Séneca - De la Brevedad de la Vida

by - octubre 25, 2022


Hay hombres a quienes la vida se les presenta en exceso prolongada y, como esta percepción es fruto de su debilidad para soportarla, Séneca les aconseja –en De la tranquilidad del alma- habituarse al dolor de las cosas necesarias e, incluso, anticiparlo para reducir así la fuerza con la que este los embate.

En De la brevedad de la vida, un diálogo compuesto tras los siete años de destierro en Córcega, Séneca se enfrenta al problema contrario, es decir, al de aquellos que protestan contra la Naturaleza arguyendo que esta ha dispuesto una vida tan extremadamente corta que a todos les es arrebatada antes de alcanzar, si quiera, la preparación para encararla.

Séneca enfrenta la cuestión articulando doctrinas provenientes de la Stoa, los peripatéticos y el epicureísmo y, a partir de esta convergencia, traza en su diálogo una respuesta de doble proyección: por una parte, no se trata de que los hombres dispongan de poco tiempo, sino de que lo pierden en demasía, esto es, de que ellos mismos se encargan de acortarlo y; en segundo término, la vida es suficiente para quien sabiamente la dispone, por ello lo que se requiere es, ante todo, un adecuado modus vivendi.

En lo que respecta a la pérdida del tiempo, Séneca considera inicialmente que esta se produce en el ámbito social. En su opinión, nadie se pertenece a sí mismo si plantea su vida con una atención desmedida en los demás; es despreciable el hombre que descuida sus propias ocupaciones para dedicarse a las ajenas, pues desperdicia su tiempo y vive sordo al atinado consejo que aparece en De la vida feliz: “No seguir, a modo de ovejas, las huellas de los que van adelante”.

La otra forma en la que se malgasta la vida tiene que ver con la obsesión por los bienes. Cualquiera que sea la clase de estos –riqueza, elocuencia, propiedad- se convertirá para el hombre en una forma de ahogo y en una de las vías por las que se esfumará su tiempo, pues la administración debe operar sobre lo que es seguro, no sobre lo fluctuante o azaroso, y de los bienes, claramente, no es posible determinar su grado de permanencia.

También los vicios entrañan un modo de pérdida del tiempo. Séneca está persuadido de que quien se entrega a estos no vería suficiente para sí ni siquiera una vida de siglos. El placer, por ejemplo, engendra siempre ocupaciones: a cada paso exige algo nuevo para satisfacerse, algo distinto que colme la molicie. De allí que Séneca concluya que “algunos son infelices, no por falta de placeres, sino a causa de estos mismos”.

Finalmente, se malgasta el tiempo debido a la ignorancia. No se terminan de comprender los sentidos del oráculo: “Pequeña parte de la vida es la que vivimos”. En efecto, el hombre pasa por alto su caducidad y juega permanentemente con el tiempo considerándolo incorpóreo y, en consecuencia, desdeñable; no le inquieta entender la ley que rige su marcha y, mucho menos, se siente en la necesidad de avenírsele con sabiduría.

Es posible, por ello, estimar la duración de la vida como una prueba más del temple sabio. Cuando Séneca apunta que la vida no es corta pretende subrayar precisamente que el hombre sabio no se quejaría de la Naturaleza, sino que se acomodaría a sus leyes. Su εὐθυμία, en tanto buena disposición de ánimo, no se vería alterada por la fugacidad o dureza del tiempo, pues estos son asuntos que sabría sobrellevar poniendo en práctica la virtud.

La primera exhortación que hace Séneca es, por consiguiente, a examinar el modo propio en que conducimos la vida. No por las canas se infiere que un anciano ha vivido, de suerte que cada quien ha de mirar atrás para reconocer en su pasado cuánto tiempo ha sido realmente suyo y, en caso tal, ante la imagen del desperdicio, arrepentirse y propender por el cambio.

El fundamento de la sabiduría estoica radica justamente en ajustarse a la particularidad de cada instancia: el pasado es seguro; el presente, breve; el futuro, incierto. El hombre sabio, por ende, abraza su pasado, usa el presente y prevé su futuro. Lo primero, como se indicó, consiste en volver a lo vivido para aprender de ello; lo segundo, implica sentir el presente como sagrado, aceptarlo en su flujo permanente  y, sobre todo, desearlo: no es sabio el hombre que se sacrifica por el futuro o el que vive su ahora con miedo del mañana.

Por otra parte, aunque el futuro no se tenga jamás en las manos, es posible prever sobre él ciertas cosas y en esa dirección el estoico refleja también su sabiduría. Al respecto, es sabio anticiparse al dolor: en ello se cifra el sentido de la premeditatio malorum; pero, además, se requiere cultivar el recuerdo constante de la muerte, pues de ese memento mori se desprende el obrar como hombres vivos, como sabios que se ajustan a un pacto indisoluble.

Un aspecto interesante de las reflexiones de Séneca estriba en la fórmula que aduce para argumentar su idea de prolongar la vida. Aquellos que emplean parte de su tiempo estudiando a los sabios añaden a la suya todas las edades de estos, todos los años que los precedieron. Séneca va, incluso, más allá porque, según él, es posible acercarse a los sabios –entiéndase, Demócrito, Pitágoras, Zenón, Teofastro, etcétera- para apropiarse de lo que estos dijeron y levantarse hasta la inmortalidad: la altura de la que ya nadie será derribado.

De la brevedad de la vida posee el tono práctico de la filosofía estoica y plantea cómo, aunque existe una ley inexorable que impulsa el tiempo, depende del hombre de su voluntad y virtud- decidir la manera en la que se entrega a su vivencia. La prueba más radical de esta tensión entre lo inevitable y lo libre es que el hombre podría cortar el lazo que lo ata a la vida en el momento que quisiera, pero, si es sabio y vive, “su muerte será una consagración incluso ante los ojos de aquellos que la temen”.

SÉNECA (1984) De la brevedad de la vida. Madrid. Sarpe.
DOMÍNGUEZ SÁNCHEZ, M. (1871) La muerte de Séneca.

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