Alfred Döblin - El Asesinato de un Botón de Oro
Alfred
Döblin acota en su relato La ayudante lo siguiente: “Asombra que lo
inimaginable salga al encuentro del ser humano, que este pase con aire risueño
a su lado y que las cosas sigan su camino indiferentes”. Se trata de una
observación sugestiva porque indica, tanto la proximidad que existe entre el
hombre y lo inimaginable, como la indiferencia a la que parece destinada esa
relación.
Interesa, además, que aquella apreciación constituye una clave para interpretar la
narrativa breve de Döblin, la cual ratifica la presencia de lo asombroso
–incluso, de lo irracional- dentro de la experiencia humana. Es claro que esto es una proyección típica del expresionismo, pero Döblin hace surgir lo asombroso con toda la potencia de la novedad, de suerte que sea imposible el mantenerse indiferente.
Tal
vez esa fuerza de lo insólito se deba a que la forma del expresionismo –una
realidad desfigurada que enfatiza ciertos rasgos- se une, en Döblin, a su inclinación
por los contenidos psiquiátricos. De allí que estemos ante una narrativa
cargada de imágenes alucinantes, desbordadas por la locura y, en ocasiones, hasta
por la oscuridad (cualidad que, sin duda, el autor adeuda a E. T. A. Hoffmann).
La
deformación impulsada por Döblin se opera en varios niveles. El primero de
ellos se relaciona con los objetos que pierden su condición inanimada. En La canonesa y la muerte, por ejemplo, el miedo a fallecer que siente la
protagonista la hace alucinar con relojes que se “tragan el tiempo” para
atormentarla. Lo mismo ocurre en La ayudante, historia en la que
nuevamente el temor conduce a una mujer al convencimiento de ver un esqueleto
caminando “lenta y sigilosamente”.
En
otras situaciones lo asombroso se produce cuando se materializan fuerzas o
ideas, es decir, a causa de la confusión entre lo físico y lo mental. Para la
religiosa del cuento antes señalado la muerte es una presencia fáctica: da
saltos sobre su cama, se dispone a su lado y la golpea. En La inmaculada concepción se muestra “la sombría mano de Dios” bajando hacia la
virginidad de una mujer; y, en El caballero Barba Azul, asimismo, es
evidente la irrupción de lo monstruoso que cruje, que se arrastra y se asemeja a
una medusa.
Estos
son casos concretos que dejan ver cómo la realidad se transforma, deviene
asombrosa, ya sea por una atribución del personaje o por la imposición sobre él
de algo exterior. Sin embargo, sería errado calificar el tratamiento que hace
Döblin de lo insólito como simplemente episódico. En la mayoría de sus
relatos, el sustrato del conflicto es ya lo irracional, lo inexplicable: en Astralia,
por citar un caso, el personaje confunde su marginación con una redención de
índole espiritual; en La puerta equivocada, una premonición conduce a un
hombre a la casa en la que será asesinado; y, en Las memorias del engreído,
la búsqueda del amor desencadena una exaltación misógina y violenta.
Hay
relatos, además, como El tercero, en los que la situación es todavía más
absurda: el ginecólogo Converdon recibe una carta del amante de su esposa en la
que le indica la fecha en la que debe suicidarse. El desarrollo es descabellado,
pues el médico, no solo se convence de la validez del requerimiento, sino de la
necesidad de cumplirlo en la fecha establecida. Lo propio acontece en El asesinato de un botón de oro, texto que presenta a un misántropo en quien se
manifiesta una manía persecutoria tras destruir un botón de oro: asesinar a la flor, no encontrar su cuerpo, recordar su imagen y sentirse
juzgado, lo empujan a una purgación de la que brotan las más insólitas ideas.
Para
el lector que va acercándose al tono de Döblin la relación con lo extraño se
torna cada vez más intensa. Esto es una manera indirecta de señalar que sus
relatos refutan nuestra visión cotidiana esgrimiendo una perspectiva
inquietante –pero no por ello imposible- de la realidad. Esa perspectiva no es
exclusivamente formal, porque aproximarse a Döblin implica descubrir
también contenidos que están atravesados por lo asombroso como la incomunicación, la corporalidad o
la muerte.
Efectivamente, en los relatos de Döblin es improcedente el diálogo debido a que la exaltación de
sus personajes les impide hallar un interlocutor adecuado. No es factible encontrarlo
en ninguna instancia; en los casos más extremos, incluso, como el de El asesinato de un botón de oro, el otro no es más que una prolongación de uno
mismo, una especie de yo escindido: “Herr Michael Fischer vio una figura
regordeta, él mismo, se salía al sendero”.
El
cuerpo es también un tema recurrente en Döblin. Su formación como médico
le permite aquí formular numerosas reflexiones: en cuentos como La bailarina y el cuerpo o Las memorias del engreído la obsesión fisiológica es el
epicentro narrativo y su flujo desemboca en conductas destructivas. Finalmente,
la muerte es, de lejos, la preocupación central de Döblin:
todos sus relatos se cruzan con ella de un modo u otro, abordando sus tensiones con el azar, el suicidio, la superstición o el sacrificio.
Acaso
la virtud de Alfred Döblin sea la de hacernos reconocer que lo asombroso es más común
de lo que creemos, no solo porque esa sea la mirada natural de los alucinados
–cuyo número supera el que solemos aceptar-, sino porque lo insólito, lo extraño,
habita en cualquiera de nosotros como posibilidad: la ocasión de deformar lo
real para evocar su múltiple apariencia.
DÖBLIN,
A. (1989) El Asesinato de un botón de oro. Barcelona: Destino.
MUNCH, E. (1892) Aften på Karl Johan.
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