Luciano - Diálogos
Son varias las razones
por las cuales Luciano de Samósata ha pasado a la posteridad: es el autor de la
obra más antigua de ciencia ficción –Historia
verdadera-, se le considera pionero del humorismo stricto sensu, y representa una fuente primordial para la biografía
de filósofos como Nigrino y Menipo.
Sus Diálogos son, de lejos, la parte más interesante de su obra: en
ellos convergen la sátira y la filosofía en una síntesis que se destaca por su cultura,
el dominio retórico, la calidad de la parodia y un humor sin parangones. Acaso,
la animadversión que causó Luciano entre sus contemporáneos provenga,
precisamente, de su inclinación a la invectiva: no hay zona que se resguarde de
sus señalamientos, estos por igual alcanzan el cielo y la
tierra.
Aunque en la época de
Luciano (siglo II) los dioses hubiesen caído ya en el descrédito, hacia ellos
se dirige en primer lugar. El cristianismo es incipiente y está desprovisto de
los motivos y conductas que enriquecen la religión grecolatina, de manera que esta
última es el blanco de sus diatribas.
Luciano vuelve a
numerosos mitos para lanzar desde el coloquio sus burlas: ridiculiza actitudes
de los dioses, parodia comportamientos, parafrasea fuentes –Homero, Hesíodo,
Eurípides-, invierte el sentido de las tradiciones y genera situaciones engorrosas,
sosteniendo aquella tesis que pone en boca de Heráclito en Subasta de vidas: “Los dioses son hombres inmortales”.
Bajo ese tratamiento dioses y héroes descorren sus vicios, no hay quien pueda elevarse como modelo de
virtud: a unos los obsede su deseo, a otros la maldad, pero todos viven en medio de la contradicción y el conflicto. Ni Júpiter, ni Mercurio, ni Plutón, ni ninguna de
las cientos de deidades que Luciano va haciendo aparecer en los Diálogos se encuentra libre de culpa:
cada uno, a su modo, es adúltero, miente, se venga, despotrica de sus
congéneres y, por supuesto, después, también perjura, se lamenta, niega lo dicho,
se atormenta.
Con todo, Luciano no es
solo ese “blasfemo y ateo” del que habla Suidas; sus invectivas se dirigen con
mayor frecuencia a los hombres. En El
Pescador o los resucitados, Luciano se describe como un “despreciador de la
soberbia, la impostura, la mentira y la vanidad”. Se trata de una declaración formulada a modo de itinerario: desenmascarar la corrupción que se
cierne sobre los hombres, en general, y los filósofos, en particular.
Los Diálogos de los muertos son especialmente significativos al
respecto; en ellos, Luciano satiriza una y otra vez la superchería e ignorancia
que falsean la vida. Por medio de Carón, Menipo o Mercurio, ironiza, por turno,
los valores sobre los que el necio afinca su vida: la riqueza, la gloria, el
linaje, el placer. Luciano se burla mordazmente de quienes desatienden su transitoriedad,
superponiendo a la sabiduría cualquiera de esos valores para lamentarse después
de su pérdida.
“Si desde un principio
reflexionasen que son mortales y que viniendo como en peregrinación y con
tiempo limitado a la vida, han de salir de ella como de un sueño, dejándolo
todo en la tierra, vivirían más sabiamente y se afligirían menos al morir”, afirma
en Carón o los contempladores.
Luciano integra persistentemente consideraciones de este tipo sin cesar de
mofarse de los que conducen su vida por otro sendero y, así mismo, de exhortar
a regirse por una filosofía que armonice la ataraxia y el cinismo.
Es claro que no incomoda
tanto a Luciano la existencia de una ignorancia generalizada como que esta se manifieste
en el comportamiento de los filósofos. Lo primero es inevitable: el culto al
fraude, al lujo y a la mentira lo halla con rapidez quien se dirige a Roma o a
otra ciudad del imperio. Lo segundo, en cambio, es inexcusable, pues es de
suponer que la filosofía encamina hacia la virtud. Los Diálogos, sin embargo, son pesimistas
al respecto: ciertamente los filósofos predican doctrinas sabias, pero estas
las desmienten ellos mismos con sus actos.
Las sátiras más fuertes
se hallan aquí; como antes con los dioses, Luciano hace befa de los filósofos:
exagera sus silogismos, los delata en los banquetes, los llama hipócritas y
aduladores, los espía junto a meretrices, los acusa de pederastia, los vende en
subastas, se ríe de sus miedos y gazmoñerías. En fin, va mostrando cómo la
diferencia entre estos y los hombres comunes será, apenas, su grado de
afectación y la habilidad para disfrazar sus faltas en la retórica.
Sobre Sócrates, Platón,
Pitágoras, Empédocles, Aristóteles y, más aún, sobre quienes se consideran sus
epígonos, van cayendo las reprensiones y burlas. “Contra estos he
lanzado mis dicterios –dice Luciano-: a estos pienso continuar desenmascarando y
exponiendo a la irrisión del público”. Diálogos enteros dedica a este propósito:
Nigrino o las costumbres de un filósofo,
Menipo o la necromancia, Los Fugitivos, Subasta de vidas, etcétera, de suerte que, no solo hay intensidad
en las sátiras, sino también un desarrollo de estas in extenso.
Se salvan algunos nombres
de este registro ignominioso: son las figuras de la escuela cínica con
las que simpatiza Luciano: allí están, por ejemplo, Diógenes, Antístenes y
Crates; pero, en especial, Nigrino y Menipo, quienes encarnan el ideal de
filósofo de Luciano: el que ama lo hermoso, sencillo y verdadero; el que sigue
la vida de los ignorantes –la mejor y más alta de todas-; el que camina sin extraviarse en vanas disquisiciones
o vicios; el que sabe reír sin histrionismo juntando la vida y la muerte
en una sola experiencia.
LUCIANO (1944) Diálogos. Buenos Aires: Argonauta.
RUBENS, P. (1622) Der Götterrat.
0 comentarios