Ernesto Sábato - El Túnel

by - agosto 22, 2020


En 1965 la novela El túnel fue objeto de dos resoluciones de censura por parte del régimen franquista. La primera, emitida en mayo, adujo que el relato abordaba un amor ilícito y, en el empeño de defenderlo, llegaba a justificar el asesinato. La segunda, fechada en noviembre, ratificó la condición de “no autorizable”, destacando que, aunque no ofreciera problemas políticos, la obra se desarrollaba en “un ambiente moral disolvente y absurdo”.

Que haya pasado tanto tiempo desde la publicación de la novela en Argentina (1948) hasta los dictámenes de la censura española se explica por las limitaciones que esta tuvo a nivel de distribución y, sobre todo, por el poco interés que merecía la narrativa latinoamericana en Europa hasta la década de los sesentas.

Se entiende, por otra parte, que los censores desatendieran el tema político en sus observaciones, pues, salvo por los fragmentos en los que se exalta el individualismo y aquellos otros en que se transluce el pesimismo social, la obra no refleja ninguna inclinación política. De hecho, ese desinterés fue el que condujo al levantamiento de la restricción en enero de 1966, concluyéndose que los reparos que podían hacerse a la obra eran exclusivamente morales.

Aunque la censura durase poco, constituye un testimonio histórico frente a la recepción que ha tenido la obra de Sábato y brinda, además, un indicio de lectura, ya que su base sugiere tres direcciones desde las cuales es factible leer El túnel: el “amor ilícito”, la justificación del asesinato y la percepción absurda de la moral.

En relación con lo primero, fácilmente podría argüirse que María Iribarne está casada y, aun así, sostiene un romance con Castel. En ese caso, lo ilícito contiene una denominación legal –y moral-, que es la del adulterio. Sin embargo, visto con mayor profundidad, lo ilícito parte también de otra acepción de la palabra, a saber: lo que es contrario a la razón. Atendiendo esta perspectiva, la novela presenta un amor ilícito en la medida en que Castel personifica un desplazamiento que lo lleva a confundir las evidencias de lo real en beneficio de una idea que lo obsede.

Aquello que obsesiona a Castel, en primer lugar, es encontrar un interlocutor que lo comprenda, que lo salve: se sabe frustrado –en el sentido que el propio Sábato entiende la frustración, esto es, la certeza de estar solo- y, en consecuencia, cifra su amor en la comunicación con otro. El problema radica en que, una vez esa búsqueda se concreta en María, no experimenta la tranquilidad de la comprensión, sino un tormento aún mayor, el de la duda, que lo conduce a una tensión permanente entre la cercanía a ella y la repulsión.

A lo largo de la novela se evidencia esa oscilación; la ansiedad de Castel es tan intensa y su conciencia está a tal punto escindida que todas sus acciones replican esa fractura: María lo engaña, pero sin ella moriría; sus palabras lo atormentan, pero necesita buscarla; ella es frívola y mentirosa, pero representa su salvación. Es un juego turbio, ilícito, una comedia que tendrá su tensión culminante cuando Castel se convenza de que no vivirá una comunión total con María; más aún, de que es inútil esperar algo de otro y, por ello, su destrucción es válida.

La censura indicaba precisamente que el equívoco del amor ilícito conducía en el libro a la justificación del asesinato. Esto es claro desde las primeras líneas, ya que Castel se presenta a sí mismo como un asesino sin remordimientos que viene, sino a justificar, al menos a explicar la naturalidad con la que fueron dándose los hechos. Y, aunque otra vez Castel, subraye que su relato no tiene pretensiones de vanidad, si está dispuesto a aceptar –nos dice- que en él haya un poco de orgullo y soberbia.

El asesinato es un asunto constante en El túnel, no solo porque la narración desemboca allí, sino porque se manifiesta siempre en las digresiones que hace Castel: su defensa de los criminales, la mordacidad de su misantropía, la confesión de sus furias, la antipatía con que habla de los otros; todos estos son elementos que descorren el perfil de un asesino, de alguien que, reconociéndose en su herida o gratuidad, puede recurrir al ataque premeditado y frío: al cuchillo con que ataca a María Iribarne.

Por lo anterior, es perfectamente entendible que la censura destacase el ambiente de “moral disolvente y absurdo” desde el que se configura la novela: toda su narración rompe con la ética tradicional y nos aboca a un terreno que se exhibe con toda la frialdad del existencialismo. La comparación con Camus que hicieron en su momento los censores españoles, deja ver que la obra de Sábato se levanta contra una serie de valores como el respeto, la familia, la corrección, etcétera, para declarar su vacuidad. Es más, como lo hiciese también El extranjero, la obra problematiza el valor mismo de la vida, desentrañando su carácter contingente y fútil.

Como muchas de las novelas más interesantes de mediados del siglo XX, El túnel capta los signos de lo absurdo: la frustrante búsqueda del otro, la imposibilidad del lenguaje, el sentimiento de gratuidad, los tormentos interiores, la pulsión del deseo, la nostalgia de la niñez y, sobre todo, esto que no alcanzó a notar la censura –siempre ciega a las ideas más profundas-: el convencimiento de que los hombres vivimos un infierno cuyos muros son cada día más herméticos.

SÁBATO, E. (2006) El túnel. Madrid: Cátedra.
WIETH, A. (1960) That gentleman.

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