Ernesto Sábato - El Túnel
En
1965 la novela El túnel fue objeto de dos resoluciones de censura por
parte del régimen franquista. La primera, emitida en mayo, adujo que el relato
abordaba un amor ilícito y, en el empeño de defenderlo, llegaba a justificar el
asesinato. La segunda, fechada en noviembre, ratificó la condición de “no
autorizable”, destacando que, aunque no ofreciera problemas políticos, la obra
se desarrollaba en “un ambiente moral disolvente y absurdo”.
Que
haya pasado tanto tiempo desde la publicación de la novela en Argentina (1948)
hasta los dictámenes de la censura española se explica por las limitaciones que
esta tuvo a nivel de distribución y, sobre todo, por el poco interés que
merecía la narrativa latinoamericana en Europa hasta la década de los sesentas.
Se
entiende, por otra parte, que los censores desatendieran el tema político en
sus observaciones, pues, salvo por los fragmentos en los que se exalta el
individualismo y aquellos otros en que se transluce el pesimismo social, la
obra no refleja ninguna inclinación política. De hecho, ese desinterés fue el
que condujo al levantamiento de la restricción en enero de 1966, concluyéndose
que los reparos que podían hacerse a la obra eran exclusivamente morales.
Aunque
la censura durase poco, constituye un testimonio histórico frente a la
recepción que ha tenido la obra de Sábato y brinda, además, un indicio de
lectura, ya que su base sugiere tres direcciones desde las cuales es factible
leer El túnel: el “amor ilícito”, la justificación del asesinato y la
percepción absurda de la moral.
En
relación con lo primero, fácilmente podría argüirse que María Iribarne está
casada y, aun así, sostiene un romance con Castel. En ese caso, lo ilícito
contiene una denominación legal –y moral-, que es la del adulterio. Sin
embargo, visto con mayor profundidad, lo ilícito parte también de otra acepción
de la palabra, a saber: lo que es contrario a la razón. Atendiendo esta
perspectiva, la novela presenta un amor ilícito en la medida en que Castel
personifica un desplazamiento que lo lleva a confundir las evidencias de lo
real en beneficio de una idea que lo obsede.
Aquello
que obsesiona a Castel, en primer lugar, es encontrar un interlocutor que lo
comprenda, que lo salve: se sabe frustrado –en el sentido que el propio Sábato
entiende la frustración, esto es, la certeza de estar solo- y, en consecuencia,
cifra su amor en la comunicación con otro. El problema radica en que, una vez
esa búsqueda se concreta en María, no experimenta la tranquilidad de la
comprensión, sino un tormento aún mayor, el de la duda, que lo conduce a una
tensión permanente entre la cercanía a ella y la repulsión.
A
lo largo de la novela se evidencia esa oscilación; la ansiedad de Castel es tan
intensa y su conciencia está a tal punto escindida que todas sus acciones
replican esa fractura: María lo engaña, pero sin ella moriría; sus palabras lo
atormentan, pero necesita buscarla; ella es frívola y mentirosa, pero
representa su salvación. Es un juego turbio, ilícito, una comedia que tendrá su
tensión culminante cuando Castel se convenza de que no vivirá una comunión
total con María; más aún, de que es inútil esperar algo de otro y, por ello, su
destrucción es válida.
La
censura indicaba precisamente que el equívoco del amor ilícito conducía en el
libro a la justificación del asesinato. Esto es claro desde las primeras
líneas, ya que Castel se presenta a sí mismo como un asesino sin remordimientos
que viene, sino a justificar, al menos a explicar la naturalidad con la que
fueron dándose los hechos. Y, aunque otra vez Castel, subraye que su relato no
tiene pretensiones de vanidad, si está dispuesto a aceptar –nos dice- que en él
haya un poco de orgullo y soberbia.
El
asesinato es un asunto constante en El túnel, no solo porque la narración
desemboca allí, sino porque se manifiesta siempre en las digresiones que hace
Castel: su defensa de los criminales, la mordacidad de su misantropía, la
confesión de sus furias, la antipatía con que habla de los otros; todos estos
son elementos que descorren el perfil de un asesino, de alguien que,
reconociéndose en su herida o gratuidad, puede recurrir al ataque premeditado y
frío: al cuchillo con que ataca a María Iribarne.
Por
lo anterior, es perfectamente entendible que la censura destacase el ambiente
de “moral disolvente y absurdo” desde el que se configura la novela: toda su
narración rompe con la ética tradicional y nos aboca a un terreno que se exhibe
con toda la frialdad del existencialismo. La comparación con Camus que hicieron
en su momento los censores españoles, deja ver que la obra de Sábato se levanta
contra una serie de valores como el respeto, la familia, la corrección,
etcétera, para declarar su vacuidad. Es más, como lo hiciese también El
extranjero, la obra problematiza el valor mismo de la vida, desentrañando su
carácter contingente y fútil.
Como
muchas de las novelas más interesantes de mediados del siglo XX, El túnel capta
los signos de lo absurdo: la frustrante búsqueda del otro, la imposibilidad del
lenguaje, el sentimiento de gratuidad, los tormentos interiores, la pulsión del
deseo, la nostalgia de la niñez y, sobre todo, esto que no alcanzó a notar la
censura –siempre ciega a las ideas más profundas-: el convencimiento de que los
hombres vivimos un infierno cuyos muros son cada día más herméticos.
SÁBATO,
E. (2006) El túnel. Madrid: Cátedra.
WIETH, A. (1960) That gentleman.
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