Robert Walser - La Habitación del Poeta

by - enero 31, 2023


Tras una ardua labor de rastreo y recuperación, hace algunas décadas se logró organizar el corpus titulado La habitación del poeta, conjunto de textos desconocidos que Robert Walser habría escrito entre 1896 y 1910 para ser publicados en distintos periódicos de Austria, Alemania, Suiza y Hungría.

El libro, por tanto, remite a la época en la que Walser vendía sus escritos a las agencias encargadas de abastecer las secciones culturales o de entretenimiento de los diarios europeos y reúne textos que se salvaron de desaparecer en las manos del propio Walser (como fue el caso de tres de sus novelas) o dispersos en la corriente de las pequeñas publicaciones.

Hay tres tipos de textos recogidos aquí: prosas, poemas y fragmentos. Los primeros conforman la mayoría y, sin duda, superan el cuento en tanto género, debido a la ambigüedad desde la que fueron concebidos. Los poemas, por su parte, son apenas cinco, todos caracterizados por su sencillez estructural y el modo en que compaginan humor y sabiduría estoica. Los fragmentos, finalmente, siguen la orientación de la estampa para desarrollar temas de índole social.

Como bien afirma Bernhard Echte, a pesar de su aparente disparidad, los textos de Walser están unificados por una banalidad provocadora, esto es, por el gusto que encuentra el autor en lo insólito. De tal suerte, sin importar que Walser se incline por la narración, la semblanza o, incluso, a veces, la crítica literaria, siempre se hallará en él la exploración de lo ordinario como algo que sucede inusitadamente.

En este sentido, cabe señalar que, en La habitación del poeta, así como ocurre en sus obras más importantes, apropiándose de una escritura enfática, Walser recoge todo tipo de excentricidades: ancianos que se quitan máscaras, poetas que viven en bañeras, hombres que sostienen romances con estatuas, niños que antes fueron olas o funcionarios que confiesan sus problemas a las flores.

Por supuesto, Walser no se limita a elaborar un inventario excéntrico. Detrás del modo en el que se acerca a tanta irreverencia se halla un sustrato filosófico: la idea de que la igualdad de los hombres revela una facilidad que no concuerda con el afán de hacernos diferentes. En otras palabras, hay una “rareza inmensa, irrefutable” que no coincide con nuestra supuesta uniformidad y, en consecuencia, debemos cortar ese ritmo monótono que menoscaba la capacidad de ser y vivir lo otro.

Lo que pretende indicar Walser es que cientos de matices escapan habitualmente de la mirada. En Algo sobre el ferrocarril, por ejemplo, los pasajeros del tren observan las ciudades desde la ventana como si se tratara de “imágenes sin vida” y, sin embargo, allí está hirviendo todo: el golpe del herrero, el relincho del caballo, el llanto de un niño, el ruido de las máquinas, la alegría de un secreto. Y lo mismo ocurre en De la lectura de la prensa, relato que desvela el sinnúmero de hechos inadvertidos que pululan en la plétora de las noticias.

Siguiendo esta convicción, Walser explora la ciudad como un “mar agitado” que resulta confuso para sus habitantes: en ella hay siempre algo a la vez familiar e inconcebible. El asunto es que en la mayor parte de las personas triunfa el abotargamiento y, así, pocos están dispuestos a la menor ruptura o estropicio, olvidando aquel precepto que nos abriría más los ojos y que Walser recuerda en el cuento Niños y casitas: “Muchas cosas raras son posibles”.

Teniendo en cuenta lo expuesto, puede sostenerse que esta obra de Walser pone en marcha un juego de vaivén: la extrañeza conduce a la familiaridad, mientras que la intimidad devuelve a la distancia. Dinámica, por cierto, a la que el propio Walser parece referirse como cultivo de la atención, es decir, una clase especial de sensibilidad y movimiento que ha de servir para salvar los sucesos de la vida.

Por esta razón, como antes lo fuese para von Kleist, el atributo que descuella en Walser como escritor es el de la hipersensibilidad, solo que, en su caso, esa apertura no se da hacia el plano de lo onírico, sino de lo real –diríase, inclusive, de lo fáctico-. Él mismo expone esta condición al sostener que “el escritor acecha los acontecimientos, persigue las rarezas del mundo, busca lo extraordinario y verdadero (…), está siempre a punto, siempre dispuesto a atacar por sorpresa (…) con su afilada pluma, impregnada del terrible veneno que es el don de la observación”.

Semejante concepción implica una desintegración inevitable de la subjetividad. Para Walser solo existe una religión a la cual el escritor apela: refugiarse en la vida de los demás, pues aunque él, como autor, escriba la primera frase del texto, a lo largo de este ya no querrá saber nada más sobre sí. Acaso se trate de una suerte de sacrificio, de disgregación que, muy a tono con lo que sería después la filosofía de Levinas, invita a dar vida a los otros dejando la propia existencia lo menos posiblemente vivida.

Esta idea está todavía más fortalecida con la crítica que Walser hace, si bien no declaradamente, al progreso y la técnica, ya que estos rasgos de la civilización que, en lo cotidiano, el hombre experimenta a través del tráfico, el ruido, la rapidez de los cambios, etcétera, son barreras que impiden alzar la vista hacia lo heterogéneo y llenarse de todo lo que provee una atención mejor dispuesta.

La habitación del poeta es, en síntesis, una invitación a ver el mundo desde una fórmula que facilita una percepción más clarificadora del tiempo, del movimiento que se oculta en la experiencia y, así mismo, es una fuerza que impulsa a vivir la sorpresa de lo común y regular, evitando sucumbir ante la sentencia de la vulgata latina nihil sub sole novi –nada nuevo bajo el sol-.

WALSER, R. (2005) La habitación del poeta. Madrid: Siruela.
DALÍ, S. (1929) Les plaisirs illuminés.

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