Abate Prévost - Manon Lescault

by - julio 26, 2020


Prévost advierte en el prólogo de Manon Lescault (1731) que los lectores de su novela encontrarán en ella un “espantoso ejemplo de la fuerza de las pasiones” y, en consecuencia, podrán servirse de lo allí expuesto como si fuese “un tratado de moral presentado en forma de agradables lecciones vividas”. Todos los hombres estimamos las virtudes –advierte el autor- e, incluso, nos sentimos inclinados a ellas por naturaleza, pero, al momento de obrar, muchas veces tambalean esos principios y terminamos abocados al error, de suerte que sea muy útil aprovechar la experiencia de otros para formular las reglas de nuestra propia conducta.

Esta sabia observación, con todo, resultó insuficiente para tranquilizar los ánimos de quienes sentenciaron dos veces su obra a la hoguera. Por un lado, la propia biografía de Prévost hacía sospechoso aquel interés pedagógico: sus contemporáneos conocían bien, no solo los largos años que el abate había entregado a la religión, sino también sus cuestionables lances amorosos. Además, el tono sostenido a lo largo de Manon Lescault hacía pensar a los censores que Prévost olvidaba con alta frecuencia el tono de reprobación que debería caracterizar una obra de este género, solazándose, por el contrario, en pasajes casi apologéticos del placer y la pasión.

Determinar quién tenía razón en todo aquello reviste todavía hoy serias dificultades, pero, más allá de que estemos ante una diatriba o un encomio, lo cierto es que Prévost no nos engaña al afirmar que en su obra asistimos al triunfo de las pasiones sobre un hombre. Efectivamente, una vez Des Grieux, protagonista de la novela, conozca a la encantadora Manon Lescault, empezará para él un progresivo desprendimiento de todo lo que hasta entonces ha constituido su seguridad frente a las pasiones: la familia, la amistad, la religión; y, asimismo, un rechazo violento a toda instancia que trate de mostrarle, aun en los momentos en que experimente las mayores vicisitudes, la invalidez de su comportamiento.

Prévost construye en Manon Lescault una romanza alla italiana, permitiéndonos ver el claroscuro de la pasión: de una parte, la valentía, la fruición, la exaltación de los sentimientos; por otra, la frivolidad, el vicio y los costos de la vida sibarita. Que un hombre pueda entregarse por completo a quien ama constituye una forma de heroísmo; seguramente, en este aspecto Prévost anticipa incluso a los románticos. Pero, que ese mismo sentimiento que enaltece llegue a atormentar, indudablemente convierte al hombre en un ser subyugado, y esa es una impresión que se vislumbra todo el tiempo en la historia de Des Grieux.

Que la pasión subyuga al personaje de Prévost se comprueba en la doble destrucción de la razón que Des Grieux encarna: el amor obsesivo que lo hunde en el libertinaje, la mentira, el delito, la traición, etcétera, destroza, no solo la razón en tanto virtud moral, sino, además, la posibilidad de la razón como cordura. Lo primero implica la renuncia a toda la formación que obtuvo por vía religiosa y que hasta la época en que conoce a Manon le sirvió de base para ponderar lo bueno y lo malo. Una vez el pulso de su amor es más fuerte que la fe, sus palabras adquieren el tenor de la increencia:

“Si verdad es que la ayuda de lo alto tiene en todo momento una fuerza idéntica a la de las pasiones, que vengan a explicarme por qué funesto maleficio se ve uno arrastrado de pronto lejos de lo que constituye la fuente de su deber más sagrado, sin ser capaz de ofrecer la menor resistencia ni sentir el más pequeño remordimiento” (p. 49)

De modo complementario, la razón tampoco opera en Des Grieux como fundamento de la sensatez. El hedonismo que lo domina a lo largo de la novela y en defensa del cual levanta las lanzas cada vez más alto, también lo conduce a una inversión del pensamiento que le permite colegir, por ejemplo, que todo sufrimiento causado por una pasión es válido debido al placer que esta produjo o producirá después. 

Des Grieux sostiene al respecto que, así como los místicos alcanzan por medio de la flagelación una virtud que representa la felicidad para ellos, el dolor y el sacrificio que un hombre común padece para alcanzar el placer que brinda una pasión, se halla plenamente justificado. La única diferencia radica en que, en el primer caso, el hombre actúa condicionado por la fe, mientras que, en el segundo, el punto de partida se encuentra en el placer mismo.

Como puede observarse, el caballero Des Grieux es el arquetipo de aquello que en su época Séneca consideró la ceguera de la razón. Si una pasión no puede domeñarse una vez instalada en nuestro interior, se entiende que el personaje de Prévost no considere nunca su situación como un yerro y embote hasta tal punto su reflexión que, de todo ejercicio pretendidamente racional, solo resulte una postura más obcecada. Solo existió un momento en el que pudo Des Grieux evitarlo todo, aquel en el que, por primera vez, sopesó las dos direcciones que se asomaban a su vida: la ocupación religiosa o el romance con una mujer desconocida.

Es lástima que la mayor parte de las ediciones actuales de la novela eliminen la primera parte de su nombre original, L’Histoire du chevalier des Grieux et de Manon Lescaut. Llamarla simplemente Manon Lescault es centrarse en el motivo que da lugar al conflicto de Des Grieux, no en el conflicto en sí mismo. Es verdad que en la protagonista también se evidencia una problemática, a saber: descubrir los hombres que sostengan la vida de lujos que funda su medida del placer; sin embargo, es claro que para Prévost, como antes para su compatriota Racine, tiene más importancia otro asunto: la situación de aquellos hombres en quienes las pasiones anulan el esfuerzo de la razón.

PRÉVOST, A. (1974) Manon Lescault. Barcelona: Bruguera.
LELOIR, M. (1892) Manon Lescault.

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