Eugene O'Neill - Aquí Está el Vendedor de Hielo

by - noviembre 03, 2022


A pesar de que buena parte de la literatura en boga durante su época poseía una inclinación social que denunciaba los efectos de la guerra, las crisis económicas o el capitalismo, Eugene O’Neill proyectó su obra siempre en un sentido personal y tuvo ocasión para escribir, incluso, que “cuando un artista empieza a salvar el mundo, empieza a perderse a sí mismo”.

Por supuesto, habrá quien interprete una pieza como Aquí está el vendedor de hielo (1940) como un indicio de la desconfianza de O’Neill frente a la filosofía del éxito que entraña el american dream, pero lo cierto es que la obra se halla compuesta de tal manera que, más bien, parece defender la idea de que cada individuo es libre de escoger el género de vida que le parezca, aun si este se revela como autodestructivo e inútil.

Los cuatro actos de la obra se disponen, en este sentido, para colocarnos ante un conjunto de personajes marginados y misérrimos –entre ellos, antiguos sindicalistas, abogados, excombatientes, prostitutas, etcétera-, cuyas vidas transcurren alcoholizadas en el interior de un sórdido hotel. Son personajes agorafóbicos que temen, no solo alejarse de aquel escondrijo, sino, además, perder la tranquilidad que les provee sus fantasías, en defensa de las cuales estarían dispuestos a levantar lanzas.

El problema de la obra radica justamente en que un personaje, Theodore Hickman, arribando desde el exterior, intentará que aquellos individuos, capaces de advertir y burlarse de los embustes de los demás, reconozcan también las patrañas que ellos mismos cultivan –como volver a trabajar, recuperar su prosperidad, reconciliarse con amigos o ser tratados con respecto-, solo que dicha pretensión, por más que sea bienintencionada, representará para aquellos su muerte emocional.

Esa fantasía diariamente estimulada que no están dispuestos a abandonar los personajes de Aquí está el vendedor de hielo es la que corresponde a los pipe dreams. Se trata, por tanto, del antídoto que los fracasados tienen para protegerse de la realidad; el artificio que les permite vivir en el presente sin estar enteramente en él, pues cada instante, para ellos, es el punto desde el que formulan una vuelta imaginaria de lo ya vivido. “El pasado es la mejor vida del mundo” –dicen- y, en consecuencia, todo porvenir se convierte únicamente en un trasunto de aquel.

Es una fantasía que reta la verdad y se convierte para los personajes en una de las manifestaciones de su codicia, porque hasta los más grandes desatinos que su imaginación produzca son vistos por ellos con naturalidad, como algo con lo cual se debe estar perfectamente conforme; y, así, paradójicamente, a través del alcohol y el ensueño, estos hombres parecen ya vivir la vida que desean.

Es importante resaltar que, aunque O’Neill observa con detenimiento las fantasías propias de cada personaje, estas ganan su mayor envergadura haciéndose públicas. De alguna forma, son sueños que van tejiéndose en común y, por lo tanto, todos temen la soledad de sus cuartos y la realidad del hotel en que se reúnen está permanentemente trastocada: “Aquí lo peor es lo mejor, el Este es el Oeste y el ayer es el mañana”.

Dadas estas condiciones, se comprende que la llegada de Hickey constituya una verdadera disrupción. El personaje guarda un secreto que ha transformado su vida y, aunque quiera reservarse los pormenores, sí desea compartir con quienes considera sus amigos lo que él estima como “la mejor manera de salvarlos y llevarles la paz”.

El propósito de Hickey, desde luego, comporta un prejuicio, a saber: la suposición de que las fantasías de esos desheredados son un escollo para ellos, de que estas son la causa de alguna clase de dolor que los embarga y que, por ende, un poco de valentía para mirar la situación de frente es la manera adecuada de abandonar progresivamente la ilusión y acoger la vida tal y como es.

Hickey califica su consejo de estoicismo y, ciertamente, lo es, porque, primero, pretende que los otros se conformen con lo que este mundo ofrece de facto; segundo, porque sabe que esta voluntad implica limpiarse de los engaños y la inquietud que suele perturbarnos; tercero, porque exhorta a aferrarse al presente cuando este se fuga por el canal de los sueños y; cuarto, porque, en síntesis, esa tranquilidad que solo nace del mirar sin mentiras coincide con la euthymia estoica.

En todo caso, aunque esto cale momentáneamente en ciertos personajes, quienes emprenden acciones encaminadas a la superación de sus fantasías, el fracaso al que todos se abocan causa que, al final de la obra, se afinque en ellos la burla hacia esa “sabiduría de la honestidad” propugnada por Hickey. La mofa se declara coloquialmente al decir que “un borracho es un borracho y no hay quien lo cambie”, pero, indudablemente, también reviste un carácter filosófico, pues si la vida de estos personajes se cifra en la complacencia de fantasear, este es un sentido, por lo menos, justificado para ellos, esencial para su existencia; de allí que no sean palabras vacuas las alusiones que hace un hombre como Larry cuando sostiene que lo que Hickey les lleva es la paz de la muerte.

En consonancia con esto, Aquí está el vendedor de hielo puede concebirse como una variación sobre el mito de la caverna. En este caso, hay alguien que arriba desde el exterior y no logra explicar a quienes viven adentro la existencia de una realidad distinta a la que ellos atribuyen a las sombras que están habituados a ver. Por tal razón, otro de los problemas que fundamentan la obra es el de la incomunicación, quizá no tan agudizado como en otras piezas tipo Hughie, pero igual de implacable a la hora de demostrar que los males de los hombres no se solucionan simplemente con un poco de verdad hablada.

O’NEILL, E. (2001) Aquí está el vendedor de hielo. Madrid: Cátedra.
ENSOR, J. (1883) The Drunkards.

You May Also Like

0 comentarios