Max Stirner - Escritos Menores

by - abril 18, 2021


Tras la ruptura de Stirner con el grupo de Los Libres Die Freien-, la crítica empezó a asociar su nombre con las más variadas ideologías: la anarquía, el liberalismo, la burguesía y hasta el fascismo. Sin embargo, dentro de tantas supuestas filiaciones, quizá solo la del nihilismo resulta útil para explicar la esencia de su filosofía.

Stirner es un filósofo nihilista porque encarna una negación de la metafísica, más estrictamente, de los discursos que sostienen su validez en el hecho de preceder al individuo o en afirmar valores superiores a este. Justamente por ello, en El único y su propiedad (1844) Stirner presentó la figura del Einzige –el Único-, es decir, el individuo que, desprendiéndose de todo yugo, se convierte en el egoísta para el cual prevalece únicamente su propio interés.

El nihilismo de Stirner, con todo, se evidencia también en sus Escritos Menores, colección de textos publicados entre 1842 y 1848 que, aun sin redactarse con una pretensión sistemática, desarrollan una de las tesis fundamentales de su postura, a saber: el movimiento permanente del mundo hace imposible cualquier predicación absoluta.

Se trata de una reformulación, pues se sabe que Heráclito fue el primer pensador occidental en plantear la cuestión del movimiento: πάντα ρεῖ καὶ οὐδὲν μένει –“todo fluye, nada permanece”- y, así mismo, la tensión entre el ser y el no ser: ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶοὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶοὐκ εἶμεν τε –“en los mismos ríos entramos y no entramos, somos y no somos”.

Stirner trabaja a partir de esta doctrina que demuestra que, en un determinado momento, el mundo y el individuo son algo y no son todo lo demás, así como después serán otra cosa y no serán. En su ensayo El falso principio de nuestra educación, por ejemplo, el autor sostiene que, ni la educación centrada en la cultura, ni la de sesgo más práctico, son saludables para el individuo, toda vez que ninguna de ellas escapa a la sumisión frente a un discurso prefijado que desvirtúa el cambio connatural del hombre y su creación de sí mismo.

“Crearse a sí” no consiste en aprender de otro o convertirse en su colaborador; por el contrario, implica ser capaz de “no cesar de liberarse una y otra vez”, tanto de quienes enseñan como de quienes exigen el cumplimiento de deberes indiscutibles. Así, la noción de movimiento se traduce aquí en un impulso a ganar reiterativamente la libertad, pues esta se encuentra en disputa a cada momento: “Llegar a ser un carácter que a la vez padece, palpita y tiembla en la bienaventurada pasión de un rejuvenecimiento y un renacimiento incesantes”.

Stirner habla de padecer porque todo nihilismo implica un pathos. En el caso de la educación, quien aspira a ser libre sufre esa revelación de sí mismo que surge de su emancipación frente a las autoridades. Lo que descubre el individuo detrás de todo lo impuesto es su propia y primera imagen, y esta es la señal de su aislamiento definitivo, porque la pretensión del Único no es hallar lo común con otros, sino lo que solo está en él y que, por efecto del movimiento, permanentemente pierde y descubre, muere y nace.

En otro ensayo, Los recensores de Stirner, el autor vuelve sobre esta idea. En él, afirma lo siguiente: “Si algo valiese para ti, en este instante (pues solo en el instante tú eres tú, solo como instantáneo eres real; tomado como un ‘tú universal’, por el contrario, serías ‘otro’ a cada instante), si algo valiese, pues, para ti en este instante como algo ‘más elevado’ que otra cosa, entonces no lo sacrificarías por lo más bajo; bien al contrario, sacrificas en cada instante solamente aquello que, en ese mismo instante, vale para ti como ‘más bajo’ o ‘menos importante’”.

Como se ve, tras un nuevo guiño a Heráclito, Stirner da un paso adelante al sostener que el valor atribuido a algo depende de las condiciones del instante, no de principios que están más allá de él. En otras palabras, en tanto Único, el individuo juzga el valor del mundo según el instante en el que vive y ese valor cambia indefectiblemente porque, después, juzgará siendo otro individuo enfrentado a un mundo diferente.

Para Stirner los discursos –políticos, religiosos, ideológicos- que condicionan las apreciaciones sobre el mundo son fantasmas que niegan lo que para un individuo constituye su propiedad, esto es, sus intereses, su deseo, su unicidad. En este sentido, los valores defendidos por otros siempre serán elementos superpuestos, enajenantes y en pugna con lo instantáneo e intraducible de la propiedad individual.

Si, en Sobre la obligación de los ciudadanos de pertenecer a alguna confesión religiosa, Stirner rechaza toda fe, tradición y autoridad, es precisamente porque las considera inhumanas: en ellas se abandona el instante en el que el individuo pone en juego sus intereses para dar paso a una metafísica que mide atemporalmente las cosas.

Por otra parte, a Stirner no se le escapa otro serio problema: la dificultad nominal del individuo. ¿Cómo llamar a algo que, por una parte, obedece a una individualidad única y, por otra, responde al movimiento de cambio permanente? Para él, lo que se engloba bajo el Único es algo que rebosa todo lenguaje: “El Único es una palabra sin pensamiento, una palabra que no tiene ningún contenido de pensamiento. Es un contenido que no puede estar ahí por segunda vez, y que, por tanto, tampoco se puede expresar, pues si se pudiera expresar real y completamente, entonces estaría ahí por segunda vez, estaría ahí en la ‘expresión’”.

De este modo, también es una clave heracliteana la que sigue Stirner para abordar el problema del nominalismo; se trata de una prolongación epistemológica del Πάντα ῥεῖ. El Único es ese hombre de Heráclito que “no puede estar ahí –en el río- por segunda vez” y que no puede reducirse a una sola expresión, puesto que es, como el resto del mundo, puro movimiento, aquello que simple y llanamente a cada momento deviene.

STIRNER, M. (2013) Escritos menores. Rioja: Pepitas de Calabaza.
SPITZWEG, C. (1839) Der arme Poet.

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