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Luciano - Diálogos

by - agosto 31, 2020


Son varias las razones por las cuales Luciano de Samósata ha pasado a la posteridad: es el autor de la obra más antigua de ciencia ficción –Historia verdadera-, se le considera pionero del humorismo stricto sensu, y representa una fuente primordial para la biografía de filósofos como Nigrino y Menipo.

Sus Diálogos son, de lejos, la parte más interesante de su obra: en ellos convergen la sátira y la filosofía en una síntesis que se destaca por su cultura, el dominio retórico, la calidad de la parodia y un humor sin parangones. Acaso, la animadversión que causó Luciano entre sus contemporáneos provenga, precisamente, de su inclinación a la invectiva: no hay zona que se resguarde de sus señalamientos, estos por igual alcanzan el cielo y la tierra.

Aunque en la época de Luciano (siglo II) los dioses hubiesen caído ya en el descrédito, hacia ellos se dirige en primer lugar. El cristianismo es incipiente y está desprovisto de los motivos y conductas que enriquecen la religión grecolatina, de manera que esta última es el blanco de sus diatribas.

Luciano vuelve a numerosos mitos para lanzar desde el coloquio sus burlas: ridiculiza actitudes de los dioses, parodia comportamientos, parafrasea fuentes –Homero, Hesíodo, Eurípides-, invierte el sentido de las tradiciones y genera situaciones engorrosas, sosteniendo aquella tesis que pone en boca de Heráclito en Subasta de vidas: “Los dioses son hombres inmortales”.

Bajo ese tratamiento dioses y héroes descorren sus vicios, no hay quien pueda elevarse como modelo de virtud: a unos los obsede su deseo, a otros la maldad, pero todos viven en medio de la contradicción y el conflicto. Ni Júpiter, ni Mercurio, ni Plutón, ni ninguna de las cientos de deidades que Luciano va haciendo aparecer en los Diálogos se encuentra libre de culpa: cada uno, a su modo, es adúltero, miente, se venga, despotrica de sus congéneres y, por supuesto, después, también perjura, se lamenta, niega lo dicho, se atormenta.

Con todo, Luciano no es solo ese “blasfemo y ateo” del que habla Suidas; sus invectivas se dirigen con mayor frecuencia a los hombres. En El Pescador o los resucitados, Luciano se describe como un “despreciador de la soberbia, la impostura, la mentira y la vanidad”. Se trata de una declaración formulada a modo de itinerario: desenmascarar la corrupción que se cierne sobre los hombres, en general, y los filósofos, en particular.

Los Diálogos de los muertos son especialmente significativos al respecto; en ellos, Luciano satiriza una y otra vez la superchería e ignorancia que falsean la vida. Por medio de Carón, Menipo o Mercurio, ironiza, por turno, los valores sobre los que el necio afinca su vida: la riqueza, la gloria, el linaje, el placer. Luciano se burla mordazmente de quienes desatienden su transitoriedad, superponiendo a la sabiduría cualquiera de esos valores para lamentarse después de su pérdida.

“Si desde un principio reflexionasen que son mortales y que viniendo como en peregrinación y con tiempo limitado a la vida, han de salir de ella como de un sueño, dejándolo todo en la tierra, vivirían más sabiamente y se afligirían menos al morir”, afirma en Carón o los contempladores. Luciano integra persistentemente consideraciones de este tipo sin cesar de mofarse de los que conducen su vida por otro sendero y, así mismo, de exhortar a regirse por una filosofía que armonice la ataraxia y el cinismo.

Es claro que no incomoda tanto a Luciano la existencia de una ignorancia generalizada como que esta se manifieste en el comportamiento de los filósofos. Lo primero es inevitable: el culto al fraude, al lujo y a la mentira lo halla con rapidez quien se dirige a Roma o a otra ciudad del imperio. Lo segundo, en cambio, es inexcusable, pues es de suponer que la filosofía encamina hacia la virtud. Los Diálogos, sin embargo, son pesimistas al respecto: ciertamente los filósofos predican doctrinas sabias, pero estas las desmienten ellos mismos con sus actos.

Las sátiras más fuertes se hallan aquí; como antes con los dioses, Luciano hace befa de los filósofos: exagera sus silogismos, los delata en los banquetes, los llama hipócritas y aduladores, los espía junto a meretrices, los acusa de pederastia, los vende en subastas, se ríe de sus miedos y gazmoñerías. En fin, va mostrando cómo la diferencia entre estos y los hombres comunes será, apenas, su grado de afectación y la habilidad para disfrazar sus faltas en la retórica.

Sobre Sócrates, Platón, Pitágoras, Empédocles, Aristóteles y, más aún, sobre quienes se consideran sus epígonos, van cayendo las reprensiones y burlas. “Contra estos he lanzado mis dicterios –dice Luciano-: a estos pienso continuar desenmascarando y exponiendo a la irrisión del público”. Diálogos enteros dedica a este propósito: Nigrino o las costumbres de un filósofo, Menipo o la necromancia, Los Fugitivos, Subasta de vidas, etcétera, de suerte que, no solo hay intensidad en las sátiras, sino también un desarrollo de estas in extenso.

Se salvan algunos nombres de este registro ignominioso: son las figuras de la escuela cínica con las que simpatiza Luciano: allí están, por ejemplo, Diógenes, Antístenes y Crates; pero, en especial, Nigrino y Menipo, quienes encarnan el ideal de filósofo de Luciano: el que ama lo hermoso, sencillo y verdadero; el que sigue la vida de los ignorantes –la mejor y más alta de todas-; el que camina sin extraviarse en vanas disquisiciones o vicios; el que sabe reír sin histrionismo juntando la vida y la muerte en una sola experiencia.

LUCIANO (1944) Diálogos. Buenos Aires: Argonauta.
RUBENS, P. (1622) Der Götterrat.

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