Jules Laforgue - Imitación de Nuestra Señora la Luna

by - octubre 18, 2020


La obra de Jules Laforgue comparte con la de otros autores simbolistas un carácter marginal, pues se halla en pugna con los ideales burgueses y religiosos; sin embargo, no deja de tener un rasgo personal que se reconoce en el modo como explora poéticamente la noción de lo estéril.

Por esa razón, leer la Imitación de Nuestra Señora la Luna es, de forma alternativa, sumergirse en la melancolía oscura del simbolismo y rastrear en el pierrot –figura tomada por Laforgue de la comedia italiana- la exaltación nihilista de lo estéril como realidad última.

El pierrot representa el hombre desencantado, sin asideros, que se entrega a la contemplación o al juego de máscaras para protegerse de un mundo hostil. En Laforgue este personaje adquiere, además, la condición de sacerdote ya que es el iniciador de un culto que, apropiándose de antiguas mitologías –griega, romana, egipcia, védica-, enseña la sabiduría de la esterilidad que personifica la luna.

La estructura del poemario responde a dicho culto: la primera parte constituiría la revelatio, su anunciación –con las palabras liminares y letanías propiciatorias-; la segunda, el officium, esto es, el testimonio de la doctrina –integrado por los poemas de los pierrots, sus dichos e imaginaciones-; finalmente, la tercera, sería la communio o exhortación a elevarse y alcanzar la armonía con la luna.

Como se trata de un culto que se enfrenta al mundo, la poesía de Laforgue devela, tanto el vacío, como la sabiduría que hace devenir la nada en ideal. Inicialmente, nos muestra al hombre condenado a pensar solo en su propio hastío, a ver el paso del tiempo entre el crúor y el lodo, sin ritual distinto a mudar los pañales por una mortaja.

El mundo, para Laforgue, ha sido vaciado y es intrascendente; constituye un espacio de incomprensión en el que –como pasa al pierrot en el teatro- no deja de experimentarse el miedo a la soledad, al vae solis, a ese orphélinisme anunciado en uno de los poemas. Todo vínculo declina: el de la mujer, por ejemplo, rezuma desdén e indolencia, inocula spleen y condena a no ver algo diferente a la muerte.

En este sentido, Laforgue cumple con su cuota de pesimismo y aumenta el inventario simbolista de sus metáforas: “somos el congreso de los cansados”, “ya no sé qué inventar para ofrecerte mis hastíos”, “muere cuando a tu cargo vive todo”, por citar algunos ejemplos. No hay valor religioso o social que aplaque la sensación de pérdida, de suerte que la vida transcurra entre el tedio y la rutina mundana.

El hombre laforguiano no pasa un día sin manifestar sus dolores ni mirar al exilio desde detrás de los barrotes. Mas, la inocencia con la que repite esas Anankés, la contundencia con la que se ha desligado de dios y la simpatía con la que empieza a mirar la muerte de todo, le hacen intuir que precisamente en ello, es decir, en la Nada, en lo estéril, debe hallarse su redención.

El giro de Laforgue se opera en este punto: aquí es donde el tono descriptivo se torna litúrgico. La luna es deificada de numerosas formas y el pierrot aparece en los poemas revelando la condición redentora de esta y la imposibilidad de sustraerse a su conjuro. Al hombre que antes se declarara áptero, se le exige ahora un acto de fe, la aceptación del “no tengas miedo”, el “amén” a la Nada que lo elevará hasta la comprensión de que todo existe sin ningún motivo.

La luna es estéril se titula uno de los poemas del libro y en su nombre se captura aquello que enseña la luna al pierrot: la esterilidad de lo que existe. De ahí que la comunión con ella se traduzca en vivir más allá de los lemas o sentidos, en descubrir la mentira escondida en las razones, en convencerse de que “nada hay detrás” de las cosas, en comprender que todo ha sido falseado, impostado y “huele a impromptu”.

Una vez se ha operado la revelación, el mismo cuerpo quiere vaciar su materia. Esto explica que buena parte de la poesía de Laforgue destile un lenguaje sumamente espiritual: la comunión con la luna se explica como el anhelo de “pacer lejos”, de volatizarse para ascender a la frescura lunar, de laminarse con una estética que sea imitación exacta de la luna, esto es, aceptación del sinsentido.

Algunos poemas, por otra parte, tienden a profundizar la metáfora del culto que antes se enunció; en consecuencia, se disponen todos los elementos de una ceremonia: la luna es llamada “ostia”, el silencio nocturno asume la calidad de “cáliz”, la lividez del rostro es la coloratura del astro-dios, se levantan letanías, se expresan súplicas, se revelan nuevos misterios, se realizan ofrendas y se experimentan estados de trance y apoteosis.

Jules Laforgue en la Imitación de Nuestra Señora la Luna elabora una fórmula destinada a cauterizar, a coagular los dolores humanos. La figura del pierrot de la que se vale para ello vive en un mundo en apariencia cargado de sentidos, pero, en realidad, vaciado y cansino. De su progresivo desgarramiento surge la lucidez que le permite entender que lo único que se alza sobre lo demás es la Nada. Entonces, descubre que existe la posibilidad de comunión con el mundo a través de la vocación estéril de la luna, cuando se vive sin programa ni costumbres, dirigiendo tranquilamente la “balsa de Nihil en los muelles desiertos y nocturnos”.

LAFORGUE, J. (1996) Imitación de Nuestra Señora la Luna. Barcelona: Hiperión.
MENTA, E. J. (1908) Pierrot Endormé..

You May Also Like

0 comentarios