Giacomo Leopardi - Zibaldone

by - diciembre 31, 2020


Giacomo Leopardi redactó a lo largo de quince años (1817-1832) más de cuatro mil páginas de apuntes que, si bien no fueron concebidos por él como una obra, terminaron unificándose, tras su muerte, bajo el título Zibaldone di pensieri (1898).

Lo que cautiva de estas anotaciones, más allá de su estilo y envergadura, es que amplían la imagen de Leopardi, para muchos restringida a la de poeta, dando fe, también, de un pensador sesudo y laborioso, vinculado a discusiones cruciales de su época e, incluso, precursor de ideas que abordarían después autores como Nietzsche o los simbolistas franceses.

La primera revelación del Zibaldone es, por cierto, la de su nihilismo. Leopardi lo remarca insistentemente señalando la nulidad de lo que existe, su miseria e insignificancia. La vida, para él, es “el viaje de un enfermo” que se dirige a un foso; y, sobre el hombre, solo puede afirmarse que no sabe nada, no es nada y nada le espera tras la muerte.

Esta percepción es la que ha permitido que tradicionalmente se asocie a Leopardi con la línea más pesimista del Romanticismo, solo que la silueta metafórica que tiene ese pesimismo en su poesía, no existe en el Zibaldone, de suerte que la exploración hecha aquí de la soledad –el nunquam minus solus quam cum solus-, la incomprensión o la infelicidad, posea un tono especialmente desgarrador.

Quien lee asociando las ideas expuestas en los fragmentos advierte, además, que el nihilismo de Leopardi deriva en una clase particular de misantropía: sin un principio supremo que armonice las fuerzas, el mundo se manifiesta como un espacio corruptible en el que se reproduce el axioma hobbesiano del homo homini lupus. Y esto, no solo es una consideración teórica, sino un odio que verdaderamente expresa Leopardi en muchas de las observaciones que hace a título personal.

Con todo, del mismo modo en que proliferan en el Zibaldone los apuntes de esta visión oscura de la existencia, no dejan de encontrarse muchísimos otros en los que Leopardi dirige el nihilismo, no diríamos a una teoría vitalista, pero, al menos sí, a una perspectiva que reivindica en un sentido romántico el valor de la Naturaleza.

Esta mirada la configura Leopardi a partir de su teoría del placer que consiste, grosso modo, en admitir que el alma humana busca irremisiblemente satisfacerse, sin poder nunca hacerlo por entero, puesto que todo placer se experimenta solo dentro de límites estrictos que condicionan su número, duración e intensidad. Así, aunque el hombre, por naturaleza, sea conducido a encontrar placeres, las propiedades de estos, convierten esa búsqueda en acuciante y dolorosa, toda vez que siempre denotará nuestra inferioridad ante aquello que buscamos.

Que la existencia no sea para el existente, como afirma Leopardi, esto es, que la Naturaleza nos impulse a algo sin preocuparse por cómo lo resolvemos, explica que el Zibaldone postule varias tesis que preceden el pensamiento de Nietzsche. En primer lugar, el rechazo implacable de la razón, pues no hay ciencia capaz de explicar esta “frialdad” de la Naturaleza; asimismo, el descubrimiento de la imaginación, entiéndase el arte, como alternativa para la creación del placer y; por último, la aceptación de la relatividad que impera en un mundo en el que cada quien está condenado a enfrentar desde sí mismo el gran conflicto del placer.

Es verdad que en Leopardi encontramos, además, esa visión nietzscheana según la cual ya no es posible volver a la Naturaleza porque la adaptación social –el lenguaje, la ciencia, la religión- ha fundado sobre nosotros un artificio, una naturaleza impostada. No obstante, en Leopardi no hay aún una postura bélica, sino, más bien, la nostalgia de esa niñez, esa locura, esa inexperiencia o ese sueño en que se cifró nuestra primera naturaleza.

Un giro interesante que se reconoce en el Zibaldone a propósito de esta discusión tiene que ver con asumir el aburrimiento como un producto inevitable del impulso hacia el placer: sin él, simplemente no existiría, porque el aburrimiento es “hijo de la nulidad”, “la más estéril de las pasiones”, la expresión en la que se reconoce lo desagradable, i. e., la necesidad de alcanzar un deseo.

Siendo la inacción lo único a lo que no se acostumbraría el hombre y, paralelamente, aceptando la uniformidad –incluso, en el placer- como un signo distintivo del aburrimiento, Leopardi abre un nuevo conflicto que durante ese mismo siglo fue decisivo para los simbolistas franceses, quienes lo exploraron desde la poesía bajo la forma del spleen.

Y, así como entre Baudelaire, Rimbaud o Laforgue, el asunto tomó matices diferentes, para Leopardi la postura no parece concretarse. Ciertos fragmentos apuntan al adormecimiento del alma: eliminar la angustia por efecto de paliativos como el opio o a través de un severo estoicismo; otros textos, sin embargo, se inclinan por el descubrimiento del “encanto de la languidez” o la creación de los placeres imaginados, a los cuales solo los amenaza el predominio de la razón.

Sobre el hombre, en todo caso, se levanta una trágica paradoja: así como, por naturaleza, ningún dolor superará sus fuerzas –los sumos dolores llevan al desvanecimiento o la muerte-, tampoco ningún arresto o imaginación serán suficientes para alcanzar el placer que trasgreda los límites concretos de un espacio y tiempo. Como Sísifo, el hombre levantará cada día la dolorosa piedra de esa búsqueda si no pretende sucumbir a la tentación del suicidio.

LEOPARDI, G. (2010) Zibaldone. Gadir: Madrid.
FRIEDRICH, C. D. (1818) Der Wanderer über dem Nebelmeer.

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