Lord Byron - Mazeppa

by - septiembre 11, 2022


Los escándalos, los viajes, los excesos y todas aquellas empresas temerarias que osó abrazar durante su vida convirtieron a Lord Byron en el poeta romántico por antonomasia. En su figura convergen la más radical libertad y el individualismo, no solo como presupuestos literarios, sino también como fundamentos a partir de los cuales la propia existencia puede convertirse en obra.

Dicha imbricación explica el interés que llegó a despertar en él la imagen del legendario Mazeppa, a quien conoció a través de la semblanza recogida por Voltaire en su Histoire de Charles XII (1772). Aquel héroe ucraniano, de vida turbulenta y azarosa, sin duda, representó a los ojos de Byron el arquetipo de hombre que confiere a su experiencia una voluntad mítica capaz de alzarse por encima de lo corriente.

El Mazeppa histórico (1642-1710) era un cosaco que se recordaba en la época de Byron, tanto por su papel durante la Gran Guerra del Norte, como por su excepcional talento como jinete, virtud que, según indicaba una leyenda en boga, irónicamente había alcanzado Mazeppa tras ser obligado a cabalgar amarrado de espaldas a su caballo por cortejar a una mujer casada.

Estos rasgos generales son los que retoma Byron para crear su obra Mazeppa (1819), un poema de 869 versos en el que el λόγος ποιητικός se ve enriquecido con una summa narrativa poco digresiva que garantiza la conservación de la epicidad que siempre palpita en las acciones del héroe.

Lord Byron ubica su poema justo después de la batalla de Poltava, es decir, cuando las fuerzas invasoras de Suecia se repliegan ante el poder ruso que defiende a Ucrania. El rey Carlos XII, fatigado por la escabullida, se percata de que únicamente Mazeppa –aquel anciano que ha confabulado contra los rusos- permanece sereno; instado por la curiosidad, le pregunta cómo se convirtió en tan buen jinete y esto da ocasión a Mazeppa para tomar la voz y elaborar la prolongada analepsis con la que reconstruye los distintos episodios de su pasado.

El regreso a lo vivido se despliega sobre dos zonas principales: por un lado, la dificultad que tuvo Mazeppa en su juventud para gobernar sus impulsos –“los hombres no han nacido todos para ser los reyes de sus pasiones”- y, por supuesto, el romance con la mujer de aquel conde de Volhynia que desembocó en el castigo antes señalado.

Byron se revela típicamente romántico al modelar el arrobamiento juvenil de Mazeppa: en su dibujo destaca especialmente la impulsividad del héroe, su osadía, su apertura hacia zonas en las que lo político o lo moral no son fuerzas restrictivas. Muy temprano en el poema, Mazeppa ilustra estas transgresiones calificando, por ejemplo, la atracción que sentía por Teresa como una “extrema locura, en bien y en mal”.

Es verdad que la aparente liberación de aquello que lo limita puede concebirse, por el contrario, como el triunfo de las pasiones sobre Mazeppa, es decir, como su enajenación. En efecto, la vehemencia con la que suele vivir no le permite al personaje ponderar si gana o pierde con lo que hace y, en consecuencia, hay un permanente extravío: “Nunca ejercí sobre mí –dice Mazeppa- semejante control”.

De hecho, en los momentos en los que hay espacio para lo reflexivo, el propio personaje concibe sus experiencias (la guerra, las conjuras, las venganzas, los amoríos, etcétera) como formas de precipitación: “Solía consumir mis sentimientos antes de que sus causas revelara”, afirma Mazeppa; y esa violencia casi instintiva es más notoria en la obra cuando se pone en contraste con personajes templados como el rey.

En todo caso, de nada de esto hay en Mazeppa una crítica, antes bien, Byron lo exalta, pues esta es la ruta que conduce a la comunión mítica con la naturaleza. La muerte, que es otro de los temas centrales del poema, revela más a profundidad ese vínculo: su instancia recuerda que hay voluntad de vida cuando el hombre se entrega con sus pasiones a la fuerza de lo monstruoso; de allí que Mazeppa concluya: “Supongo que deberemos sentir aún mucho más antes de volver al polvo”.

Después de casi morir amarrado a su caballo y de ver expirar al animal, adviene un cierto saber en Mazeppa. Toda la parte final del Canto XVII presenta ese aprendizaje: el hombre vive atado a lo moribundo y, por ello, quien ha encontrado gozo, tanto en lo bello como en lo terrible, “nada ha de esperar ya y nada abandona”. La entrega a esa corriente cancela la vana espera del desgraciado y enaltece el espíritu ciego que dio origen al mundo.

Lo que resulta indudable para Byron es que este conocimiento solo se genera en la vejez. En el poema, es solo el Mazeppa anciano el que encuentra por fin el lenguaje que no halló a lo largo de su juventud para explicar la fuerza que lo domeñaba, esa misma que estaba transformando su vida en mito. De la comparación con el que fue antes, deviene ese descubrimiento; una racionalización que permite a Mazeppa ubicarse dentro de un particular flujo vital.

Puede decirse, así, que Byron opera un doble movimiento: por una parte, separa a los hombres que alcanzan alguna sabiduría a partir de sus pasiones de quienes no lo hacen y, por otra, los iguala, puesto que unos y otros están condenados a ignorar los derroteros por los que se ven arrastrados. En torno a esto último, que bien podría calificarse de destino, gira esa suerte de clamor que Byron expresa al final de su poema: “What mortal his own doom may guess?, se pregunta allí, “¿qué mortal puede adivinar su propio destino?”.

BYRON, L. (1999) Mazeppa. Madrid: Visor.
REMBRANDT, H. v. R. (1655) De Poolse ruiter.

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