Denis Diderot - Sobre la Interpretación de la Naturaleza
Mientras trabajaba en el tercer volumen de la Encyclopédie, Diderot emprendió la redacción del opúsculo Sobre la interpretación de la Naturaleza (1753), un texto inscrito en el ámbito de la filosofía natural que compagina tres de sus facetas como ilustrado: la de erudito, la de científico y la de transmisor.
El libro conserva aquel escepticismo propio de los Pensamientos filosóficos (1746) y mantiene, así mismo, una escritura afincada en pequeños bloques, lo que permite incorporar a Diderot en la nutrida tradición de la aforística francesa: La Bruyère, Chamfort, La Rochefoucauld, Joubert, etcétera.
En general, Diderot propone aquí que la ciencia es un terreno oscuro, salpicado apenas por algunas iluminaciones y, en consecuencia, quien se dedica a ella ha de interesarse tanto en multiplicar los focos de luz como en acrecentar su espectro. Para indicar cómo se pondría en marcha un programa de este tipo, Diderot, inicialmente, explica su concepción de investigación científica; después, la ilustra con ejemplos de su época; y, por último, provee consejos específicos sobre su desarrollo.
La postura de Diderot revela a un progresista interesado en la consecución de una ciencia capaz de luchar en dos frentes: contra la especulación teórica y contra la presunción teleológica. Estos factores, en su opinión, resultan perniciosos, de suerte que deban superarse afianzando los procedimientos que garantizan una adecuada interpretación de la naturaleza, a saber: la observación, la reflexión y la experiencia.
Muchas de las ideas que aborda Diderot, ciertamente, pretenden probar la tesis de que el avance del conocimiento y la confianza que el hombre deposita en este han sido afectados por el predominio de la abstracción. Insiste, por ello, en la importancia de reconciliar la acción con la teoría, de situar siempre los pensamientos en “la tierra” y de propender por una imagen totalizada del mundo que evite el estudio independiente de los fenómenos.
Este planteamiento responde a una distinción trazada por el mismo Diderot entre dos clases de filosofía, la racional y la experimental. Según él, mientras estas operan aisladamente no logran establecer una imagen entera del mundo: la primera, porque lo reduce a metafísica; la segunda, porque lo asume como puro devenir. Así, el conocimiento de lo que existe solo advendrá cuando se favorezca una dinámica de complementariedad –pari passu- que asegure el equilibrio entre ἐπιστήμη y πραξις.
Diderot no olvida destacar la lentitud que entraña un proceso como este. Su labor de enciclopedista, sin duda, reforzó esa conciencia sobre la inconmensurabilidad de los fenómenos y, complementariamente, sobre los límites a los que se aboca el entendimiento a raíz, tanto de la imperfección de los instrumentos con los que trabaja, como de los obstáculos que surgen de nosotros mismos: los prejuicios, el olvido o las supersticiones.
Es por esto que Diderot concibe la observación, la reflexión y la experiencia como elementos que tendrían que desplegarse indefinidamente. En efecto, se trata de procedimientos asociados a una obra –la del conocimiento- que, si bien no se consumará por completo, debe emprenderse de forma lenta y permanente. El ritmo de esa ciencia sigue, de algún modo, la famosa doctrina de Augusto del festina lente –“apresúrate lento”- y, además, apela al criterio de utilidad para evaluar la medida de su desarrollo, pues su meta no se reduce al descubrimiento de lo que existe y sus cualidades, sino que explora igualmente los posibles empleos de las investigaciones.
Como se mencionó, Diderot aprovecha toda una parte de su disertación (parágrafos 32 al 38) para proponer, precisamente, ejemplos de estudios que, dentro de la física, la astronomía o la medicina, prueban la validez de sus ideas. De hecho, recuperando algunas de sus indagaciones sobre el arte, emplea también dicho campo para ilustrar, por un lado, el mundo inabarcable al que se aboca el artista y, por otro, su constante empeño en hallar las formas de expresión que puedan dar cuenta de este.
Debido a que su texto está dirigido a “los jóvenes que se disponen al estudio de la filosofía natural”, complementando sus elucubraciones, Diderot expone una serie de sugerencias que él estima provechosas. Las hay de todo tipo: por ejemplo, escuchar a quienes refutan o contradicen, pues esto ofrece la oportunidad de fortalecer las concepciones propias; no pretender que los seres cambien de acuerdo a las nociones que tenemos de ellos; o cerciorarse de que las generalizaciones partan de un número ingente de experiencias.
Diderot también exhorta a ser precavido en el uso de las analogías; llama la atención sobre el tiempo que es propio de cada fenómeno y cómo el investigador debe adecuar sus métodos e instrumentos para no vulnerar esa marcha; alerta sobre la precipitación que amenaza siempre que se investiga; y, como quedó dicho, se opone radicalmente a aceptar que el mundo y la ciencia sean teleológicas. En ello parece Diderot haber heredado sin objeciones el juicio de Spinoza: “La naturaleza no tiene fin alguno prefijado y todas las causas finales son, sencillamente, ficciones humanas”.
Por supuesto, este optimismo ilustrado no reduce a Diderot al fanatismo. Ya en la dedicatoria de su libro establece lo que parece ser una petición de principios: entender que la naturaleza no es dios, que el hombre no es una máquina y que una hipótesis no es un hecho. Además, reiteradamente nos remite al tema de la limitación humana, señalando –como al inicio de sus Pensées- que aquello que consideramos la gran historia de la naturaleza, no es más que la imagen incompleta de un instante.
Desde esta perspectiva, Sobre la interpretación de la naturaleza es un libro inteligente. Como producto de su época, trasluce el afán que impulsa al hombre hacia el conocimiento y la superación de la heteronomía; pero, por otra parte y casi intempestivamente, se levanta para vindicar los velos detrás de los cuales se esconde el mundo y, ante todo, para advertir sobre la imposibilidad de responder totalmente las preguntas que evitarían que fuésemos, en tanto humanos, otra de las formas de la imperfección.
DIDEROT, D. (1992) Sobre la interpretación de la naturaleza. Barcelona: Anthropos.
TAILBY, R. (1765) A Philosopher Giving a Lecture at the Orrery.
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