Heinrich Böll - La Aventura y Otros Relatos

by - septiembre 04, 2020


La Trümmerliteratur, de la cual fue autor programático Heinrich Böll, consideró la Segunda Guerra Mundial como el resultado de un acondicionamiento progresivo que se operó en los alemanes a través, no solo de la persuasión ideológica, sino, además, de una experiencia cotidiana de automatización.

El descubrimiento de Böll al respecto es el siguiente: la permanente enajenación que padecían los alemanes en las diferentes dimensiones de su vida –el trabajo, la familia, la religión, etcétera- destruyó su capacidad de responder libremente a la voluntad de guerra que entonces se les impuso.

Lo anterior explica que, en los relatos de Böll, se desatienda la espectacularización del conflicto –tan propia de otros autores-, para clarificar, más bien, la enajenación que le es propicia. En este sentido, los personajes del autor aparecen siempre subordinados a elementos que escapan a su comprensión o entran en pugna con algún atisbo de libertad.

Un ejemplo de esto se encuentra en el tratamiento que hace Böll del tema religioso. Sus personajes no suelen ser incrédulos; por el contrario, se comportan, incluso, de manera piadosa. Sin embargo, los dogmas se reproducen en ellos sin ninguna claridad esencial: en La aventura o En el valle de los cascos atronadores, los protagonistas atienden el rito de la confesión sin determinar su importancia, persuadidos únicamente de su imposibilidad de sustraerse.

“En su cerebro seguían actuando los dogmas de la fe perdida”, se afirma en uno de los relatos citados; y esto significa que la observancia de lo religioso está vaciada: la conduce una suerte de inercia, nunca la convicción sincera. Esto sucede porque, para Böll, los individuos, si bien alcanzan el significado de los principios y establecen entre ellos conexiones –pecado es muerte, mentir es pecado-, no llegan a penetrar en el fundamento religioso, restringiéndose a una vivencia puramente supersticiosa.

Otra arista de la enajenación la sitúa Böll en el campo del trabajo. En sus relatos aparecen constantemente personajes desempeñando los más insólitos oficios –encuestadores, reidores, agentes de perros, estudiosos de lo lejano, guías innecesarios, etcétera- y comentando los intríngulis de su profesión, sin manifestar, por otra parte, la menor extrañeza, pues están cegados por la aparente validez de sus argumentos.

Incluso, en los relatos de tono más sensato, la subordinación está presente: se hace efectiva en las acciones –injusticia, engaño, provecho- que atentan contra la libertad del hombre en su trabajo. En La balanza de los Balek, por dar un caso, a nadie parece interesar que se prohíba a los campesinos pesar antes lo que venden; en La estación de Zimpren, la decadencia convierte una terminal de tren en espacio de escarmiento para malos trabajadores; y Como en una mala novela, la automatización de los negocios convierte a quienes los hacen en simples reproductores de sus convenciones.

Böll muestra que, ni en el terreno espiritual, ni en el laboral, la sociedad alemana anterior a la guerra requiere hombres especialmente críticos: las estructuras los convierten en replicantes y, paralelamente, su propia experiencia los despersonaliza, ya que en esta se anula progresivamente la voluntad.

Quizá, sin embargo, el ámbito desde el que Böll proyecta con mayor crudeza la enajenación sea el de la relación del hombre con los objetos. Relatos completos giran en torno a esa tensión y cómo termina el individuo subordinado a lo material: en La postal, a una tira de correo que llama al reclutamiento; en El enano y la muñeca, a una porcelana abandonada; en Una caja para Kop, al contenido de un paquete; o en Destino de una taza sin asa, a los mismísimos vaivenes del azar.

El objeto hace cifrar sobre él toda expectativa, condiciona lo humano a su materialidad. Es verdad que, en los relatos de Böll, el objeto simboliza siempre otra cosa –un miedo, un recuerdo, una fecha-, pero eso no implica que deje de supeditar al individuo y, sobre todo, que lo extravíe en su búsqueda de posibles interlocutores, con lo cual se hace más prominente su soledad.

En un terreno como el que se ha descrito fácilmente podía aterrizar el lenguaje de la guerra. Los alemanes enfrentaban a principios del siglo XX “un tedio que no parecía ofrecer otra escapatoria que el pecado”: enajenados por la religión y el trabajo, y con una fijación subyugante en el objeto, cualquier ideología hubiese encontrado un ambiente favorable para desplegarse.

Heinrich Böll afirma, de este modo, que la ausencia de sentido no fue un efecto de la guerra, sino, contrariamente, su causa: esa era la experiencia cotidiana y totalizante en la que se desenvolvía el alemán de la época. Hasta el niño, foco de varios de los relatos, personifica formas particulares de enajenación, provenientes de la ignorancia frente a lo que acontece –como sucede en La muerte de Elsa Baskoleit y El tío Ted- o de su imitación de conductas –tipo Daniel, el justo-.

Las ruinas que buscaba visualizar la Trümmerliteratu estuvieron, antes de verse afuera, en el interior del alemán, quien, vaciado de sentido, las ocultó en una falsa estabilidad. Y, después, durante la guerra, las ruinas permanecieron en él, porque lo que condujo al conflicto fue otra forma de enajenación, una prueba más de la gratuidad del hombre y de su mínima experiencia para conducir la vida.

BÖLL, H. (1972) La aventura y otros relatos. Barcelona: Seix Barral.
BECKMAN, M. (1922) Vor dem Maskenball.

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