Jakob Wassermann - El Hombrecillo de los Gansos

by - agosto 06, 2020


Contrario a lo que podría suponerse por su fecha de publicación y la orientación que tienen otras obras de Jakob Wassermann, El hombrecillo de los gansos (1915) es una novela que prescinde enteramente tanto de las referencias bélicas como de la consideración del discurso antisemita.

Con seguridad, esos asuntos empezaban entonces a prefigurarse en el autor, pero, en todo caso, la inquietud que anima a Wassermann en esta obra posee un sesgo diferente. Puntualmente se trata de examinar las tensiones que se generan entre aquello que cabría denominar el temperamento artístico y la realidad material dentro de la cual se desenvuelve un artista.

Dicha situación se nos presenta en la novela a través de un personaje, Daniel Nothafft, cuya vida conocemos desde temprano y acompañamos hasta la madurez, reconociendo en ella las búsquedas particulares que encarna como músico –la expresión, las equivalencias, las tesituras, etcétera- y los elementos cotidianos entre los que deambula: los empleos, el sueldo, el hogar.

Es claro que la realidad no artística pocas veces actúa en Nothafft como estímulo; antes bien, hay una identificación de esa realidad con la sociedad burguesa, lo que lo lleva a asimilar sus reductos (i. e., el trabajo, el dinero, la familia) como contradictorios de su voluntad artística. Por esta razón, en el personaje se manifiesta un conflicto de dos aristas: por un lado, la imposibilidad de concebir el mundo en términos prácticos –diríase mejor, burgueses- y, por otro, la amplificación de una mirada estética que nubla y sublima lo existente.

Debido a que Wassermann plantea su relato ab initio, nos es posible atestiguar la génesis, el desarrollo y la resolución de ese conflicto. El origen parece esclarecerse en la inclinación natural que siente Nothafft hacia la música; la evolución, en cambio, es harto más complicada, porque a lo largo de su vida el personaje se enfrenta a la sociedad burguesa sin poseer la suficiente claridad respecto de su propio arte, hecho que lo conduce inevitablemente al padecimiento.

Un primer rasgo de la tensión que vive Nothafft es la incapacidad para reconocer como suyo el mundo que se le presenta. Esto significa que no puede convertirlo en imagen, bien sea porque corresponde a la futilidad de lo cotidiano, o bien, porque la naturaleza de lo que pretende representar está por fuera de sus posibilidades expresivas. Dicho de otra manera, el presente constituye para Nothafft solo una sombra, lo que toma en sus manos “siempre está seco”: pasa sin ser captado o se adorna apenas con el ropaje de una imaginación que sueña con la voz que pueda expresarlo.

Esta es una situación profundamente penosa, porque la pretensión del artista es justamente la de dar cuerpo a lo que siente. A lo largo de la novela, el personaje de Wassermann se irá aproximando a esa sensibilidad que da forma a lo vivido, descubriéndola en sí mismo, y, en su defensa, se enfrentará a la visión burguesa del arte como mercancía. “Ya no florece nada, todo se fabrica”, afirma Nothafft, persuadido de que la técnica mecanizada y replicante ha echado al traste la experiencia interior bajo la cual se moviliza el artista: “¿Habrá todavía alguien capaz de sacar nada de su naturaleza íntima?”.

Hay, además, otra vía desde la cual se expresa el conflicto de Nothafft: su autorrepresentación lo convence de la necesidad de sobrepasar a los otros hombres. La materia de la que están hechos los artistas es singular, no es semejante a la de los otros; de manera que su condición les exige abandonar la tentativa de hallar un interlocutor, alguien capaz de comprenderlos y rodearlos. Esta indicación explica la soledad de Nothafft, pero también –y especialmente- el vivir esta fórmula: “no tienes derecho a ser un burgués”, porque con ella se confirma su valor como artista, como escogido para ver y expresar lo que nadie más puede.

Esta concepción del artista como elegido se agudiza en la parte final de la novela, donde adviene como visión redentora. Si es verdad que el artista debe desechar la seguridad de saberse entendido, incluso, escuchado, no es menos cierto que la dignidad de su posición alternativamente lo insta a no entregar a los hombres lo ordinario. Nothafft sostiene que es posible la redención en el arte. La música –no ya la poesía, “nuestros oídos están cansados de palabras”- es “una salvación ante el abismo al que se precipita la humanidad”. Ese abismo, lo barrunta Wassermann asociado a la cosificación a la que conduce al hombre la sociedad burguesa: en ella, toda experiencia, toda sensibilidad deviene dato o valor.

Para que Daniel Nothafft saque en limpio todas estas conclusiones es necesario que algo lo precipite. Cada idea suya ha nacido en un momento particular de su vida: cuando marchó de la casa materna, en las largas jornadas de pobreza, en medio de sus matrimonios infelices, mientras eran rechazadas sus obras o durante su continua errancia por Alemania. Siempre atrincherado en sí mismo, defendiéndose de las demandas exteriores, cosechó el más férreo individualismo. Pero, la raíz del conflicto, su agnición, solo es comprendida por Nothafft cuando las obras creadas a lo largo de su vida se pierdan en el fuego.

Quedar sin los papeles que atestiguan cada paso dado, sus indagaciones como artista, lleva al personaje a comprender que aquella escisión de la realidad bajo la cual tomó forma su obra es contraria a la esencia misma del arte: “Decir vida, es lo mismo que decir experiencia”. Agazaparse en el rechazo de lo que contradice el arte implica negarse a vivir la realidad misma de la que este nace; habitar esa contradicción, soportarla y sublimarla, en cambio, es la mayor declaración artística. En ese sentido, el último capítulo de la novela –Pero, a solas, ¿quién hay?-, concluye que ninguna obra surge al margen, porque ella es precisamente el vínculo que comunica al hombre con todo lo demás, con cada cosa que nace cuando se mira fijamente hacia el paisaje.

WASSERMANN, J. (1945) El hombrecillo de los gansos. Buenos Aires: Santiago Rueda.
LAKRISENKO, V. (2017) Pianist.

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