Friedrich von Schiller - Los Bandidos

by - abril 11, 2021


En 1785 apareció en Liepzig una reseña que acusaba a Los bandidos (1781) de incitar al crimen y advertía que “una nación civilizada no podía tener una tragedia así”. Tal recelo se debía, primero, a los supuestos ataques que la obra esgrime a la religión y a las buenas costumbres y, segundo, a que su autor acotara que la escribió como “un ciudadano que no sirve a ningún príncipe”.

Lo extraño de esto es que esa desconfianza también la expresa uno de los personajes de la obra –“dos personas como yo arruinarían todo el edificio del mundo moral”-, y que el propio Schiller aclaró que no se proponía hacer apología de la violencia, por lo cual, quien juzgara lo contrario, tergiversaba su objetivo y actuaba injustamente.

Al estudiar Los bandidos dentro de la línea programática del Sturm und Drang, así como desde las circunstancias en que Schiller concibió el drama –es decir, su permanencia en la Karlsschule-, y sin olvidar su deseo de que la obra no llegara a representarse, se comprende que, en realidad, su pretensión fue estimular, aprovechando la expresividad del texto teatral, la reflexión sobre los conflictos que vive el hombre cuando en él se debaten la razón y las pasiones.

Al respecto, el epígrafe de Hipócrates con que abre el drama resulta decisivo –quae medicamenta non sanat, ferrum sanat. Quae ferrum non sanat, ignis sanat-, pues con él se sugiere que ciertas enfermedades son susceptibles de curarse, mientras que otras –quae vero ignis non sanat, insanabilia reputari oportet-, las más arraigadas y perniciosas, condenan al hombre irremediablemente, y ningún artificio sería capaz de restituirlo a su estado natural.

Schiller propone una historia puntual para probarlo: un conde de Franconia es padre de dos hijos, Franz y Karl. Este último marcha de la ciudad y cae presa de los vicios; su hermano, aprovechando la situación, urde un plan para desheredarlo y, fingiendo que ha muerto, logra que su padre lo maldiga. De este modo, Franz vence y corteja a la prometida de su hermano –Amalia-, mientras este, enterado del rechazo de su padre, se convierte en un forajido, el líder de unos bandidos, con quienes volverá en algún momento a vengar las mentiras de su hermano.

En la pieza, Franz Moor es un personaje astuto y frío, un “malvado razonador” que dispone sin escrúpulos cada cosa en su provecho. Se trata de una figura versátil, dotada de máscaras que le permiten calcular y engañar a los demás. A diferencia de su hermano, escondido en los bosques de Bohemia, su lugar es la ciudad, pero participa en lo social usando un discurso fraudulento, que no acepta más leyes que las que redundan en alguna ventaja para él.

Con Franz, Schiller dirige una censura a la razón ilustrada, arguyendo que esta es capaz de convertirse en déspota cuando se hace sorda al clamor de los sentimientos o los manipula como formulaciones de su tiranía. Al inicio del segundo acto, por ejemplo, asistimos a esa escena terrible en la que Franz sopesa con toda frialdad el tipo y grado de las pasiones con que castigará a su padre por haber preferido siempre a Karl: furia, aflicción, melancolía y miedo.

En contraparte, Karl Moor posee un espíritu febril, sensible a los estímulos, entregado a la acción más que al pensamiento. Se presenta como un inconforme frente a su época, a la que considera agónica, sin ímpetu, llena de sistemas que merman el impulso de las hazañas: “Todavía la ley no ha hecho ningún gran hombre –dice-, sin embargo la libertad incuba colosos y seres extraordinarios”.

Karl es un ser impulsivo, la prueba de ello está en su rápida adscripción al crimen tras el “desahucio” de su padre; pero también es un hombre noble, de manera que, con él, Schiller indaga el mal que produce, no el vicio, sino la degeneración de las buenas pasiones. Por ello, la emoción que lo pone en el camino de los rufianes no impide que siga un código de honor, a diferencia de los otros salteadores, que solo le permite ser criminal si con su acción resarce una injusticia o no castiga a un inocente.

El análisis de Schiller desvela así el temperamento de cada hermano, pero también una amplia zona de coincidencias. De entrada, ambos personajes encarnan el desprendimiento del padre: Franz justificando su derecho a triunfar sobre él; Karl, silenciando las razones que le evitarían entregarse a la corriente del odio. Ambos, además, son portavoces del discurso fratricida: “Quiero erradicar todo lo que hay a mi alrededor que me limita en ser señor”, sentencia Franz; y Karl, a su vez, se pregunta: “¿Quién piensa cuando yo ordeno algo?”.

Otro punto en común radica en el padecimiento que se moviliza en sus interiores y que, al final, los somete. En el caso de Franz ese tormento se manifiesta en sus sueños, alucinaciones y sospechas, en el temor creciente a la muerte: “¡Morir!, ¿por qué me afecta tanto la palabra?”. En lo que concierne a Karl, surge del verse desterrado, de haber dado el paso que lo separó indefectiblemente de los puros; de allí que advierta: “Aquí sales también del círculo de la humanidad”.

Para ninguno de los hermanos es factible volver al calor paterno o encontrar la redención: el declive más radical de Franz adviene precisamente cuando le sea vedado incluso el recurso de ese dios plebeyo del que tanto descreyera: “Todo tan desierto… Tan marchito. No sé rezar”. Por su parte, la perfección malograda de Karl, la palabra que prendó al crimen, pesan tanto en su conciencia que no es posible ya un nuevo comienzo junto a su padre o Amalia.

Con Los bandidos se descubre el cariz de los hombres malvados, la fortaleza que hay en la pronunciación del vicio, y el modo en que resaltan los crímenes cuando son puestos a la luz de las virtudes. Más allá de estas sutilezas, Schiller propone aún dos cosas: que toda ascensión o caída las socava la muerte, y que sin importar en quiénes nos convirtamos, cada uno siempre será su propio cielo y su mayor infierno.

SCHILLER, F. von (2006) Los bandidos. Madrid: Cátedra.
GE, N. (1871) Петр I допрашивает царевича Алексея Петровича в Петергофе.

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