –“Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”-, tiene el sello de lo ignominioso y absurdo a un mismo tiempo.
A casi ochenta años de la primera edición de Rebelión en la granja es válido afirmar que su valor no se agota en la perspectiva histórica. De hecho, si la obra es vigente no se debe a que alerte sobre la vileza de los totalitarismos, sino, leída en clave, sobre las amenazas que escode cualquier forma política: hasta la democracia se torna fascista contra el que osa negarla. Y, además, en otro lugar aún más profundo, la última escena del libro, en la que hombres y cerdos pelean hasta tornarse irreconocibles, nos lanza una sentencia de sesgo personal: la burla a esa fatalidad que nos condena a parecernos siempre a lo que más despreciamos.
ORWELL, G. (2019) Rebelión en la granja. Bogotá: Penguin Random House.
PALAZZI, L. (2014) Wellness farm.
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