Heinrich Heine - Libro de las canciones

by - julio 20, 2023


Heinrich Heine encarna un caso de fortuna y desgracia, pues, aunque su nombre se enarboló en Alemania a lo largo del siglo XIX como el último gran representante del Romanticismo, más tarde este fue duramente repudiado por los nazis, quienes, sin olvidar su origen foráneo, se negaron a considerarlo como una verdadera figura del Volkgeist ario.

El resultado de dicha vicisitud ha sido que su obra se lea todavía con recelo. El Libro de las canciones (1827), por ejemplo, aun cuando llegó a reeditarse al menos 45 veces solo durante los primeros 50 años que siguieron a su publicación original, se ve aún empañado por la crítica que reprueba su facilismo –esto es, la dilección que muestra por los temas amorosos- y su exageración de los recursos románticos.

De cualquier modo, dicho texto continúa ofreciendo para muchos un modelo de poesía que, en consonancia con las pretensiones del autor, florece como pensamiento mientras deja medrar en su interior las pasiones. En este sentido, constituye una obra que fractura el dualismo entre sentir y pensar, y que traduce, además, esa confluencia espiritual de judaísmo, cristianismo y helenismo desde la que se alza la poética de Heine.

El Libro de las canciones está dividido en cinco grandes partes. La primera se titula Sufrimientos jóvenes y se asienta por completo en la exploración onírica del amor. Como en ella predomina el tono pesimista, el sueño suele concebirse como lo único que perdura de la ventura amorosa –“solo quedaste tú, huérfano canto”- y la muerte constituye una presencia siempre al acecho. En los momentos más patéticos, la voz poética, transida de dolor, se entrega, incluso, a lo fáustico, a una superstición que busca valerse de cualquier ensalmo para superar la pérdida de lo querido.

Ya en estos poemas, los más tempranos de Heine, se apela a las fuentes del cristianismo y de la Antigua Grecia. Esto, sumado a que los sentimientos actúan sobre numerosos personajes (Hedwig, Ulrich, Lise) y en escenarios diferentes (Toledo, Babilonia, Paderborn), hace que el amor se exprese como un hechizo, una trampa tendida sobre todos los hombres –amor omnibus idem- y con efectos semejantes en ellos: la desesperación, la pena o el exilio.

El segundo grupo de poemas se presenta como Intermezzo lírico y ya había aparecido en la obra Tragedias, publicada en 1823. Se trata de un apartado que escruta primordialmente el vaivén de las pasiones, cuestionando “el sentido de que el amor mezcle con la muerte y los pesares la fruición que ofrece a los hombres”. Hay, por lo tanto, una tensión intensa aquí entre, por un lado, la ilusión, la fe o la belleza y, por otro, la perfidia, la altivez y el derrumbe de los ideales.

Más adelante aparece la sección El regreso, la más amplia del libro. Su nombre indica el retorno al lugar idílico en donde se vivió la juventud, el cual se recoge por vía de contraste con lo conocido después. De este enfoque mana una especie de doble pálido –“la visión se ha extinguido y otra vez me envuelven las sombras”- que pone sobre el bastidor “la eterna marcha”, “la eterna despedida”, el rumor de los viajes y las experiencias cosechadas en otras latitudes, especialmente, en España.

Sin duda, las más logradas instantáneas del paisaje escritas por Heine se encuentran en este punto. A pesar del ánimo predominantemente apesadumbrado, medroso, desde el que estos poemas se escriben, ese hombre “doliente y extraño” es capaz de capturar con sus metáforas imágenes impresionantes de la lluvia, los bosques, la borrasca o los cielos y colocar justo en medio de ellas algún recuerdo que vuelve a la vida.

Los seres mitológicos comparecen de nuevo en forma de ondinas, sirenas o héroes y ratifican la idea de que siempre “hay un hombre mirando a las alturas”. La heterodoxia de Heine lo faculta para abordar, en paralelo, la religiosidad cristiana y el fervor helénico; y, aunque sea verdad que el mayor griego entre los alemanes fue Hölderlin, Heine elabora también varios poemas loables en esta dirección –v. gr., Ocaso de los dioses o Los dioses de Grecia- que, por añadidura, aportan una cuota no desdeñable de metapoesía.

Del viaje al Harz es la cuarta parte del libro y se centra en exaltar la simpleza de la vida del campo. Desde luego, el único poema que la compone es el que mejor recoge la sentencia de Heine: “Entre los errores más desafortunados de los hombres figura el pueril menosprecio de los dones que la Naturaleza nos regala”. Así, el texto se apropia de la forma dialogada para sostener la tesis de que la Naturaleza es un medio para restañar el dolor y un reino superior que puede despertarse a través del contacto o el conjuro de la imaginación.

Por último, se incluye el capítulo Mar del norte que, en correspondencia con su título, rastrea las peripecias de una nueva voz que viaja por Escocia, Holanda y Noruega, recogiendo en cada sitio “leyendas olvidadas, deliciosas consejas de inmemoriales tiempos”. Obviamente, como antes, la poesía vuelve a ancorar aquí en asuntos amorosos, esta vez observados desde la óptica del viajero: una insistencia que apoyaría a Marcuse en su opinión de que la fallida relación de Heine con su prima Amelie –post corda lapides- constituyó, para el autor, su predestinación y, para los lectores, una clave de entendimiento.

En todo caso, el ciclo segundo de esta sección se aleja de la susodicha estrechez y abriga con calidez el mundo mitológico. Allí surge casi una obsesión por los orígenes y, si bien los nombres de Poseidón, Caronte, Tetis, Thalassa, etcétera, son pronunciados en estos poemas luctuosamente –“ni siquiera el reino de los dioses perdura”-, de lejos deben constituir la parte más oscura e interesante del libro.

Ese aire penumbroso que hay al final de la obra es la atmósfera perfecta para cerrar el ritual romántico oficiado en ella. “Cada vez más en las ondas penetra mi mirada –dice Heine- hasta que al fin consigue vislumbrar los abismos”; y su poema Purificación abre con la línea aún más negra: “Quédate en el abismo”. Esa tentación de acercarse a las simas, aun en los momentos en que la luminosidad del amor parece protegernos, ha de ser el sello más particular de la poesía de Heine.

HEINE, H. (2015) Libro de las canciones. Madrid: Akal.
FRIEDRICH, C. D. (1822) Mondaufgang am Meer.

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